A pesar de la invasión de Rusia en Ucrania y de la política más agresiva de China, que no cunda el pánico en Europa

Vladímir Putin, presidente de Rusia, y Xi Jinping, presidente de China. / RR SS
Vladímir Putin, presidente de Rusia, y Xi Jinping, presidente de China. / RR SS
Los retos internacionales no se solucionan pintando panoramas negros y poniendo en entredicho los principios de la democracia, el bienestar o la globalización, sino apostando por reformas y soluciones concretas que apacigüen los ánimos. La unidad a nivel europeo es más urgente que nunca. 
A pesar de la invasión de Rusia en Ucrania y de la política más agresiva de China, que no cunda el pánico en Europa

A los 100 días desde la invasión de Rusia en Ucrania, los reportajes que nos llegan a través de los medios de comunicación siguen certificando que el país está lejos de rendirse, a pesar del descomunal sufrimiento de su población como consecuencia de la superioridad militar rusa. ¡Quién lo hubiese dicho! Aunque las tropas rusas están a punto de conquistar todo el Dombás, Kiev sigue prometiendo que la región sureste “volverá a ser ucraniana”.

Me preocupa:

1. Que la empatía de Unión Europea con el pueblo ucraniano vaya en declive, mientras que las consecuencias económicas de las sanciones impuestas a Rusia estén ganando la batalla del relato. Que si el embargo al crudo ruso oscurece las perspectivas de crecimiento, que si el agravamiento de la inflación añade dudas sobre la actividad de los próximos meses, que si saldremos muchos más pobres de la crisis, algunos más que otros… 

Los políticos de turno deberían subrayar con más énfasis dos cosas: primero, que la solidaridad con los ucranianos exige, según su presidente Zelenski, que aceptemos una rebaja en nuestro nivel de bienestar. Y segundo, que la invasión ordenada por Vladimir Putin exige, según el presidente estadounidense Joe Biden, una respuesta firme: “Si Rusia no paga un alto precio por sus acciones, enviará un mensaje a otros posibles agresores de que ellos también pueden apoderarse del territorio y subyugar a otros países”. 

¿Significa que los gobiernos de la Unión Europea dejen de tomar medidas más contundentes contra la inflación disparada y buscar las fórmulas más justas para repartir los costes de la situación sobrevenida por la guerra en Ucrania? Por supuesto que no. Es de alabar en este contexto al gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, que es sus previsiones de lo que nos espera y sus recomendaciones para los gobernantes siempre muestra un grado de sensatez digno de resaltar: prevé que la inflación seguirá alta, pero que su tenencia será a la baja, si no hay otro shock energético o subidas desmesuradas de sueldos. Por eso su insistencia en un pacto de rentas, así como medidas fiscales focalizadas en los más vulnerables.

2. Que la globalización, sin duda uno de los factores que más ha impulsado el enorme crecimiento económico desde la Segunda Guerra Mundial, no solo de los países del primer, también en los del segundo y tercer mundo, se esté poniendo siempre más en duda por sus detractores. 

Tomemos el ejemplo de Alemania: la exagerada dependencia del petróleo y gas ruso es descrita hoy por muchos expertos como un grave error estratégico de sus gobiernos desde los 70 del siglo pasado. Fue el canciller Willy Brandt que puso en marcha la política de “Wandel durch Handel”, apostando por aumentar los contactos comerciales con los países de Europa del Este para así impulsar su cambio político. 

Aunque muy contestada en su momento, dio sus frutos: en 1989 cayó el Muro de Berlín, poco después las dos Alemanias lograron su reunificación, muchos países al otro lado del Telón de Acero lograron dar el paso hacia la democracia y la Guerra Fría se acabó, por lo menos durante algunas décadas.  Angela Merkel siguió confiando en esta máxima durante sus 16 años de canciller, a pesar de la deriva autocrática de Putin.

Admitiendo a toro pasado que esta política fue un error en el campo energético: cuando termine la guerra y Rusia – con o sin Putin al mando – regrese a una política exterior menos bélica y más racional, ¿significa que tendremos que castigar al país hasta el infinito, ignorándolo? ¿O será más sensato intentar nuevamente su integración en el mundo económico, en beneficio de todos?

En Alemania, el país que de momento preocupa más que Rusia, es China. Porque ninguna economía de la Unión Europea está tan entrelazada con la china como la alemana. A la luz de los horribles actos del “genocidio uigur”, de sumisión y tortura en los campos de internamiento de la dictadura en la provincia Xinjiang, cuyos 20 millones de habitantes son en gran parte musulmanes, la revista Der Spiegel tituló en portada: “El horrible socio de Alemania – cómo nos hemos entregado a Pekín”. La política de opresión en Hong Kong, las amenazas de una invasión militar en Taiwán, así como los actos hostiles contra otros países asiáticos demuestra una nueva cara de China: la que un gigante cuya política ya no está solo orientada en mejorar el bienestar de sus ciudadanos, sino supeditada más que nunca a sus ansias de competir con los Estados Unidos por la supremacía política y militar mundial.

Con consecuencias, por ejemplo, para Volkswagen, que tiene en la región de Xinjiang una de sus seis fábricas de automóviles chinas, lo que significa, quiera o no la central en Wolfsburgo, un riesgo en aumento. La pregunta del millón a la que se enfrentan muchas empresas alemanas, así como el gobierno de Berlín: ¿Qué hacer con el peligro de su dependencia china? ¿Seguir con la política del apaciguamiento político y cooperación económica? ¿O atreverse a un cambio de estrategia y buscar la confrontación, sin duda con consecuencias económicas?

Y una pregunta más: ¿puede un país europeo actuar solo o tiene que hacerlo en estrecha colaboración con las demás naciones de la Unión Europea? Mi respuesta: o los europeos encontramos soluciones conjuntas para los crecientes problemas de la globalización, motivados por los actores políticos en China que actúan de forma siempre más irracional, o cada país correrá el riesgo de que la economía sufra todavía más, según su dependencia de las inversiones en y del comercio con el gigante asiático. 

Por todo lo dicho anteriormente, será indispensable que ni Bruselas ni el Consejo de la Unión Europea pierdan pues la voluntad de unidad de acción. Que la política y los medios europeos no pinte los panoramas futuros más negros de lo que son. Porque los datos económicos ni avalan la impresión de una quiebra social inminente, ni de un descontento y una desafección hacia la política irreversible. En resumen: ¡que no cunda el pánico! @mundiario

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