Excesivo a todas luces

Abel Caballero. / Mundiario
Abel Caballero. / Mundiario
Sobreactuando y creyéndoselo, Abel Caballero ha creado un personaje que encaja como una segunda piel en su personalidad expansiva y un tanto narcisista.

Lo de las luces de Navidad de Vigo es superlativo. Pero no puede sorprender, porque a Abel Caballero todo le parece poco. Siempre quiere ir a más. Acababan de conocerse las restricciones energéticas dictadas por el Gobierno, en plena canícula de agosto, cuando el alcalde vigués anunció que este año serán once millones de lámparas led las que iluminarán la ciudad durante las fiestas navideñas y sin embargo aseguró que cumplirá las normas, sean las que sean. Y además ahorrará un catorce por ciento de energía con relación al año pasado. Caballero no encuentra incoherente su despliegue luminoso con la austeridad que se exige a la ciudadanía, a las instituciones, al comercio, etc. Muy en su línea, no le parece para nada un exceso. Está convencido de que nadie va a ordenar, ni siquiera a aconsejar, un recorte de las luces navideñas. Él sin embargo, se adelanta con el gesto de recortar una hora el tiempo en que estará encendida la iluminación. Pero de ahí no pasa.

Esa actitud es la esperable de alguien que en todo es excesivo. Y exagerado hasta casi la caricatura. Desde su hiperactividad –la obsesión enfermiza por ser el perejil de todas las salsas– hasta la popularidad de que goza en su ciudad, en Galicia, en España y, como él dice, en el mundo entero.

Sobreactuando y creyéndoselo, ha creado un personaje que encaja como una segunda piel en su personalidad expansiva y un tanto narcisista. Eso no es nada fácil. Comporta sus riesgos. Tiene mucho mérito, tanto como el saber rodearse de equipos que le son ciegamente leales, de gente incondicional, que no le disputa el protagonismo, que se sabe su papel, y además es competente, resolutiva y eficaz y está a la altura que exige el jefe en cuanto a disponibilidad y entrega a la causa. 

Se equivocarían sus oponentes políticos si creyeran que a la mayoría de los vigueses le encantan las excentricidades y el histronismo de Don Abel, o su permanente exposición mediática, o su onmipresencia pública. Puede que ni siquiera sean del agrado de sus votantes las constantes gracietas de Caballero, que viralizan tanto los medios de comunicación como las redes y que, sin pretenderlo, le convierten muchos días en "trending topic". Eso le otorga un extraordinario nivel de conocimiento.

Para nadie en Vigo y aún fuera de Vigo es un desconocido y  es tarea imposible dar con alguien al que le resulta indiferente. Y además, en la conciencia de buena parte de la población olívica, decir Caballero es decir Vigo. Y viceversa.

A no pocos vigueses –incluyendo también a unos cuantos de quienes le votan– le parecen excesivas las mayorías absolutas de Caballero (absolutísimas, aplastantes, las últimas). Son los que,  dando por bueno aquello de que algo debe tener el agua cuando la bendicen, creen que semejante nivel de apoyo popular no se compadece con el balance de gestión de sus muchos años en la alcaldía. Piensan que más bien responde a un hábil manejo de su imagen pública y de sus influencias mediáticas, a la creación de un espejismo, a comportamientos populistas y sobre todo al victimismo –alimentado con agravios, a veces irreales y otras convenientemente inflados– que le resulta de lo más rentable en las urnas. Con todo, su hegemonía no admite discusión. Don Abel se mantendrá en la alcaldía tanto tiempo como desee, hasta que su cuerpo y su cabeza digan basta, o hasta que los vigueses caigan en la cuenta de que hasta lo bueno, en exceso, pueden acabar resultando dañino. @mundiario

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