El trabajo frustrado del Rey Carlos III

El Rey Carlos III en su primer discurso a la nación. / BBC
El Rey Carlos III en su primer discurso a la nación. / BBC
El autor Ignacio Vasallo relata en MUNDIARIO un breve encuentro que mantuvo con el Rey Carlos III, pero también con la fallecida Isabel II durante su estancia en Reino Unido.
El trabajo frustrado del Rey Carlos III

Anualmente la Reina Isabel II ofrecía en el Palacio de Buckingham una recepción al Cuerpo Diplomático acreditado ante la llamada Corte de Saint James. El Embajador español, en este caso Carlos Miranda, acudía acompañado, como marca el protocolo, por tres funcionarios acreditados y sus parejas. Ese año, 2007, me invitó a que le acompañara como consejero de Turismo.

Una recepción real es siempre interesante; el ”entourage“ deambulando por los salones, los edecanes, vestidos de húsares o dragones con las correspondientes botas brillantemente lustradas parecían medir cerca de dos metros, mientras que las damas de compañía, identificables por las coronas que les adornaban la cabeza, atendían a los amigos que tuvieran entre los visitantes o a los que hacían ese día. Has tenido que cruzar los pasillos llenos de obras de arte de los más reputados pintores europeos, especialmente de los siglos XVII y XVIII. Forman parte de la colección Real, la más importante del mundo en manos privadas –si es que las manos de la corona son privadas-.

Las delegaciones se fueron poniendo en el orden establecido, con cada embajador al frente. Las instrucciones eran simples. A la Reina se la trataba de “your majesty“, respondiendo a la pregunta que haría a cada Embajador una vez presentado este. Ella tiene que hablar primero. A partir de ese momento se convertía en “Maam“, es decir madame a la inglesa, pues ya se sabe que los nativos no pronuncian todas las vocales. El resto nos teníamos que limitar a ser presentados por el propio Embajador y a darle la mano si ella la ofrecía. De refrigerio nada hasta que terminara la ceremonia. Cuando llegó después resultó mediocre, unos sandwichitos fríos y unos “claretes” -es decir tintos de Burdeos-, claramente mejorables.

Apareció la Reina en el inmenso salón, también poblado de buenos cuadros; podíamos estar cerca de trescientas personas. Más bajita de lo que yo me la imaginaba -oficialmente media 1,63, pero eso fue antes de que encogiera- y con su bolsito colgando del brazo izquierdo. El contenido de dicho bolso, si es que contiene algo, debe ser uno de los secretos mejor guardados del Reino Unido. Un par de pasos detrás el Príncipe Felipe, igualmente por debajo de las expectativas, que son 1,82, vestido, o más bien podría decirse disfrazado de caballero de la Orden de la Jarretera, es decir unos pantalones cortos y negros abombados y unas medias del mismo color. En uno de los muslos lucia, como corresponde, una liga, la famosa jarretera.

Parece que el origen data de 1348, en que con ocasión de un baile en el que Rey Eduardo III danzaba con una señora o señorita, que varía según las versiones. Al parecer a esta se le debió caer la liga que el Monarca recogió inmediatamente para evitarla el mal trago y se la puso en su propia pierna pronunciando la famosa frase, que es el lema de la orden “Honi soi qui mal y pense“ que amenaza al que piense mal y que también está incluida en el escudo real.

Cinco o seis pasos detrás venían el entonces Príncipe Carlos con idéntica vestimenta que su padre, pero un poco más alto, a pesar de ser oficialmente más bajo, y un poco retrasada Camila que llevaba el título de Duquesa de Cornualles de buena altura, pero mayor anchura.

Pasó la Reina, charló con el Embajador un par de minutos, fui presentado, me saludo afable y distantemente, sin dar la mano y siguió su camino. Algo parecido hizo el Príncipe Felipe, aunque con la cara más sonriente. Llegó el Príncipe Carlos que fue más charlatán, contándonos las veces que venía a España a la finca del Duque de Wellington en Granada. Al poco de terminar y antes de que llegara Camila, y cuando ya se había alejado unos pasos se dio la vuelta y le preguntó al Embajador quien era el responsable de turismo que le acababan de presentar, al tiempo que le decía a Camila que se acercara. Cuando me tuvo enfrente me contó que esa mañana al ir a coger el helicóptero en Clarence House- su residencia- había un grupo de simpáticos españoles que les habían aplaudido y me preguntó si yo me ocupaba de traer a los españoles a Inglaterra. Cuando le dije que no, que mi trabajo era el contrario; llevar británicos a España, se decepcionó y me dijo muy serio, que eso lo hacía cualquiera y con ese sentido auto flagelador, “self deprecating”, tan típico allí, remató con un “incluso yo soy capaz de hacer ese trabajo“.

No informé sobre la conversación a mis superiores en Madrid no fuera a ser que me suprimieran los complementos por el nivel de preparación y dedicación exigido si aceptaban que cualquiera pudiera hacer ese trabajo.

Ahora solo nos falta comprobar si es capaz de hacer su nuevo trabajo como Carlos III. Estoy seguro de que sí. Tiempo para prepararse no le ha faltado. @mundiario

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