Súbditos del tiempo

Un reloj de arena que muestra el paso del tiempo. / Rocco Stoppoloni en Pixabay.
Un reloj de arena que muestra el paso del tiempo./ Rocco Stoppoloni en Pixabay.

De qué nos sirve el tiempo si lo malgastamos. Somos impuntuales hasta con nosotros mismos. Es el único regalo que no nos hacemos aunque lo echemos de menos.

Somos súbditos del tiempo. Desde que el hombre es hombre y mide sus tiempos, sus palabras. En múltiples ocasiones, de sus amplias presentaciones. Como dice José Luis Sampedro: “Nos educan para ser productores y consumidores, para ser súbditos y para no tener pensamiento propio”.

Por eso hay quienes llevan reloj aunque no necesiten saber la hora. Otros portan un móvil que ya lo indica cada vez que abre su pantalla. Pese a todo, valoramos la sobreprotección del tiempo, de la hora, de la seguridad personal, de los datos y hasta de las copias de seguridad que realizamos en varios dispositivos en la nube y en periféricos, por si acaso.

Qué tendrá la hora como para consultarla frecuentemente a lo largo del día. No importa el momento, cualquier instante consciente o reflejo es bueno para saber la hora, si el reloj funciona correctamente y acierta  nuestra intuición temporal. Ante la duda, acudimos al terminal móvil que sincronizado digitalmente con los satélites, nos da fe certera del instante del día. Por qué lo hacemos frecuentemente es otra cuestión interesante.

De la misma manera que nos dejamos llevar durante el sueño, al menos en las primeras horas de la vigilia, no así cuando tenemos la sensación que se aproxima el amanecer y de repente el inconsciente nos despierta por unas fracciones de segundo para consultar la hora.

Hay quienes duermen con el móvil. No es muy recomendable dicha práctica por aquello de que las radiaciones electromagnéticas pueden perturbar el sueño y la salud. Hay otros que suelen dejarlo en una habitación contigua como servidor, pero como muchos también soy de los que se acuestan con el reloj de pulsera. 

A diferencia de la mayoría, tampoco me lo quito de la muñeca para dormir sino que  lo dejo puesto toda la noche, porque los que nos despertamos para cambiar de postura somos súbditos del tiempo y consultamos la hora, por acto reflejo, por curiosidad y constatar que el tiempo no se ha detenido en nuestra “ausente presencia”. 

Soñar con el tiempo, con la hora, a veces ocurre. Pero no me atrevo a las interpretaciones oníricas que para eso están todos esos expertos del psicoanálisis. Lo que sí aclaro, es que he asumido la costumbre, como unos cuantos coetáneos de mi era, de cargar con un reloj de muñeca con la manía particular de que su esfera sea luminiscente, para evitar encender la luz y desvelarme del todo del sueño. 

Luego dicen que somos uno de los países con mayor contaminación lumínica del planeta. No es  extraño que ésta haya invadido nuestras alcobas, ya sean con los móviles, los radio-despertadores digitales o los relojes de muñeca con luminiscencia. Como buen súbdito del tiempo, el tiempo pasa volando y sin darnos cuenta los años pasan a la velocidad de la luz. A unos cuantos se les hace eterno, como a los prófugos, delincuentes, saboteadores o invasores rusos. 

Estos últimos están deseosos de que el tiempo, la hora, avance con celeridad para consumar la invasión, asentar el golpe y anexionarse por la fuerza un pedazo grande de territorio ajeno. Apelar a la historia no tiene sentido. Hace años que se detuvo, certificó la defunción de la URSS y empezó un tiempo nuevo que ahora los invasores en Ucrania violan a base de bombas y armas aniquiladoras.

SOMOS LA ÚNICA ESPECIE PENDIENTE DE LA HORA

Debemos de ser probablemente la única especie viva en el planeta, que tanto en tiempos de paz como de guerra, estamos pendientes  a menudo de la hora. La flora y los árboles crecen sin atender el paso del tiempo. Lo hacen con naturalidad, esa misma que pretendemos emular pero destruyendo el planeta en tiempo record. 

La fauna también lo hace sin atender el devenir y son las mascotas las que han adquirido como los humanos la costumbre de los horarios (de entrada, de salida, de comer, de dormir, juego, etc).. Pero en la vida salvaje, el reino animal actúa por intuición y se adapta al tiempo horario y no pregunta nunca “cuándo se cena”.

Otra singularidad de la especie humana son los buceadores y los cosmonautas. A pesar de estar equipados con la más alta tecnología, suelen llevar a mano en la muñeca un reloj de cristal de zafiro para medir el tiempo terrícola en las profundidades de los mares y en el espacio sideral tras traspasar la atmósfera.

Somos singulares y aunque convivimos en la tecnoesfera (todo aquello dominado por la tecnología inventada por el humano), tan pronto como traspasamos la exosfera permanecemos enganchados a la medición del tiempo terrícola de la troposfera.

Hay quienes sin ser astronautas somos más mundanos y  llevan escapulario a todos los sitios durante toda la vida. Como si los salvara del paso del tiempo por el simple hecho de acariciarlos llevando la mano al colgante en el cuello.

Sentimos pánico al tiempo agotado, por eso le damos cuerda, lo calendarizamos, lo sincronizamos, lo cronometramos, para que no se detenga y siempre esté en marcha. Pese a todo, es el único regalo que no nos hacemos aunque lo estemos echando mucho de menos.

SIN DECIDIR EL HUSO HORARIO

Si como ya se ha reiterado en numerosas ocasiones, el tiempo es una noción prosaica que tenemos muy arraigada al menos en España, por eso somos tan impuntuales con las citas aunque a menudo prometemos subsanar tan extendido defecto. Pero siempre llega el día, la ocasión, el momento, la fecha, para volver a ser impuntual para enfado del que espera y pierde taradamente el tiempo. Hemos visto hasta declaraciones de independencia (DUI) que han durado segundos, mofándose así de la puntualidad cronológica de la historia.

Como digo, los horarios en España sólo se cumplen cuando montamos en el AVE. Renfe no espera. Sí se hacen esperar, por lo menos el tiempo que haga falta, las compañías aéreas, las eléctricas con las altas de la luz, las telecos con internet,  el notario para echar una firma o para cobrar una herencia estancada.

Llevamos relojes, móviles, nos cruzamos con paneles luminosos que anuncian la hora y la temperatura, taxistas con el taxímetro que marcan el importe y los minutos solares del día, los relojes automáticos colgados del techo de estaciones y aeropuertos, y sin embargo, llegamos tarde a las citas por imprudencia, falta de cálculo, previsión, ignorancia del tiempo o por simple desidia cultural que suele ser lo más habitual.

Hemos mejorado mucho, pero aún así, la generación del baby boom, millennials, X, Z o como se llamen, llegan tarde a los compromisos, tanto sociales como profesionales. Algo tenemos que el tiempo nos supera, aunque nuestros  herederos no pueden poner por excusa la falta de información porque hasta el whatsapp marca la hora en mármol. Por razones de protección de especie, ya no se usa el cucú.

España, a su ritmo propio, tampoco se aclara qué tipo de huso horario aspiramos. Si permanecer con la hora de Berlín que nos iguala con la mayoría de las capitales europeas pero impuesta por Franco, o si por contra debemos volver al huso horario del meridiano de Greenwich que nos descontará una hora e igualaría con el horario de Londres, Lisboa y Canarias. Seguimos sin hacer los deberes, pero malgastamos el tiempo y lo que es peor, se lo hacemos malgastar al súbdito por holgazanería política.

También dijeron en la Comisión Europea que “pronto” se acabaría con el engorro de cambiar la hora dos veces al año y nos decantaríamos bien por el horario de invierno o el del verano. Pero son tan incompetentes que lo llevan postergando sine die por falta de tiempo como otras muchas cuestiones. A todos los súbditos, el tiempo propio y ajeno nos supera, porque las prioridades y hasta las promesas se las lleva el tiempo.

Si el tiempo y la noción son un invento humano, qué sentido tiene fuera de ese ámbito. No parece que no forme parte de la trama en el universo, como bien demostró Einstein con su teoría de la relatividad. Si la energía no se crea ni se destruye sino que se transforma, el tiempo es una invención que se constriñe en el universo que nos toca vivir. ¿Pero tiene sentido negar el tiempo? Si no existiera, entonces ¿qué mide el paso de los días, de los años, de los siglos? Si no es el tiempo, tal vez sea algo parecido al tiempo. 

Lo que sí parece seguro es que seguiremos dependiendo del transcurrir del tiempo en su amplia acepción: tiempo promedio, medido, reglamentario, prorrogado, perdido, un nuevo tiempo, testigo del tiempo, fallido, atmosférico, narrativo o literario por citar unos cuantos.

Con la IA hay quién dice que mediremos el tiempo de otra manera. Mientras sigamos siendo súbditos, por mucho ocio que dispongamos, tal vez acelere una nueva concepción de la jornada laboral, del estudio, del recreo, del sueño y reflexión, hasta de la vida y muerte. Como dicen los pedantes herederos de la invasión visigoda: “No viene de un día o de dos”. Eso, encima perdamos el tiempo para echarlo de menos. @mundiario

 

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