Nos hacemos trampas

Estatua de la Libertad en Nueva York. / viajejet.com
Estatua de la Libertad en Nueva York. / viajejet.com

No es oro todo lo que reluce y, en lo tocante a la libertad, crecen los  trampantojos de modales que, en realidad, son liberticidas.

Es habitual que quienes juegan al solitario se hagan trampas a sí mismos, una pauta visible también en asuntos colectivos; raro es el día en que los modos de contar corruptos desatinos imponen versiones que afectan a todos. En ciertos aspectos sigue sucediendo lo de antaño.

Cuando en 1952 empezó a publicarse un diario hoy desaparecido, El Caso,  asesinatos, robos o fraudes siempre eran un “caso”; nunca tenían nada que ver con el orden establecido o impuesto. Vivíamos en el mejor de los mundos posibles y  todo era culpa de alguien que había perdido la cabeza; nunca había causas estructurales, sino libertades desnortadas.

La liberación a construir

En aquellos sucedáneos de información era difícil “la libertad”. Cuando en los años  sesenta empezó a sonar esa palabra, se asociaba a algo por construir; fue más bien como “liberación”, palabra que  disimulaba los significados de La libertad guiando al pueblo (Delacroix: 1830). Antes y después de esta fecha ya eran multitud cuantos habían expuesto sus vidas en nombre de la libertad colectiva. Por entonces, en 1970, Paulo Freire -han pasado100 años desde que naciera en Sao Paulo- habló de “liberación” para referirse a cómo debía ser la alfabetización de adultos; su Pedagogía del oprimido trataba de un proceso activo de permanente “liberación”, con que crear sujetos que no fueran meros repetidores inconscientes de palabras huecas, sino que, conscientes de su realidad social, económica y política,  pudieran liberarse de cuanto les impidiera desarrollarse con derechos y libertades personales. Esa  mirada  pedagógica, crítica consigo  mismo y con el entorno, encerraba infinidad de parecidos con lo que querría ser la “Teología de la liberación” sobrepasando la dimensión religiosa estrictamente individual de la “salvación individual”. De su nula aceptación oficial por la jerarquía eclesial, Juan Pablo II dejó cumplido testimonio en 1983 en el aeropuerto de Managua; dos años antes, este Papa había intervenido la “libertad” en la fe y en la caridad que habían adoptado como directriz los jesuitas en 1974 para sus actividades sociales y educativas.

En todo hay matices pero, en general, en el mundo occidental actual no suele ser problemático hablar de libertad si la conversación se ciñe al plano individual. Todo es más sutil, y aparentemente sin violencia, en las limitaciones que se le imponen aunque se mencione. Ligada a determinados niveles de “transgresión”, hay ambientes en que queda genial dar por supuesto que todos podemos hacerlo todo, con plena libertad y sin depender de nadie ni de nada. La pedagogía de la publicidad y del marketing que nos invade difunde a todas horas que somos libres para tomar decisiones; si surge algún problema, la culpa –el otro dispositivo permanente al acecho- es exclusivamente de cada consumidor. Desde una cultura confesional en que se alternaba la libertad y la culpa entreveradas con con escrupulosas distinciones entre la atrición y la contrición, hemos pasado a una psicologización de nuestra libertad que lo alcanza todo. Por ejemplo, a la evaluación de la calidad educativa, en que   los culpables de los “fracasos” son siempre los “malos alumnos”, un barato modo de atajar problemas, que no requiere esmero en lo que se deba hacer, sino solamente mantener las apariencias. Se confirma así, además, la teoría del liberalismo clásico de que la Naturaleza es sabia y los humanos deben dejar que sus desigualdades se prolonguen. Este darwinismo –que la educación puede acentuar- abre un campo prolífico a negocios inusitados para emprendedores que pongan parches en asuntos que, como la educación o la sanidad de todos, no se arreglan con inacabables reformas provisionales.

Marcos pedagógicos en promoción

Estos días, han abundado las lecciones de sofística pedagógica en torno a la libertad; asociando el lado feliz de esta palabra con abusos semánticos y ejemplos prácticos, la han convertido en embarcadero de la credulidad.  Cuando hace unos días el nuevo líder del PP, en su intento de poner paz a un litigio de aristocracias internas, exaltaba la libertad que gracias a su actual presidenta tenía la Comunidad de Madrid, se apuntaba al uso que, sobre todo desde el 4-M2021, ha hecho de esta palabra su ultraliberal gobierno actual. De ser esta su intención, lo que a escala nacional parece querer desarrollar Feijóo es la acracia neoconservadora del sálvese quien pueda, y que el afán de lucro haga negocio con las desigualdades sociales. Es fácil, por tanto, observar el futuro de las escuelas y sanidad públicas. Si el producto que vende Feijóo es “libertad a la madrileña”, antes de que gane unas elecciones generales son previsibles los beneficios de la pedagogía que ya practica.

Bajo la libertad que vende la gama del conservadurismo de don Alberto Núñez adquiere cada vez más fuerza  la americanización de las formas liberticidas. Su cariz crecientemente agrio sigue teniendo, después de Casado, destacados beligerantes en sede parlamentaria. Es habitual en las formas de confrontación del Congreso de Diputados y, en la Asamblea de Madrid, la joven lideresa siempre se encrespa, crecida con quienes le susurran al oído gracietas diversas. Este agresivo modo de hacer como que se hace política va in crescendo; hace dos días, se ha sumado a esta tendencia trumpista un vicepresidente de la recién creada alianza de gobierno en la Comunidad de Castilla-León. En un alarde insultante a cuantos le hacían alguna pregunta en la nueva asamblea, dejó claro que, en adelante, las virtudes del  liberticidio tienen rédito electoral.

Aunque sean tiempos de incertidumbre –y vuelva el miedo a la libertad democrática, que dijera Erich Fromm en 1941–, esperemos que estas trampas con la libertad que se están colando no nos lleven a tener como horizonte realizaciones como las que genera la Segunda Enmienda de la Constitución de EE UU. Esas masacres incesantes de los últimos 10 años, a razón de más de dos por semana, han vuelto a repetirse hace unas horas en Texas, con al menos 19 niños y dos profesores muertos. En todo caso, no es la libertad democrática lo que impide a los americanos erradicar la venta indiscriminada de armas, en cualquier supermercado, a quien acredite tener 18 años de edad. Es el libre mercado, que la Asociación Nacional del Rifle promueve desde 1871, quien controla  que el Poder Legislativo dé sentido coherente a la libertad democrática.

En EE UU,  quien se presente a las elecciones, si se pone en contra de esta red clientelar, lo paga caro; si   hace como no se entera, le ayudan en las elecciones, y le dan permiso para sollozar un poco en el luto de rigor ante inacabables “casos” como este ultimo de Texas.  La libertad y las libertades tienen mucho quien quiera coartarlas, empezando por quienes hablan mucho de ellas; habrá que ampliar la presencia de la “pedagogía de la liberación” para discernir entre tanta polisemia equívoca quienes trabajan para que existan y se consoliden de verdad, sin hacer trampas. @mundiario

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