As bestas, la excelente última película de Rodrigo Sorogoyen

Fotograma de la película As bestas.
Fotograma de la película As bestas. / Productora.

Se da en As bestas una nutrida confluencia de virtudes: guion intenso, interpretaciones magníficas, personajes creíbles, ritmo preciso, una importante aproximación sociológica, el planteamiento de dilemas existenciales

 

As bestas, la excelente última película de Rodrigo Sorogoyen

As bestas (2022, Rodrigo Sorogoyen) me parece una de las mejores películas españolas en lo que llevamos de siglo. Se da en ella una nutrida confluencia de virtudes: guion intenso, interpretaciones magníficas, personajes creíbles, ritmo preciso, una importante aproximación sociológica, el planteamiento de dilemas existenciales; todo ello con sucesivos momentos de angustia y emoción, a través de unas impactantes y profundas imágenes. Podría decirse también que participa de las características de tres géneros, como son el western, el thriller y el drama.

La historia está libremente basada en un hecho real sucedido en Galicia entre finales de los años 90 y 2014. (Para conocerlo directamente recomiendo un magnífico documental, Santoalla, que puede verse en Amazon Prime Video). Una pareja de holandeses se trasladó a una zona interior de esa región para dedicarse a la creación de un huerto ecológico, y al sueño de componer una especie de Arca de Noé. Sorogoyen y su compañera de guiones, Isabel Peña, transforman algunos aspectos, como son la nacionalidad de la pareja, que aquí es francesa —en consonancia con la coproducción—, la supresión de algún personaje, y la creación de otros, especialmente el de una hija de los protagonistas, inexistente en la realidad, pero que dará mucho juego en la última parte. Y otra variación importante es la forma en la que se ejecuta la anunciada tragedia. Aquí está cargada de un simbolismo que entronca con las imágenes del principio de la película.  

La primera secuencia es muy bella. Está mostrada a cámara lenta, y refleja los detalles más significativos de una de las celebraciones más típicas de Galicia: la Rapa das bestas. Esta consiste en la tarea de juntar a un grupo numeroso de caballos salvajes y conducirlo hasta un encierro, en donde los hombres, sin más armas que sus brazos, abrazándose al cuello de los caballos, tapándoles los ojos y agarrándolos de la cola, los inmovilizan lo suficiente para cortarles las crines y desparasitarlos, para luego devolverlos a la montaña.  

La siguiente escena nos adentra en el ambiente oscuro de una rústica taberna ocupada solo por hombres, que juegan a las cartas, beben mucho, y matan su aburrimiento, su vacío, su frustración, divirtiéndose con chascarrillos, ironías y burlas. Una víctima propiciatoria es Antoine, el francés, en su tímido e iluso afán de integrarse en la comunidad donde decidió vivir junto a su pareja. Durante los primeros años, la convivencia con los lugareños había sido cordial, y él y su mujer, Olga, habían obtenido muchos momentos de felicidad. Pero, en cuanto empezaron las discrepancias respecto a importantes decisiones que, unánimemente, debía tomar la comunidad, la relación se tensó hasta extremos delictivos por parte de la familia gallega que ocupa la finca colindante. Ahora siguen enfrentados, porque él y su mujer no han votado a favor de la propuesta que les ha hecho una empresa energética, de instalar en sus terrenos unos molinos de viento. Sus vecinos consideran providencial la propuesta de compensación monetaria, pues les serviría para poder huir de ese tipo de vida que odian y que los franceses idealizan.  

Son muchos los grandes momentos de esta película. Uno de los mayores, es esa conversación que Antoine fuerza en el bar con los hermanos que han estado acosándolo, que han saboteado su cosecha contaminando el agua de su regadío, que han profanado su casa por las noches, que lo han amenazado reiteradamente, aunque sin pronunciar las precisas palabras, las que hubieran podido quedar registradas en la cámara que él ya lleva siempre consigo, como forma de documentarse para una denuncia, de establecer pruebas frente a un previsto asesinato. Y es que el francés está decidido a no amedrentarse. No como su mujer, que lo apoya, pero angustiada hasta un punto en el que, por ella misma, tal vez tiraría la toalla. Cuando Antoine se arma de valor para acudir a la taberna, sabe que va a ser visto, por la mayoría, como un bicho raro, un indeseable advenedizo, alguien que pertenece a otro mundo y que equivocadamente se ha querido insertar en un ámbito humano secular que no comprende. Esa distancia cultural se convierte en un desquiciante enfrentamiento con sus vecinos, que, por antigüedad y tradición, se creen amos de la comunidad, aunque las leyes los desmientan.

Esa tarde, entra en la taberna decidido a obligar a sus oponentes a entablar un diálogo en el que se clarifiquen las razones de cada posición recalcitrante. Los invita a beber, apartados de los demás, junto a la barra. La mirada de Xan, el mayor de los hermanos —interpretado del todo convincentemente por Luis Zahera— es la de quien se viste de inocencia y se justifica y prepara para la agresión más brutal, que considera tan molesta como irrenunciable. Hasta ahora, su actitud ha estado fundada en la fuerza, que es mucho mayor en él por no tener ningún límite ético que contemple. Allí, se expresa una oposición de intereses. Por un lado, el sueño que ha de cumplir el francés, su derecho legal a vetar una transformación radical de la comunidad en la que vive, pero también de transformarla como enclave de turismo rural, lo que se le impide; y por otro la necesidad de esos hermanos de emerger de la vida que llevan y que consideran tan dura, triste y enfangada. Xan es un hombre de cincuenta y dos años que cada mañana se despierta a las cinco para cuidar del ganado, con una resaca tremenda, adquirida en las tardes, cuando intenta olvidar el mal sabor que le deja cada día. Con el dinero de la empresa eólica, proyecta comprar un taxi en la ciudad y explotarlo a medias con su hermano, ese disminuido psíquico que, un día, salió humillado de un prostíbulo, rechazado por el olor a animal que desprendía.   

Fotograma de la película As bestas. / Productora.
Fotograma de la película As bestas. / Productora.

La mujer de Antoine no tiene claro que deban continuar en su posición, habida cuenta del insoportable acoso que padecen. Sin embargo, cuando él desaparece, como un acto de rabia, pero también de fidelidad, se aferrará a ese lugar, pese a tener que vivir junto a los que ella cree que puedan haber sido los asesinos de su marido. En una de las discusiones que luego tendrá con su hija, que la visitará para intentar llevársela a su país, esta le dirá a su madre que siempre se dejó arrastrar por las decisiones de su marido.

Es muy interesante el tramo final, que viene a ser una excelente propina tras una historia que podría haber quedado bien finiquitada con la simple explicitud del trágico desenlace. Ahora entramos en una fase más puramente dramática. Hasta después de casi cuatro años no se encontrarán los escasos restos del cadáver de Antoine, desaparecido, junto con su vehículo, en 2010. Mientras tanto, Olga está cada vez más convencida de que sus vecinos pueden haberlo matado, pero no puede estar segura del todo. Por eso, cada tarde, haga el tiempo que haga, sale al bosque en busca de algún vestigio que la saque de dudas. La Guardia Civil, ya desde la denuncia de las primeras amenazas, se ha comportado con cierta negligencia, justificando esos enfrentamientos como los de dos culturas distintas.

La hija de Olga acude a visitarla. No puede comprender cómo su madre quiere seguir permaneciendo en ese ambiente hostil, absolutamente sola, vecina de los supuestos asesinos de su marido, que, impunes, viven pegados a su finca. Cuando le propone volver a Francia, y vivir con ella, la madre se resiste. Quedarse allí es algo importante, esencial. Es lo que cree que espera el espíritu de su marido, a quien le rinde un amor que va más allá de cualquier otra consideración que hubiera tenido acerca de él antes. La hija insiste. La madre se rebela contra ese intransigente ofrecimiento. Ella la educó en la libertad, en el respeto. Hay entonces un cruce de palabras antes nunca dichas, que implican una indeseable acusación mutua. Pero esas duras recriminaciones pronunciadas, esos largos pensamientos antes —por respeto, por amor a la paz— ocultos, aplazados, afloran ahora como una erupción que nace de una insoportable divergencia. Sin embargo, los más contrarios y frustrados puntos de vista no logran doblegar más que débil y temporalmente el amor que se tienen la una a la otra.

As bestas es una película que no solo busca el desasosiego del espectador, por la paulatina contemplación de una creciente amenaza, por la detallada tensión que crece a la vez que ese doble y antagónico empecinamiento, sino que nos muestra un retrato antropológico de una zona aislada en la que aún persiste cierto primitivismo, una colisión entre distintas concepciones de la vida, las pesadillas de quienes precisan salir de ellas a través de unos sueños que colisionan con los de sus vecinos. Son los problemas de una convivencia involuntariamente entrelazada, con el agravante de unas mentes encerradas en una falsa e irrespetuosa verdad, de unos hombres perezosos para ver más allá de sí mismos, propensos a la violencia, desquiciados por el enorme agravio que consideran que la vida ha perpetrado largamente contra ellos, atrapados en el sendero oscuro de su estrecha realidad. @mundiario

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