Recuerdos del futuro: la consistente fuerza narrativa de Siri Hustvedt

Portada de la última novela de Siri Hustvedt, "Recuerdos del futuro", y retrato de la autora
Portada de la última novela de Siri Hustvedt, Recuerdos del futuro, y retrato de la autora.

El tono del relato tiene elementos humorísticos, críticos, descriptivos de un tiempo y un lugar, pero finalmente se impone su talante de rememoración meditativa.

Recuerdos del futuro: la consistente fuerza narrativa de Siri Hustvedt

Con Recuerdos del futuro, Siri Hustvedt me ha confirmado la maestría que descubrí en El mundo deslumbrante, la que le sirve para convertir sus novelas en unas páginas intensas, que casi nunca caen en lo anodino, que están llenas de observaciones y de ideas sugestivas, de emociones creíbles y concernientes, aunque sean las de personajes tan distintos, por sexo, cultura o ubicación.

En sus novelas, se nota que Siri Hustvedt es amante del ensayo, del conocimiento, ya sea a través de la ciencia o de la filosofía, pero esos elementos de los que se vale no entorpecen una mecánica narrativa que siempre avanza protegida por el hecho de que el lector esté seguro de estar atendiendo a un relato significativo, emocionante o de intriga, revelador de matices interesantes que atañen a nuestra actualidad, sin desdeñar las ancestrales raíces de los sentimientos.

En esta ocasión, la autora juega con un simulacro autobiográfico. En las entrevistas que se le han hecho ha confesado que esas siglas del nombre de la protagonista, SH, o ese apodo que tiene, Minnesota, remiten a su persona, y son en realidad un punto de partida histórico, pues maneja datos reales coincidentes —como el hecho de que ella también llegara a Nueva York en 1978, que habitara exactamente el mismo apartamento de la protagonista, que asistiera a las mismas conferencias—; pero, sin embargo, todo lo decisivo que le sucede a ese personaje es pura ficción.

La narradora encuentra un diario del citado año y, a partir de él, reconstruye el tiempo de aquella joven de veintitrés años, no sin algunas sorpresas a la hora de repasar sus anotaciones. El relato se compone, pues, de esa mirada retrospectiva, de la reproducción de numerosas entradas de ese antiguo diario, así como de fragmentos de la novela que está escribiendo. De estas tres vertientes, la última es la única que no ha llegado a interesarme —y agradezco que sea, con mucho, la menos extensa—; me ha parecido innecesaria, y por debajo del alto nivel de las otras dos.

El interés de la mirada que la autora nos transmite, a través de ese personaje que tiene en común con ella una misma base de situaciones, es la postura indagadora: “Estoy escribiendo no solo para contar. También lo hago para descubrir”. Y, por otra parte, incide en una reflexión sobre las cualidades de la memoria. A la pregunta de su madre sobre el libro que está escribiendo, SH le responde: “Son unas memorias, pero los recuerdos no son fijos. Siempre he creído que la memoria y la imaginación son una sola facultad”. En otro momento, nos avisa: “No olvidemos que un recuerdo siempre está en el presente. No olvidemos que cada vez que evocamos un recuerdo, este está sujeto a cambios, pero no olvidemos que esos cambios pueden traer consigo verdades”.

En esos meses sobre los que la narradora se centra, ocurren dos acontecimientos especialmente importantes. Por un lado, el hecho de que, a través de la fina pared de su casa, escucha a la vecina, una tal Lucy. Intrigada por lo que parecen unos dramáticos monólogos, se apresta a escucharla con mayor nitidez, mediante la adquisición de un estetoscopio. En su diario anota las entrecortadas frases, unos parlamentos cuyo significado está confuso porque a veces no entiende del todo algunas frases, o porque en las palabras de esa mujer no hay los suficientes datos explicativos de la historia traumática que parece del todo probable que ha debido vivir. Ni siquiera después, el hecho de que llegue a relacionarse directamente con ella y sus amigas le ayudará a una comprensión unívoca de esas peculiares personas aficionadas a la práctica de la magia.

El otro acontecimiento, el que ocupa la parte central del libro, y el que impregna el sentimiento de las páginas que siguen hasta su final, es el del ataque sexual que sufre por parte de un hombre que conoce en una fiesta, por el que, en un principio se siente atraída, y de quien acepta una invitación para marcharse juntos más tarde. Pero sucede que, paulatinamente, a medida que lo va observando, va perdiendo su interés por él, hasta el extremo de arrepentirse de su anterior maniobra de acercamiento. Este hombre se considerará con derecho a acostarse con ella. Como le dirá después, en el apartamento de esa joven que ahora claramente lo rechaza, pero en el que, forzándola, ha entrado junto a ella: “¿Quién coño te has creído que eres? ¿Crees que puedes volverme loco y luego dejarme tirado?”

El desarrollo de esa creciente violencia sexual esta profusamente contada, como si SH necesitara revelar cada instante, como si en cada uno de ellos pudiera averiguarse el secreto de ese sucesivo y creciente empujón hacia el abismo que ella no supo o no pudo evitar. Finalmente, la violación no se consuma porque la misteriosa vecina acude en su ayuda. Pero no logra recuperarse en muchas semanas; o, del todo, seguramente, en todos estos años hasta ahora. “El recuerdo me duele, me duele ahora, y así es como el pasado se mantiene vivo. No es un lugar sino un movimiento, del entonces al ahora. La violencia de esa noche y el sonido de una voz que repite una y otra vez “por favor, no” resuenan en y a través y a lo largo del tiempo”.

De esos minutos de terror, contrariamente a cualquier lógica, pero de acuerdo con una repercusión muy corriente en la víctima, quedó en ella una absurda sensación de culpabilidad por no haber sabido frenar a ese hombre, al que vio venir mucho antes de que se produjera el intento de un aún más brutal desenlace que finalmente no sucedió. “Tardé años en restaurar la distancia entre los dos personajes que había en la habitación y entender que lo que debería haber sido su vergüenza se convirtió en la mía, que lo que yo había hecho mal no era ni de lejos tan malo como lo él me había hecho a mí”. “La burla y la repugnancia que yo había visto en sus ojos infectaron la visión que yo tenía de mí misma, y lo que veía desde su perspectiva me resultaba insoportable”.

Hay un juego muy interesante entre esas dos personas —la SH joven y la madura— que son la misma ciudadana, según todas las apariencias, su oficial identificación y la relación con sus conocidos, pero que pertenecen a formas de encarar la vida, tan diferentes que parecen identidades distintas: “A lo mejor uno mismo es un pequeño puñado de historias pegadas al azar que utilizamos para reconfortarnos”. La trama está nutrida por cierto suspense en relación a la misteriosa vecina y a sus conocidas, a los motivos de su dolor, a sus misteriosas ocupaciones, la verdad o la mentira de sus explicaciones. De esa Lucy, dice la protagonista que es la persona más cambiante que ha conocido. Y es que resulta ser un personaje que despista porque manifiesta una contradicción de explicaciones a sus fatales heridas, al daño que le han producido sus hijos, no sabiendo muy bien si la explicación es la de su desgracia o de una indeseable maldad.

El tono del relato tiene elementos humorísticos, críticos, descriptivos de un tiempo y un lugar, pero finalmente se impone su talante de rememoración meditativa, a través de la que se intentan dilucidar los secretos de un pasado, de unos momentos en los que la joven persona que los vivía no jugaba con todas las cartas de la baraja y no podía acceder a una visión total. “Así es cómo funcionan nuestras imágenes mentales. A menudo recordamos lo que nunca sucedió. Y ahora puedo sonreír a mi antiguo yo, un poco triste quizá, pero puedo sonreírle”. Tal vez nunca disponga uno de todos los datos, de esa conciencia integradora de todos los matices, perspectivas, pero podrá aumentar los elementos que enriquezcan una esencial significación. Es lo que intenta esa protagonista provista de las armas de una autora interesada en comprender la naturaleza humana y el peso cultural del mundo que nos afecta. @mundiario

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