Para lo que le queda en el convento...

Gonzalo Pérez Jácome. / Paula Lodeiro
Gonzalo Jácome. / Paula Lodeiro
Cálculos políticos aparte, parece que nadie haya estimado el enorme coste político y también social de reconstruir todo lo que Jácome ha erosionado o derruido.
Para lo que le queda en el convento...

No es un dolor de muelas, ni una jaqueca persistente. Es una gangrena. No sirven los tratamientos paliativos. Hay que amputar. Cortar por lo sano en evitación de males mayores. No hay otra solución. Porque la cosa aún puede ir a peor. Gonzalo Pérez Jácome ha demostrado que está dispuesto a superarse a sí mismo a la hora de perpetrar despropósitos, en un vertiginoso más difícil todavía que no parece tener límites. Cada vez son más los que se llevan las manos a la cabeza ante lo imparable de esa escalada, a sabiendas de que aún le queda algo más de un año en la alcaldía. Meses basura, tiempo suficiente para seguir enfangando la vida pública ourensana, cuyo estado de putrefacción está causando daños irreparables a la economía, a los servicios públicos, a la cultura y a la convivencia. Se dice que ahora Jácome ha ido demasiado lejos por la agresión a una sindicalista. Sin embargo, como él ya no se juega nada, hace tiempo que viene demostrando estar dispuesto a llevarse por delante lo que sea.

Por su escalada electoral y por el momento de grave crisis institucional en que irrumpió, hubo quien le creyó cuando Jácome dijo venir a la política ourensana para sanearla. Pero lo que hace es escarnecerla, denigrarla y envenenarla, de palabra, obra y omisión. Los primeros responsables de la desfeita fueron quienes le animaron a emprender la aventura de Democracia Ourensana, le acompañaron en la singladura, o se subieron a bordo por oportunismo personalista e interesado. También tienen su responsabilidad los que durante años le rieron las salidas de tono y las bufonadas, aunque no tuvieran gracia.  Y no digamos quienes le votaron porque le creían un buen antídoto contra la degradación que sufría el sistema político local. Y sobre todo los que le auparon a la alcaldía. Ninguno de ellos puede ahora llamarse a engaño, puesto que todos sabían quién era Jácome y por tanto no ignoraban las consecuencias que podía tener –y tiene– convertirlo en alcalde.

El PP se equivocó si creía que el ejercicio del poder normalizaría a Jácome, lo domesticaría y lo institucionalizaría. A la vista está que sucedió todo lo contrario, porque se ha ido desmelenando en una progresión geométrica. Los de Baltar también erraban el cálculo si pensaron en algún momento que lo desactivarían cogobernando con él y atándolo en corto. Más vale creer que nunca se plantearon que podrían manejarlo, imperdonable ingenuidad. Está visto ni siquiera el propio Jácome tiene el control de sí mismo. De lo que siguen convencidos en el PP es  de que, cuando acabe el mandato, podrán recuperar a buena parte de los votantes de Democracia Ourensana, porque en el fondo eran de los suyos, desencantados, agraviados o simplemente cabreados, pero populares. Una vez escarmentados, saben cuál es su sitio.

Baltar no ha podido decirlo más claro. Para él Jácome, a pesar de los pesares, es un mal menor frente a la posibilidad de que Juan Carlos Rodríguez Villarino ocupe la alcaldía. No por socialista, sino por ser quién es. Entre ellos dos parece haber algo personal, de piel. Una imposibilidad de entendimiento que daña a todos los ourensanos y de la que sólo se beneficia el alcalde, que se sabe blindado porque para desalojarlo se necesita un acuerdo que no puede ser y además es imposible. La ciudadanía será quién juzgue en las urnas a unos y otros. Seguro que este sindiós no le saldrá gratis a ninguno de los corresponsables. Cálculos políticos aparte, parece que nadie haya estimado el enorme coste político y también social de reconstruir todo lo que Jácome ha erosionado o derruido. Que aún puede ser más, ojo. Porque de alguien como él es perfectamente esperable que aplique aquello de "para lo que me queda en el convento...". @mundiario

Comentarios