Ricos y pobres siguen estando ahí

Billetera sin dinero. / thejournal.ie
Billetera sin dinero. / thejournal.ie
Sorprende que esta oposición de significantes escandalice: si es por halago a una supuesta clase media trabajadora omnicomprensiva es estúpido.   
Ricos y pobres siguen estando ahí

Andan en primer plano las publicitarias rebajas de impuestos que manejan unas y otras Comunidades autónomas en el intento de convencer a posibles inversores para que lleven dinero a sus territorios. En esta batalla de los impuestos los grupos del Congreso y del Senado compiten por ver quién convence más a los votantes en cuanto a medidas fiscales que puedan paliar la difícil situación que, después de una pandemia, genera la guerra en Ucrania. En la competición por la audiencia,  vuelven a salir “los ricos y los pobres”, bien como excusa, bien como estrategia o sencillamente como tópico.

Una larga historia

Los malentendidos o fingimientos de ofensa por el empleo de estas dos palabras no cambian una historia de bastante más de dos mil años, en que han servido para entender la realidad social. Igual de antiguas son los intentos de soslayar la oposición de intereses que hay entre los que están en las percentiles altos de la posesión de bienes y rentas respecto a quienes se encuentran en los más bajos. Estas hipócritas rasgaduras de vestiduras resucitan de nuevo, por tanto, una particular ansiedad  de que nada se mueva y que continúe tal cual o, si no, que lo peor lo paguen solo los de abajo. Viven tranquilos en su burbuja y solo anhelan seguir igual, sin que ningún pobre les amargue el día; no les afecta la inflación, ni el encarecimiento de los bienes más necesarios. Su autosatisfacción no advierte que el valor de lo que tienen depende del trabajo de los otros, y que, para que eso funcione con un mínimo de armonía, es imprescindible ceder  y reconocer que los pobres existen –aunque prefieran llamarlos de otros modos- y necesitan no sentirse tan pobres y desamparados.

En los momentos de crisis de las culturas sociales dominantes, es cuando se ha visto con más claridad cómo, para  que la desigualdad no derivara en conflicto o lucha de clases, los modos de relacionarse ricos y pobres evolucionaron hasta encontrar fórmulas que, en vez de peleas a muerte, establecieran marcos pacíficos de convivencia. En la metamorfosis de la relación entre ambos polos de la sociedad es donde está la parte más atractiva de la historia social, mientras han proseguido, de modo terco y antisocial, posiciones negacionistas al entendimiento, con inventos contrarreformistas que no mejoran la vida colectiva, pero amplían la rentabilidad para unos pocos. En este momento preciso, tan definitorio de cambios imprescindibles, sería un grave error desperdiciar una larga historia de desencuentros conflictivos entre pobres y ricos que, después de la II Guerra Mundial, llevó a Europa al pacto social del Estado de Bienestar.  

El tracto genealógico hasta establecer las primeras leyes básicas, había pasado por una larga pelea en las relaciones laborales y salariales; no había sido fácil corregir la inexistencia de leyes que limitaran el derecho absoluto de los propietarios de los bienes de riqueza a contratar a sus trabajadores con salarios y condiciones de miseria. Hasta los años 80 del siglo XIX, la inmensa clase trabajadora era pobre, porque solo disponía para subsistir del trabajo de sus brazos, y ni siquiera el derecho a la vida les estaba garantizado. Vivir era mucho más aleatorio que ahora, y solo cuando el Estado empezó a limitar por ley el sacralizado derecho de propiedad para un bien superior como la vida colectiva, empezaron a encarrilarse las relaciones sociales de otro modo. Hasta 1878-1881, en que Otto Von Bismarck promulgó un conjunto de leyes en Prusia  destinadas a frenar una posible revolución -similar a la de París en 1871-, no se extendieron en Europa leyes que tuvieran en cuenta a los pobres o asalariados. En España, no fue hasta 1900, cuando se promulgó la primera de este tipo, al tratar de atender a algo tan básico como los accidentes del trabajo.

Variaciones en torno a la pobreza

En una coyuntura tan frágil como la actual, no puede seguir invocándose –como a veces se oye en debates demasiado alegres- que algunas medidas fiscales “atentan” contra el derecho de propiedad. El propio León XIII, en la primera encíclica “social” de la Iglesia, en que tocaba en 1891 el problema central de la pobreza – la derivada del trato que recibía la clase proletaria-, con un tono apologético peculiar y sus propuestas sobre el valor de la “caridad” para el arreglo de “la cuestión social”, reconocía la necesidad de replantear las formas relacionales existentes.

Los pobres y los ricos aparecen varias veces en los Evangelios, igual que aparecían antes en los libros bíblicos judaicos, y no siempre de modo claro; si los ricos no entraban bien por el ojo de la aguja -que decía una de las parábolas-,  no casaba bien la bienaventuranza de los pobres y que los pobres “de espíritu” fueran la solución del conflicto latente. . Tampoco el uso de la caridad eclesiástica fue la solución; rezar el padrenuestro juntos no ha evitado los múltiples enfrentamientos bélicos de unos y otros por razones tan variopintas como disfraces tienen los egoísmos para aparentar buenos sentimientos a cuenta de lo sobrante. En la propia Edad Media, la de más arraigada teología política de cristiandad, hay múltiples ejemplos. La iconografía bajomedieval, por ejemplo, dejó testimonio, según Michel Mollat, de cómo el pobre, suplicante a las puertas del rico, era imaginado indigno para ser aceptado; vidrieras y tímpanos de las catedrales mostraban un orden social en que tenían un papel muy secundario. Testimonios del cambiante papel de esta virtud no faltan tampoco en Luis Vives en De subventione pauperum (1526), o en El diálogo de los mendigos de Erasmo (1524), que en pleno proceso de aburguesamiento delas ciudades, vieron a los pobres como un riesgo para el comercio y reclamaron el control de la caridad.

Estamos viviendo una situación que reúne todos los ingredientes para ser visto como uno de los de gran transformación en la Historia de la humanidad. El lamento de muchos por el deterioro que puedan suponerle a su propiedad privada cambios como los fiscales que estos días aparecen en la conversación política, es  antisocial. Por más que aparente proteger al común de la gente, no encubre que las demostraciones de insolidaridad renuevan sus modalidades; los abusos actuales del. lenguaje  solo evidencian un fuerte reaccionarismo e ingeniería publicitaria. Estas cortinas de humo ya las advirtieron observadores como Blasco Ibáñez quien, en El intruso, novelando en 1904 la industrializacióm bilbaína, ironizaba con lo que Jesús había dicho sobre los ricos y el ojo de la aguja: “los hombres sin excepción reclamaban el peligro de ser ricos”, “deseaban ejercer la caridad, tomándolo todo para sí y no dando más que aquello que juzgaban innecesario”. 

 

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