Pedro Sánchez y Manhattan

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. / Mundiario
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. / Mundiario

¿Cuál es la relación entre Pedro Sánchez y Manhattan? ¿Es la pasión por los EE UU?  ¿Pasión por la isla de Manhattan, por una cafetería quizás? Si quieres saberlo, sigue leyendo.

Pedro Sánchez y Manhattan

Según la Wikipedia, Manhattan es hoy en día el distrito de mayor población de Nueva York, compuesto por la isla homónima, rodeada por los ríos Hudson, East y Harlem, y caracterizada por grandes rascacielos- el Empire State, por ejemplo, y algunos de los teatros más famosos del mundo, pero este no es el escenario que presidirá Pedro Sánchez en nuestra siguiente aventura.

MADRID 21 de septiembre de 2022

-Pedro, ¿qué estás haciendo?

-Mi amor, preparo la cena.

-Eso ya lo veo, pero ¿no te has pasado un poco, Pedro?

La mujer de Pedro Sánchez vio el desaguisado que había en la cocina, pero no dijo nada más. Su esposo era un amante del antiguo programa de la televisión titulado Con las manos en la masa.

-Hay que ensayar nuevos platos, ¿no te parece, cielo?

Su mujer no dijo nada, lo dejó trajinando y decidió salir a dar una vuelta. Pero antes de salir recordó algo que le había pedido su esposo.

-Te he dejado los recortes en el salón, amor. -concluyó ella.

Pedro Sánchez lanzó un beso al aire a su esposa y siguió con su tarea. Cuando se cansó de inventar, se dirigió al salón y comenzó a revisar viejas noticias.

Poco importante, paja, paja paja…pensaba, mientras iba descartando noticias. A Pedro Sánchez le parecía paja- fundamentalmente- todo aquello que no se refería a su persona, pero de pronto una noticia que le había pasado desapercibida- no le dejaba en muy buen lugar- tomó forma en su mente y dio un brinco por su acierto.

Se dirigió de nuevo a la cocina y decidió preparar un plato espectacular, una mezcla de dos ideas, una italiana y otra portuguesa. ¡No podía haber sido más ingenioso!

Cuando tuvo su plato preparado, lo probó y, como no podía ser de otra manera estaba espectacular. Se comió la mitad, y sintió el sopor consiguiente, que le llevó a tirarse en el sofá del salón, ligeramente intranquilo; había hecho un plato para la posteridad, pero nadie podría catarlo, no iba a ser famoso.

Se quedó dormido soñando ser un gran chef, su nuevo trabajo para el caso de que las elecciones del año siguiente no fructificasen. Y le despertó el móvil. Era Yolanda, que le contaba no sé qué de sus deberes como presidente.

-Ya, Yolanda… Sí, lo que quieras.

Yolanda estaba imparable, pensaba Sánchez. Cómo se le veía el plumero, cómo se le notaba en el movimiento de sus mechas californianas que estaba preparando el terreno para las elecciones de 2023. ¡En fin! Yolanda le resultaba tan cansina como sus mechas, por lo que apartó con desgana el móvil de sus pabellones auditivos hasta que escuchó una palabra que le llamó la atención.

… Manhattan.

Acercó el móvil a su oído para escuchar mejor.

- ¿Cómo dices, Yolanda?

-Te estaba comentando que este viernes en Manhattan dan una copita de vino o de cava por sus cincuenta años.

- ¿Cómo sus cincuenta años? Manhattan debe tener por lo menos…- sugirió atropelladamente Sánchez.

 ¿Cuántos años tendría Manhattan, en Nueva York? No quería meter la pata ni siquiera ante Yolanda, lo podría usar en una campaña de desprestigio contra él.

- ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? -preguntó ella.

-Sí, que Manhattan va a celebrar…

-Sí, la cafetería Manhattan, en A Coruña. ¿No pensarías que me refería al Manhattan de Nueva York?

-No, claro que no. - aseveró Sánchez.

-Por cómo lo decías lo parecía. - insistió Yolanda.

-Pues no. Y esa cafetería, ¿tiene ya catering?

Se escuchó silencio al otro lado del teléfono.

-Supongo. ¿Por qué lo dices?

- ¿Conoces al dueño?

-Conozco a Rodolfo, un cocinero que trabaja allí.

Sánchez comenzó a regocijarse como le sucedía cuando comenzaba a crear algo grande.

- ¿Podrías hacerme un favor?

-Tú dirás.

-Hay un plato que quiero preparar y que se conozca.

- ¡Espera! ¿Un plato…? ¿Qué clase de plato…? ¿En Manhattan?

Sánchez usó toda su labia, que era mucha, y después de alabar la tierra de Yolanda y convencerla de que era bueno visitar tierras célticas ahora que Galicia estaba en brecha, lo organizó todo para ir.

30 de septiembre de 2022

El puerto era un hervidero de gente esperando la llegada de Pedro. Había ordenado despejar la zona para poder aterrizar un Falcon en miniatura. Un simple helicóptero, apodado por él mismo con ingenio “Helifalcon” pues Rueda no había consentido que en el Puerto aterrizase el Falcon de verdad.

Estaba seguro de que allí, frente a aquellas casas de cristal toda la multitud le jaleaba. Los pitidos formaban parte de la alegría con que le recibían. Es como los matasuegras, se utilizan con desparpajo en Fin de Año y en todo ambiente festivo, como el de hoy, con su llegada. Cogió los ingredientes, ayudado por su equipo de confianza y se dirigió en la limusina hacia la plaza de Pontevedra.

Rodolfo ya estaba esperando dentro de la cocina, y era un cocinero bien experimentado. Pero él solo quería lucirse. Estaba en Manhattan: aquella cafetería redonda, antigua, pero con solera le gustaba. Poseía ese ambiente regio que  iba de perlas para su plato estrella. Y le gustaba solidarizarse con todos, sobre todo si se trataba de Europa, ya no hablemos de EEUU.

Sánchez sacó del horno el plato, y lo cortó en porciones, ante la atenta mirada de Rodolfo.

- ¿Hay algo mejor? - le preguntó Sánchez.

-No está mal.-repuso Rodolfo.

Ya sabía que iba a contestar eso. La bruma confundía a los habitantes gallegos. Sin perder su semblante sonriente, Sánchez se dirigió a los invitados.

-Está buena, es original. -dijo un comensal.

Pedro Sánchez no cabía en sí de gozo al ver que a los invitados al cincuenta aniversario les gustaba su plato. Servía él mismo las porciones, pues ya tenía cierta experiencia como repartidor de su época en que había trabajado en Deliveroo. Era consciente de haber sido él único presidente en llevar a gala el lema del PSOE: partido socialista obrero español. ¿Qué mejor cosa que solidarizarse con el proletariado siendo uno más?

Así que sonreía a troche y moche, incluso a los camareros, que también repartían las viandas y le miraban sorprendidos.

De pronto dijo uno: oiga, ¿qué nombre le va a poner a su pizza?

-Aún no lo sé. Es una pizza que lleva incorporada una receta portuguesa. Bacalao espiritual.- Pedro Sánchez acopló su timbre de voz a la pronunciación de Bacalao espiritual. Su voz de bueno le había salido mejor que nunca.

- Debería llamarla pizza Pedro Sánchez- sugirió un invitado al convite.

- ¡Ya lo tengo! - exclamó una mujer- ¿Por qué no la llama pizza Antonio Sánchez?

Sánchez miró a la mujer que había sugerido la idea y se sobresaltó, recordando la metedura de pata del mandatario italiano, al confundirle con el líder luso seis meses atrás. Los memes no habían tardado en sucederse llamándole Antonio Sánchez, en vez de su verdadero nombre, Pedro, piedra, tan fuerte como una roca.

Se quedó mirando con desconfianza a la señora que sugería el nombre a su pizza. No parecía que le estuviese tomando el pelo.

-Buena idea, puede que tenga razón. - convino.

- Por las generaciones venideras será recordado por este plato y por la originalidad de su nombre. - dijo el acompañante de la fémina.

Sánchez se hinchó como un pavo en navidad. Estaba deseando regresar a Madrid. Sin duda, Luna Rossa añadiría aquella nueva pizza a su local, como había hecho en el pasado. Pizza Antonio Sánchez.

La cafetería Manhattan ha cumplido cincuenta años de vida, y tuve la ocasión de ser invitada a tomar una copita el viernes 30 de septiembre por la noche.

A esta cafetería acudía yo cuando era niña con mis padres, los domingos, después de ir a misa. Cuando se inauguró fue una sensación. Una cafetería de diseño circular no existía y hoy en día no existe- creo – ninguna cafetería en la ciudad con esa configuración. Pero la cafetería que en realidad cumplió los cincuenta años es hoy un fantasma. Era el antiguo Manhattan Plaza, que se creó en 1972, año en que yo aún no había nacido, y estaba situada relativamente cerca de la actual, su sucesora.  Durante la celebración del viernes, conversé con el actual dueño de la cafetería, después de degustar dos copitas de cava,  mientras los canapés rulaban con frecuencia.

Antonio, el actual dueño, me dijo que la cafetería tenía unos quinientos metros cuadrados, cocina incluida y la zona de las mesas podría llegar a entre trescientos y cuatrocientos metros cuadrados.

Después de haber degustado un gazpacho con su jamoncito, dos fritos esponjosos con base de mayonesa, y un par de canapés de masa quebrada de atún y salsa rosa, Antonio me relató parte de la interesante historia. Su tío había conseguido la concesión del primer Manhattan en 1975; Don Perfecto estaba familiarizado con la hostelería, gracias a Kirs, otra cafetería que formó parte del paisanaje de la ciudad herculina durante muchos años. Desgraciadamente, D. Perfecto se vio obligado a cerrar el primer Manhattan, con la tristeza añadida de haber remodelado recientemente la misma y perder toda su inversión. Pero consiguió “tiempo” para la nueva, que es lo que quería, pues la concesión está para otros diecisiete años más.

Si elevamos nuestra vista, la cafetería tiene un techo en forma de timón, entre cuyos intersticios de madera hay espejos, una idea que D. Perfecto acogió con agrado, después de haber descartado un techo al aire, entre otros proyectos. Decidí ubicar a Sánchez en esta cafetería para homenajearla, no porque él tenga- que yo sepa – ningún vínculo con ella ni con la ciudad herculina. Y tampoco existe el Rodolfo de esta historia, cocinero que supuestamente Yolanda Díaz conocía, aunque es cierto que ella es gallega.

Nos gustan los edificios que resisten el paso del tiempo, porque nos reconforta esa idea, esa cosa tan difícil de definir, pero tan común a todos, cuando decimos: ¡Cómo pasa el tiempo! Nos da cierta sensación de continuidad en nuestras vidas. En un mundo de modas pasajeras, que trascurre demasiado raudo, veloz, más rápido de lo que un humano puede asimilar, incluso para la gente joven, engullida con frecuencia por los móviles a golpe de selfies y likes, ver cosas que todavía existen, que te acompañan con el paso del tiempo, es como el faro en la niebla que todos buscamos, más aún en nuestras brumosas tierras célticas.

Las cafeterías son esos edificios en que las personas amigas comparten confidencias y cotilleos, charlas amables, o discusiones, con frecuencia presididas por un café. ¿Qué sería de nosotros sin el placer de cotillear de vez en cuando sobre los demás? No es preciso hacer vudú con la intención de fastidiar al prójimo, pero a veces nos gusta pensar en que el otro es más infeliz que nosotros, hablar del hijo ilegítimo que este o aquel tienen o sencillamente verse y dejarse ver. Infinitas posibilidades hay en las cafeterías, porque infinitas posibilidades de “Ser” tiene el ser humano. Y si levantamos la vista al techo de la cafetería Manhattan, a su cielo, veremos unos espejos, el reflejo de lo que somos nosotros mismos. Y según estemos en un momento triste o plácido de nuestra vida, nos dedicaremos una mueca amarga o una feliz sonrisa.

¡Por Manhattan y por otros cincuenta años más, o los que quiera que sean! @mundiario

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