Ubú Rivera o cuando el centro nunca fue una revolución

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Albert Rivera./ El periódico.

La debacle interna de Ciudadanos pone en evidencia que la política siempre es personalista y que el centro murió en la Transición.

Ubú Rivera o cuando el centro nunca fue una revolución

La debacle interna de Ciudadanos pone en evidencia que la política siempre es personalista.

Escribe Hannah Arendt en su ensayo Sobre la revolución: "la revolución era "salvada" por el hombre de centro,quien, lejos de ser más moderado, liquidaba a la izquierda y a la derecha, como Robespierre había liquidado a Danton y a Hébert".

Rivera había comprometido a sus votantes a una lucha personalista contra Sánchez. Parecía que los resultados electorales avalaban esa estrategia que se tildó por algunos medios, en un primer momento, de exitosa. 

Sin embargo, la euforia inicial fue mutando, con el paso de las semanas, en escepticismo y, tras los pactos en ayuntamientos y Comunidades, todo se ha tornado en pesimismo y desolación, en un vacío de maniobra y operatividad que Sánchez, perfectamente asesorado por Iván Redondo, va a vender como victimismo.

El problema de Rivera ha sido que no derrocó a Sánchez y tampoco  derrocó al PP de Casado. El problema de Rivera es un problema de crisis de fe. Vendió el Apocalipsis y el fin de los tiempos. Pero se pasó de frenada y de mesiánico, y las profecías semitas no se han cumplido. Para colmo, ha tenido que afrontar una serie de pactos institucionales con VOX donde el centro, el Santo Grial de la socialdemocracia y el liberalismo, ha quedado descartado para siempre.

Lo de menos en Ciudadanos es su derechización o la estampida de algunos de sus fichajes más televisivos y comprometidos con la marca.  Lo más preocupante de Ciudadanos es que se ha enfrentado a una verdad que algunos medios de comunicación trataban de vetar, esperando que el electorado fuese más generoso con Rivera y con sus patrocinadores. Y he aquí el mayor mal de los revolucionarios: 1) que no son conscientes de las consecuencias de su revolución y 2) que, en la mayor parte de las ocasiones, son engañados por la historia.

Ciudadanos nunca tuvo el poder institucional ni las infraestructuras del PP y el PSOE. La institucionalización y el dominio informativo, físico y administrativo de los espacios es determinante para el éxito. Rivera, como Casado, partieron de una verdad, cuya frecuencia de uso, cuya excesiva exposición mediática y cuya continua discursivización acabaron por convertirla en un fake. El barroco, la repetición y la hipérbole tienen la culpa. Los clásicos sabían que la Retórica tiene esos riesgos. Fueron cansinos hasta la saciedad con la balcanización inminente de nuestro país. 

Sánchez había vendido a España. Y, aunque fuese cierto a raíz de aquella moción de censura que facturó a Rajoy, PP y Cs ofertaron al electorado el miedo y el miedo no gana elecciones. El adelanto electoral del sanchismo se produjo ante la negativa de muchos varones socialistas de acatar la figura del relator para ese posible referéndum en Cataluña. Nunca entendí ese silogismo del "España se rompe", cuando, a pesar de Sánchez, las elecciones se adelantaron para evitar lo que podría haber sido en Cataluña el inicio de una negociación identitaria.

Rivera no ganó a Sánchez. No ganó a Casado. No ganó nada. Solamente un espacio público que ha tenido que mercadear a favor de revivir a Casado inexorablemente.

Y, sin embargo, entiendo a Rivera, entiendo su parquedad, su solipsismo, su ego, su cerrazón. ¿Qué puede hacer? Pactar con Sánchez supone desafiar el éxito relativo de su estrategia electoral. Pero no abstenerse implica contribuir a romper España. Un adelanto electoral relanzaría el bipartidismo.

El mesianismo tiene consecuencias y, ante eso, hay una sola salida. San Pablo. Rivera está amortizado. Ciudadanos necesita a San Pablo, alguien que sea capaz de convertir el judaísmo más integrista en ese cristianismo donde el rigorismo apenas existe, donde las obligaciones y las leyes son mucho más flexibles y acomodaticias.

Rivera no se equivocó. Creyó en la venida del Reino, pero el Apocalipsis no ha llegado con los efectos esteticistas que él había profetizado. Al menos, por ahora. Rivera hizo lo que hizo Robespierre, pero la historia lo engañó, y la España invertebrada, y esa nacionalización del problema independentista. Y ahora se encuentra en el peor de los escenarios: puede convertirse en aquello que odiaba de Sánchez. Con su inacción y su personalismo, puede romper España. @mundiario

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