El escándalo del mal y la eterna juventud

Mujer en baño de juventud. / Autora.
Mujer en baño de juventud. / Autora.
Ver los rostros actuales de Meg Ryan, Sylvester Stallone o Mickey Rourke, entristece. Da la impresión de que ellos murieron y dejaron en su lugar unos robots.
El escándalo del mal y la eterna juventud

En el Museo Malba de la ciudad de Buenos Aires, Iosi Havilio (en el curso sobre las Cien novelas del Decameron, de Bocaccio) nos retó a encontrar obras que nos hubiesen escandalizado en literatura. Costó hallar alguna. Sin embargo, la realidad puede llevarnos a un infierno desconocido hasta para Dante.

Me puse a revisar qué obra había sido capaz de lograr ese efecto por lo espeluznante. Inmediatamente visualicé La comtesse sanglante, de Valentine Penrose, también novelada como La condesa sangrienta, por Alejandra Pizarnik. Ambas cuentan la historia de Erzsébet Báthory, aristócrata húngara que en el siglo XVII, mató a más de seiscientas adolescentes a quienes hacía raptar para después presenciar cuando se las torturaba hasta morir, y bañarse luego con su sangre para escapar del deterioro físico y mantener su piel blanca, inmaculada. Condenada a cadena perpetua, murió sepultada viva en el Castillo de Čachtice, a la edad de cincuenta y cinco años.

Pegado a ese recuerdo se me apareció el de Gilles de Rais quien mucho antes, en el siglo XIV, había matado a más de ochocientos niños después de abusar de ellos, para bañarse en su sangre, convencido de que eso lo mantendría  joven. Murió ahorcado sobre una hoguera, sin una arruga.

Son historias reales que inspiraron a más de un escritor. Nos escandalizan tanto que preferimos olvidarlas para poder vivir en el día a día. El factor común es la fiebre enfermiza por retener la juventud. Esa finalidad agrava sus crímenes.

El cuento de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, horroriza más que cualquier otro relato gótico. Dorian se da cuenta de que algún día su juventud se desvanecerá y, convencido de que lo único que vale la pena en la vida es la belleza y la satisfacción de los sentidos, hace un pacto con el demonio: mientras él se mantiene eternamente joven, el retrato lleva la carga de su envejecimiento y las marcas de una vida desordenada.

La frescura juvenil se va para siempre. No se puede reemplazar bañándose en sangre de púberes, ni sometiéndose a cirugías plásticas, ni inyectándose sustancias hasta deformarse. El resultado es estéticamente escandalizante. En lugar de ver reflejada en un rostro una vida disfrutada y sufrida con orgullo, vemos caras producidas en serie por médicos artesanos que fracasan, como el Dr. Frankenstein, al querer crear a un ser sin arrugas, y con pómulos y labios abultados.

¿Qué pasó con Madonna? Hoy es otra: grotesca, con unos rasgos marcados que la desfavorecen y no la hacen joven. Por otra parte, una chica puede ser atractiva al adoptar posturas  y vestimentas sexys, en cambio una vieja da rechazo. Me sale decir vieja justamente por esa contradicción con lo natural, de lo contrario diría mujer madura, mayor, u otros adjetivos que pueden albergar a un ser atractivo o interesante, justamente por sus años.

Ver los rostros actuales de Meg Ryan, Sylvester Stallone o Mickey Rourke, entristece. Da la impresión de que ellos murieron y dejaron en su lugar unos robots de sí mismos a los que no lograron infundirles vida.

El grado extremo es el de la duquesa de Alba que llegó al fin de sus días mostrando una imagen totalmente transfigurada. A tal punto, que cuando hoy decimos “parece la duquesa de Alba”  está claro que nos referimos a un resultado nefasto de una o varias cirugías estéticas. La reina Elizabeth II de Gran Bretaña había nacido el mismo año que ella. La dignidad de la vejez reflejada en la expresión de su cara le daba una vitalidad que Cayetana fue destruyendo, de a poco, en la suya.

Vuelvo a Wilde y a las primeras historias de los asesinos seriales. Son casos extremos, psiquiátricos  hasta lo insospechable. Y demoníacos.

Pasaron ya varios siglos. Seguimos intentándolo con otros métodos, y sin resultado. @mundiario

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