La lógica de China ha de ser inteligible

El presidente de China, Xi Jinping.
El presidente de China, Xi Jinping.
En el terreno de la comunicación, debo decirlo alto y claro, a China le queda mucho camino por recorrer.
La lógica de China ha de ser inteligible

China se queja de que el llamado Occidente en muchas ocasiones tergiversa su realidad y trata de desprestigiarla, como arma dentro de la lucha que los Estados Unidos mantienen para impedirle que se convierta en la primera potencia económica mundial, y para erosionar su liderazgo como primera potencia comercial. Y, sin duda, tiene razón.

Pero China, acostumbrada durante siglos a ser el gran imperio, y a sentirse el imperio único a nivel mundial, tiende a ver la realidad exclusivamente desde su propia lógica, con la pretensión de que el mundo entero comprenda y comparta esa lógica, y sin realizar el más mínimo esfuerzo por hacerse entender, por adaptar su mensaje a la forma de ver la realidad que tiene el resto del planeta. Y sin darse cuenta de que en las relaciones internacionales los símbolos y los gestos tienen una gran importancia.

Desde esta sección en muchas ocasiones he defendido el derecho de China a ocupar su espacio y su influencia en el mundo, y he criticado los mecanismos que los gobiernos de los Estados Unidos suelen utilizar para desmontar ese derecho. Incluso he llegado a definir como un intento nada íntegro de guerra fría las maniobras que realiza el gobierno de Biden para contrarrestar -y hasta para obstaculizar- los avances de China. Pero esto no me impide comprender que, en cuanto a comunicación internacional, China no está haciendo las cosas bien. No está sabiendo hacerse entender, porque utiliza hacia afuera el mismo lenguaje que usa para dirigirse a sus propios ciudadanos. Y fuera de sus fronteras el lenguaje, los signos, los gestos y los símbolos son muy diferentes que los utilizados en la cultura china.

Es cierto, como afirma mi amigo Marcelo Muñoz que China ha estado presente en la reunión del G-20 en Roma, y en la Conferencia de Glasgow. Pero hay muchas maneras de estar. Y en un momento de reajuste (e incluso de desajuste) como el que está viviendo la humanidad, no es suficiente una presencia con una delegación, por muy potente que sea. El mundo necesita ver (incluso aunque los critique) que los líderes internacionales se sientan a la misma mesa para dialogar, para buscar soluciones de manera conjunta, y para enviar a la humanidad entera como mensaje ese símbolo de estar reunidos y compartiendo la preocupación y las alternativas por un problema tan grave como el del cambio climático, y la voluntad de lanzar una política que reavive la esperanza tanto de combatir el cambio climático como de afrontar el colapso post-pandemia que amenaza al mundo entero en estos momentos.

Qué oportunidad perdida por Xi Jinping al no aparecer en persona como un líder mundial, escenificando ante el mundo entero cómo comparte la preocupación, y hasta la ocupación, por los mismos problemas que conmueven al conjunto de la humanidad en estos momentos. Y qué ocasión perdida, cuando el anfitrión Mario Draghi insistía en el necesario multilateralismo, al no estar presente para explicar al mundo la manera como China vive y quiere vivir ese multilateralismo, para facilitar la convivencia internacional, al margen de enfrentamientos, de bloques, de ocupaciones de países y de guerras.

Si Xi Jinping quería escenificar su molestia frente a la guerra fría de Biden se equivocaba de lugar y coyuntura: porque su agravio en este caso estaba en un segundo plano, frente a los graves problemas de la humanidad. Es más: le quitaba talla de líder, porque anteponía el malestar de su país, por mucho que sea una gran potencia, a la gran preocupación de los ciudadanos del mundo por el bienestar de todos.

China reivindica legítimamente que en el resto del mundo hemos de esforzarnos por entender su forma de ser y de hacer las cosas. Y es legítimo, por supuesto siempre que esa forma de ser y de hacer no confronte con los derechos fundamentales de la humanidad. Eso se lo exigiremos a China, a Estados Unidos y a cualquier país, sea o no potencia mundial. Pero también tiene que entender que no está sola en el mundo, por grande y poderosa que sea. Y que necesita saber hablar un lenguaje que -sin tener que estudiar ni la lengua china, ni la cultura china, ni la idiosincrasia china- puedan entender los ciudadanos del mundo entero.

Y en ese terreno, debo decirlo alto y claro, a China le queda mucho camino por recorrer. @mundiario

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