La España que somos: Estado del bienestar, sociedad del malestar

Acto conmemorativo de los 43 años de la Constitución Española, en Congreso de los Diputados. / Pool Moncloa /Fernando Calvo
Acto conmemorativo de los 43 años de la Constitución Española, en Congreso de los Diputados. / Pool Moncloa /Fernando Calvo
Construir España: un reto frente a derivas populistas, de periodismo sufragado para difundir incertidumbres y temores, y de exaltación de la frívola ideología de barra de bar, en la que se confunde cerveza y libertad.
La España que somos: Estado del bienestar, sociedad del malestar

En estos momentos en los que en España algunos partidos políticos y medios de comunicación pretenden difundir la imagen de un país sumido en la confrontación, me veo sorprendido -dada mi nula aceptación de algunos dudosos trasfondos ideológicos orteguianos- por el recuerdo de una afirmación y un propósito que expresaba Ortega y Gasset en su "España Invertebrada".

La afirmación -bastante dura- pretende encontrar una causa a la decadencia española (lo escribía hace un siglo). “La rebelión sentimental de las masas, el odio a los mejores, la escasez de éstos: he ahí la razón verdadera del gran fracaso hispánico”.

Tres ideas fatídicas: rebelión sentimental de las masas (me acordaba de ello, escuchando a Ayuso proclamar la “España tabernaria”), el odio a los mejores (hemos visto en la crisis actual la crítica afilada y destemplada contra quienes pretenden sacarnos las castañas del fuego), y la escasez de los mejores, que nos lleva a pensar en quienes promueven – y en quienes les aceptan el juego- las luchas partidistas, mientras los ciudadanos necesitamos serenidad y que nuestros dirigentes sepan poner en valor (y corregir si es preciso) los esfuerzos concretos, y los logros que se están consiguiendo para sortear los problemas generados por la crisis, y para reimplantar y reforzar los derechos sociales que se recortaron fatídicamente a partir de la pasada crisis financiera.

Frente a ese diagnóstico, Ortega postula la exigencia ineludible de “ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español”. Toda una tarea en profundidad que, cien años después, tenemos el reto y la ocasión -y también la necesidad- de afrontar, en unos tiempos de derivas populistas, de periodismo sufragado para difundir incertidumbres y temores, y de exaltación del pandillismo y de la frívola ideología de barra de bar, en la que se confunde cerveza y libertad.

Estado de Derecho consensuado

Hace 45 años, tras las primeras elecciones democráticas posteriores a la dictadura, las Cortes Generales, a través de su Comisión Constitucional, asumieron de una manera seria la realidad concreta de nuestro país. Santiago Carrillo definió aquel proceso con una denominación significativa: “ruptura pactada”, lo llamó, para indicar claramente que se pasaba página respecto al régimen de la dictadura, y definir que se hacía conjugando los intereses de los diferentes sectores, en aras de unas reglas democráticas en las que cupiéramos todos.

Tal empeño, con una participación del 67,1% de los ciudadanos, fue apoyado por el 91,81%, y con sólo un 8,19% de voto en contra. Incluso en la única Comunidad (Euskadi) donde la participación (aunque aprobatoria) fue algo inferior al 50%, se reafirmó al año siguiente con una participación de casi el 60% en el referéndum del Estatuto de Autonomía, amparado en la Constitución.

Definieron el fundamento básico de una soberanía emanada del pueblo, consensuaron -como forma de Estado- una monarquía constitucional, supeditada a la soberanía popular; establecieron claramente unos derechos que configuraban con claridad un Estado Democrático íntegro; y territorial y culturalmente se consagraron y respetaron las propias diferencias y la pluralidad, al definir un Estado de Autonomías y Nacionalidades, y al preceptuar unas lenguas cooficiales con la lengua castellana. Sólo hubo una pequeña -aunque significativa- sombra en el proceso, generada por los titubeos partidistas de Alianza Popular, raíz del actual Partido Popular, que -aun habiendo participado en el consenso de la Comisión Constitucional- dejó entrever una ambigua posición abstencionista.

Estado del bienestar

Sobre ese Estado de Derecho fueron enraizando, primero tímidamente -durante los Gobiernos de UCD- y después con una decisión clara, durante los primeros Gobiernos socialistas, las bases del llamado Estado del Bienestar. Una Sanidad universal y gratuita, una Educación igualmente universal y gratuita, que además prolongaba dos años su etapa obligatoria, y la cultura de los servicios que devuelven a la sociedad una parte de las plusvalías generadas por el trabajo productivo del conjunto de los trabajadores, y obtenidas a través de un sistema fiscal proporcional progresivo.

Este Estado del Bienestar se refuerza, a la vez que se consolida el Estado de Derecho, durante los Gobiernos de Rodríguez Zapatero, con el reconocimiento de diversos y claves derechos civiles, y con el reforzamiento de los servicios y la atención social: desde el reconocimiento de los matrimonios entre personas del mismo sexo hasta la atención a las personas dependientes, pasando por la igualdad.

Un espíritu que se recupera en el afrontamiento de la crisis del covid por parte del actual Gobierno de coalición de izquierda, con medidas que -desde los ERTES hasta la subida del Salario Mínimo Interprofesional, pasando por el ingreso mínimo vital, la reforma laboral y de las pensiones, y otras medidas de recomposición de la sociedad- no sólo han permitido soportar de modo bastante digno una crisis mundial, sino que han planteado retos, como el de los fondos europeos de reconstrucción, para consolidar una España con estrategia de futuro.

Sociedad del malestar

Este último camino ha tenido que andarse -ya le pasó también en buena medida a los Gobiernos de Zapatero- abriéndose paso entre la maleza de una oposición que, sin dignarse en mover un dedo por sacar al país del atolladero, se ha dedicado a difundir de manera continua y abundante, el sentimiento de una sociedad del malestar.

Son muy reveladores, a la vez que una llamada de atención, los datos de una encuesta encargada por Eldiario.es en la que nos dicen que el 70% de los españoles tiene poca confianza en la política. Lo que se podría traducir por desafección hacia nuestro sistema democrático. Se da noticia de esos datos en el artículo aparecido hoy en la sección de Galicia Debate.

Es muy significativo que son los votantes de las derechas (que se autodenominan a sí mismas “constitucionalistas”) los que más desapego muestran hacia nuestro sistema democrático: el 95,7% de los votantes de Vox, el 77,4% de los votantes del PP y el 67,7% de los votantes de Ciudadanos, mientras que el 70% de los votantes del PSOE y el 55,3% de los de Unidas Podemos se identifican más con nuestro sistema democrático.

Está claro que la continuada campaña populista y catastrofista, mantenida por las derechas españolas en su desesperada labor de oposición, tiene una lógica, y da resultado no solamente entre sus votantes. Y que la pléyade de medios de comunicación, tanto de corte clásico como digitales, dedicados diariamente a estimular esta sociedad del malestar hace mella en los ciudadanos, que terminan, por desgracia, dando la razón al Ortega y Gasset de la “España Invertebrada” con aquello de “la rebelión sentimental de las masas” y “el odio a los mejores” como causa de lo que él llama “el fracaso hispánico”.

Aún estamos a tiempo de afrontar y evitar este fracaso, arrumbando los dogmas doctrinarios de barra de bar, reconociendo nuestros propios valores, y buscando el camino del diálogo y del consenso, si seguimos el ejemplo de quienes supieron entenderse para dotarnos de una Constitución y de un Estado Social y Democrático de Derecho. @mundiario

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