De la medicina al balompié

Un balón de fútbol. / Mundiario
Un balón de fútbol. / Mundiario
Los del equipo de Barcelona suelen ser designados como culés y, los del Madrid, blancos o merengues, aunque con otros colores pinten bastos.
De la medicina al balompié

El empleo de lenguajes propios de una actividad (idiolectos), jergas útiles para comunicarse entre iguales, debiera sin embargo cuidarse y las más de las veces evitarse si se pretende dialogar con ajenos a determinadas profesiones. La mayoría de entre ustedes sabrán del –en ocasiones incomprensible– vocabulario jurídico, pero por oficio quiero referirme hoy al que empleamos los sanitarios, útil para nosotros aunque con frecuencia impropio –aunque por hábito caigamos en lo mismo una y otra vez– frente a enfermos o familiares de los mismos. Y la reflexión me ha surgido, por extraño que parezca, a propósito del también idiolecto futbolero que vengo oyendo en la radio y del que les comentaré al final hasta que, ya harto, apago.

Sobre enfermedades y sus cuidados, el listado de expresiones de dudosa inteligibilidad para el profano se haría interminable. “¿Hacemos contención mecánica?” –me sugirió un colega en meses pasados respecto a alguien ingresado y que se tiraba de la cama con creciente frecuencia-. Y también yo hube de preguntarle a qué se refería porque así, de entrada, pensé que proyectaba restringir su acceso a vehículos, y no sujetarla al colchón para evitar golpes.

Nombrar trastornos como odinofagia, nicturia o linfedema no aclarará nada o, si el oyente sabe algo de sufijos y conoce que terminar la palabra en “itis” alude a inflamación, puede interpretar la orquitis como inflamación de una orquesta y, de padecer enteritis, que se ha inflamado por completo: por entero.

Pero viene lo anterior, ya les digo, en paralelo a los apodos o metonimias (¡átame esa mosca por el rabo!) que suelen emplear quienes comentan los partidos de la jornada o por venir, dando semana tras semana la razón a Einstein cuando afirmó que la estupidez, a diferencia del genio, no tiene límites. Incluso muchos de quienes damos la espalda a balón y pataditas, hemos llegado a saber que los del equipo de Barcelona suelen ser designados como culés y, los del Madrid, blancos o merengues, aunque con otros colores pinten bastos y tal vez se precise un máster –con asistencia a clase, y no figurado como el de algunos próceres– para asignar ciudad, sin equívoco que valga, a rojillos y bermellones, amarillos, blanquiazules, azulones y rojigualdas o, como guindas del pastel que he debido ir anotando,  situar a leones y alfareros, periquitos, carbayones, pepineros o nazaríes.

Y encima puede escucharse, añadido a lo anterior, que unos son del Cholo y los otros de Ancelotti o Scariolo. Todo antes de dejar el boli y cambiar de canal por dejar de oír memeces y, además, a gritos.

En aras de todo ello, deduzco que progresar debería ser, si no hacerse con mejores modos de emplear el tiempo, por lo menos procurar que, en algunos temas, el lenguaje fuera vehículo de transmisión y no obstáculo, evitando hacer palmario que lo que queda por aprender supera el fondo y atañe también a las formas.

Desde aquí, procuren evitar una supuesta enteritis y, de ser hinchas alfareros tengan cuidado, no vaya a caérseles el jarro de las manos. @mundiario

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