La gente frecuenta más las cañas que las ecografías

de cañas. / RR.SS.
De cañas. / RR.SS.
El Madrid de Ayuso prefiere vivir al margen de los problemas reales del país entero, en un “vivan las cañas” permanente que, en cualquier momento, y sin darnos cuenta, se transformará en un “vivan las caenas”.
La gente frecuenta más las cañas que las ecografías

La falsa rebeldía antisistema demostrada desde la pandemia por Ayuso responde a una muy bien calculada campaña de propaganda política. Una campaña con múltiples facetas.

Es cierto que la Sanidad Madrileña lleva mucho tiempo en plena agonía, agravada con los recortes continuos, y especialmente los producidos a partir de la pandemia, cuando no sólo no se restablecen los servicios presenciales en la atención primaria, sino que se cierran centros dedicados a esta atención. O cuando no se completan las plazas de expertos sanitarios en los hospitales y se generan las múltiples quejas que estamos viendo cada día en los medios que tienen verdadera voluntad de practicar lo de la información veraz. Pero a cambio Ayuso y su gente pretenden ofrecer a la opinión pública una exhibición de “Madrid sin restricciones”.

En definitiva, aunque la Sanidad la necesitamos todos, es una minoría la que la utiliza de manera frecuente. Y la gente va más a tomar cañas que a hacerse ecografías. Por eso Ayuso y su equipo han traducido aquel sonrojante madrileñismo de “vivan las caenas”, que piropeaba al inepto de Fernando VII, por un “vivan las cañas”. El símbolo de libertinaje individualista, y la bandera de un falso hedonismo, que oculta en su armario los cadáveres de una sanidad a punto de extinción, de una educación empobrecida y que se olvida de los derechos de la mayoría de desfavorecidos. Así como el lema de un modo de convivencia que fomenta la frivolidad y el individualismo de la promoción laboral, familiar y social al margen de la comunidad. En realidad, enlazando con los peores tiempos (que fueron muchos) de una capital que presumía de todo lo presumible mientras al final de la tarde se infectaba con el hedor desbordado de las cloacas.

Se busca una mayoría de población que vote al margen de los deberes y responsabilidades sociales, y olvidando los malos momentos de la vida, que es cuando se necesitan los servicios. Porque quien aguanta los retrasos por las bajas frecuencias en el metro, después se va a mezclar en el trabajo y en la cafetería con quienes han ido en coche, pero tienen ya asumido como parte de la normalidad el atasco de cada día. Y todo eso se olvida alrededor de unas cañas y unas risas.

Es la máxima de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, que ha permitido olvidar, hace tiempo, los miles de ancianos fallecidos en las residencias durante la pandemia, condenados a muerte por unas instrucciones de la Comunidad de Madrid de no aceptar en los hospitales ancianos procedentes de las residencias. Tan olvidados, que hasta la justicia y la fiscalía parecen pasar de ellos, cuyo solo recuerdo es un obstáculo en el camino hacia “el bollo”, hacia el buen vivir.

Y si existe una guerra en Europa que genera una crisis energética, y las autoridades europeas plantean medidas de ahorro energético obligado, es preferible seguir a lo de las cañas, y presumiendo de ciudad iluminada y feliz. Aunque nuestra industria entre en crisis por falta de energía, o por encarecimiento de la misma, y suban los precios, o se pierdan puestos de trabajo. Al fin y al cabo, eso es “cosa del gobierno”. El Madrid de Ayuso prefiere vivir al margen de los problemas reales del país entero, en un “vivan las cañas” permanente que, en cualquier momento, y sin darnos cuenta, se transformará en un “vivan las caenas”.

Al fin y al cabo, si fomentamos esa falsa cultura de las cañas, estaremos generando una masa mayoritaria que terminará votando a quien las proclama, y volveremos a la frivolidad de cualquier Celia Gámez de turno cantando el “ya hemos pasao”, ocultando las cartillas de racionamiento y el pan de centeno y garbanzos, y las colas para comprar penicilina de contrabando a la puerta de Chicote. Que al fin y al cabo es parte de nuestra memoria histórica madrileña.

Y sí: sabemos que hay personas desgraciadas que necesitan ecografías, y quimioterapia, y muchos otros tratamientos e intervenciones quirúrgicas, para los que deben esperar semanas o meses. Incluso conocemos personas que están en esa situación. Pero no hay que amargarse la vida…Al fin y al cabo, la mayoría estamos bien, y vivimos en los felices y despreocupados días de crisis tras una pandemia y una guerraNo dejemos que la dura realidad nos frustre una mayoría electoral. Nosotros al neón, y a la rebeldía de obligar a que los escaparates no apaguen a las diez, para dar a los turistas una falsa idea de ciudad alegre y despreocupada. Que, con un poco de suerte, hasta los desgraciados se contagiarán de esa falsa sensación y teminarán votando lo que jamás pensamos que votarían: es cuestión de mezclar el neón con la chulería, y que los de la calle Ponzano vuelvan a poner la imagen de la presidenta en las etiquetas de los botellines de cerveza: eso sí que fue el “no va más” de las ocurrencias.

Y nosotros a lo nuestro: que el Gobierno llene el estómago de la gente, subiendo los salarios, y pagándoles los ERTEs, y haciendo que los pobres reciban eso que llaman “ingreso mínimo vital”, que eso nos da una tregua para jugar a la ruleta rusa de la chica rebelde. Que ya verás tú cómo el triste de Feijóo, que hace unos días reclamaba que se apagaran los escaparates y que se controlaran las luces y las temperaturas de los edificios públicos, descubrirá enseguida nuestra jugada, y se apuntará a las cañas. Que para eso dijo que “como en Madrid no se vive en ningún sitio”. Claro, como en Galicia le falta su amigo Dorado que lo llevaba de viaje…

En fin: una serie de desvaríos que, por desgracia, no andan muy lejos de una irresponsable forma de pensar, y que se sitúa en esa tradición de interpretar mal el liberalismo en la calle Génova, como cuando Aznar, a cuyos pechos se crio políticamente el mismo Miguel Ángel Rodríguez que dirige esta orquesta (¿o es una banda?), y que tiene estas estrafalarias ocurrencias, capaces de perpetuarnos en este tiovivo de la política de Madrid, llegó a decir que "quiénes eran los de la Dirección General de Tráfico para decirle el vino que tenía que tomar antes de conducir". @mundiario

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