La pobreza del debate político español explica en gran medida el crecimiento de Vox

Juan García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León. /Twitter @juan_ggallardo
Juan García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León. / Twitter @juan_ggallardo

García-Gallardo quiere notoriedad mediática y es deseable que la consiga pues su zafiedad será más instructiva para sus electores que la débil oposición política que recibe, tan escandalizada como poco argumentativa.

La pobreza del debate político español explica en gran medida el crecimiento de Vox

Ha nacido una estrella mediática en el ya nutrido elenco de políticos productores de titulares. El señor García-Gallardo, que ejerce la Vicepresidencia de Castilla y León en representación de Vox, y en los pocos días que lleva en el cargo ya ha producido abundantes titulares evidenciando locuacidad, desinhibición pero también imprudencia y descortesía. Se ajusta a la definición que hace el diccionario de la Real Academia para la palabra badulaque: hombre necio, inconsistente.

Y hace falta serlo para destruir en una frase el largo proceso para normalizar a las personas diferentes a las que no hace muchos años se identificaba con toda suerte de términos hoy proscritos. O para verter mentiras sobre la inexistente educación sexual para niños o añadir truculencia al ya de por sí complicado debate del aborto. A los políticos no se les exigen títulos académicos para su desempeño, sólo idoneidad juzgada por sus pares. García-Gallardo quiere notoriedad mediática y es deseable que la consiga pues su zafiedad será más instructiva para sus electores que la débil oposición política que recibe, tan escandalizada como poco argumentativa.

El problema es del PP 

En realidad quien tiene un problema no es Vox, dispuesto a defender un día la liberalización de las armas de fuego y al día siguiente censurar la sanidad universal, sino el PP con el que comparte Gobierno en Castilla y León hoy, posiblemente en otras Comunidades y municipios el próximo año, y tal vez Ejecutivo estatal en un futuro. Ni Mañueco fue capaz de articular palabra tras escuchar a su socio, ni Feijóo quiso hacer comentario alguno.

Frente a Vox el PP viene observando dos estrategias diferentes. De un lado Casado confrontando totalmente con Abascal. De otro lado Moreno Bonilla y ahora Feijóo tratando de no confrontar y restando importancia a los exabruptos de su principal apoyo. En medio, Ayuso tratando de ocupar su espacio con un discurso radical. Los resultados electorales marcan la diferencia. Ayuso tiene mayoría suficiente sin Vox en el Gobierno pero Mañueco no puede imitarla. Por eso la estrategia de Andalucía persigue la moderación que ensanche las bases populares por la izquierda y frene el ascenso de Vox que envía a una de sus principales dirigentes para crispar y polarizar la campaña.

 

El silencio frente a las barbaridades de Vox perjudica al PP haciéndole cómplice. El Gobierno ha reaccionado hablando de extrema derecha todos los días y en todos los foros, como si la magia de las palabras bastase para disuadir a los votantes radicalizados. Intentan, de forma bastante primaria, asimilar al PP a la ultraderecha pero es difícil que ese silogismo llegue a cuajar. El punto crítico es exigir explicaciones constantes a Feijóo por las actuaciones o declaraciones de sus socios. El dirigente popular, habituado en sus muchos años en Galicia a una prensa domesticada, sin preguntas hostiles ni crítica alguna publicada, se encuentra ahora con un panorama mediático más vivo, más incisivo y menos controlado por los poderes públicos.

Incluso para Vox los desatinos de sus dirigentes tienen límites. Véase como Ortega Smith, antaño estrella indiscutible, ha sido relegado al ostracismo en Madrid o como el polémico juez Serrano fue apartado en Andalucía. Todo suma hasta que resta en cuyo momento se adoptan medidas.

La pobreza del debate político español explica en gran medida el crecimiento de Vox, que no viene de la ultraderecha tradicional como se repite inconsistentemente sino del populismo radical importado de otros países. Sus referentes no están en el fascismo del pasado siglo sino en la evolución ideológica de los últimos años como ya documenta una abundante bibliografía (por ejemplo, El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, de Anne Applebaum o La revancha de los poderosos de Moisés Naim).

 

Si los partidos democráticos no son capaces de desmontar las falacias de los radicales mediante argumentos y al tiempo explicación clara de sus posturas, Vox y similares crecerán. Si la política se reduce a los tuits, descalificaciones y etiquetas simplistas, Vox gana, lo hace mejor, con menos restricciones. Ante la crisis evidente de la democracia, la solución no es parecerse a quienes la socavan sino recuperar las virtudes genuinas de las sociedades abiertas, el debate, la exposición ordenada, la mesura, el equilibrio, los acuerdos. Todo lo que se está perdiendo. @mundiario

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