Muerte en el jardín de los novicios

Herbón, en Padrón. / Arturo Franco Taboada
Herbón, en Padrón. / Arturo Franco Taboada
Extracto de “El camino dibujado. De Asís a Compostela. La cocina en los caminos”, de Arturo Franco. Editorial Antilia. / Relato literario
Muerte en el jardín de los novicios

Perdido en lo más profundo del valle, por donde nace el río Ulla y a donde llegaron los restos del apóstol Santiago a Compostela, entre bosques frondosos de robles y castaños, hay un jardín umbrío, lleno de árboles frutales.

Naranjos de copa redonda, limoneros rectos, emparrados de buena sombra en verano, que maduran en septiembre, recrean un jardín donde acompaña el susurro de las fuentes de San Francisco y San Antonio.

Cuidado durante siglos por manos piadosas que amaban a los animales y las plantas con mimo conventual, solo ellos, probes y mendicantes frades, podían ser los que descubrieron para nuestra cocina una chispa, una joya colonial, el pimiento.

“Ningún otro producto de los que se cultivan en las feraces y bien cuidadas huertas herbonenses es tan abundante y caracteriza tanto su producción agrícola como sus famosos pimientos”.

Sabrá con seguridad el último prior del convento de Herbón, pero tal vez se lleve el secreto a la tumba, quién era el titular de las amenazas que un mal día empezaron a atormentarle.

Sabía sin duda el buen fraile, quién era el canalla que disfrazaba la voz con la segura intención de ser prueba nula en los juzgados si llegaba el caso.

Esas llamadas señalaban al asesino, ejecutor miserable, no por los animales que emponzoñó con las malas artes de un exterminador de ratas, sino por sus amenazas de muerte cobardes al pobre prior y a sus frailes. Tal canalla que anda suelta por esos valles boscosos y verdes de aires franciscanos, no se ha movido, bien lo sabe Dios, a causa del precioso regalo que los propios frailes le habían traído de los soles del Yucatán. Importado para ser usado en salazón, molido y secado, Caspicum Annuum, en latín monasterial, de ninguna manera ha podido ser el motor de la codicia que llevó a los ladrones en medio de la noche, a perpetrar acto tan criminal, más propio de antiguos litigios de servidumbres aldeanas y de viejos rencores que llenan los cementerios rurales.

Los pimientiños, que arropan pescados, ensaladas y tortillas de verano, fueron traídos en el XVII desde la región sureña de Tabasco, en el México colonial, y cultivados en las huertas del jardín del convento, extendiéndose por los huertos vecinos con el discurrir del tiempo, convirtiendo al pimiento en el alma de la propia aldea vecina de Padrón.

Al Jardín de los Novicios, entre frutas exóticas, flores y trinos franciscanos, se retiró con el luto de sus amores doloridos, nuestro gran poeta Rodrigo de Padrón, amigo de Macías El Enamorado, a quién llorará amargamente tras su triste final. Casi como paladín cortesano, Xoán de Padrón, caballero de familia hidalga y tierno de corazón, sufrirá las tristezas del desengaño, y como un cruzado marchará a Jerusalén, de donde vuelve convertido en franciscano.

Xoan el poeta, leal amador, como Amadis o Galaor, volverá de Palestina con una palmera que, tal vez inspirado en el cuadro de Giotto, La Entrada triunfal, plantará en el jardín del convento de Herbón. Hoy, entre las flores y los frutales del jardín, ya no juegan con los frailes ni el gallardo Simba, ni la alegre Alma, que acompañaban la solitaria vida de los hermanos con sus juegos y sus ladridos. Hoy se van del valle para siempre los buenos frailes que solo hicieron el bien, pero los perros no ladrarán durante largos días y noches, como cuando murió el caudillo Virata, glorificado con los cuatro nombres de la virtud. @mundiario

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