La enfermedad gentil

Un diálogo con la muerte en 'El séptimo sello'.
Un diálogo con la muerte en El séptimo sello.
Todos reconocen verse solos ante la muerte, de modo que, aunque venga igual para todos, no hay trato social para la desaparición.

Solo en la dificultad el hombre muestra su prodigio. También, al cernirse la muerte, late la trascendencia, desborda el espíritu; es en las despedidas cuando la verdad es revelada. Y es en la soledad donde hallamos nuestra identidad, así como el conocimiento. De hecho, el instinto de supervivencia es algo personal que nos lleva a superarnos y procrear.

Aunque, debido al innombrable bienestar de una sociedad cuyos límites son muy estrechos, y, por consiguiente, nuestra aceptable esperanza de vida, el dolor sentimental es acusado y castigado, como si fuese un obstáculo al vigente concepto de felicidad. De este modo, en el vacío moral de los excesos, el afán de posesión del asalvajado individuo genera tendencias de devastación que pretenden devenir su espacio en mayores placeres, sustituyendo la trascendencia- e intercambiando la muerte- por la delimitación física del placer y todos sus complementos, que protegerá con avaricia.

La conciencia es agredida incluso por la legalidad, partiendo del hecho de que solo gestiona a la mayoría de una comunidad. Ahora bien, la sociedad respeta la bonanza sanitaria como a un señor padre, sin embargo, no desde el bien sino desde un temor egoísta. El miedo a la muerte es sinónimo de debilidad, y la debilidad no es constructiva. La fuerza de esa sociedad se derrumbará con solo un muerto. El gurú hedonista, el vividor adorado, es susceptible a la mortandad; y, aunque sea el último superviviente, un día lamentará.

Desgraciadamente, por otra parte, hemos de aceptar la muerte con resignación, con menos inquietud que una toma de poder... La tristeza no es rentable, reduce las velocidades, nos hace pensar y querer estar solos. Todos reconocen verse solos ante la muerte, de modo que, aunque venga igual para todos, no hay trato social para la desaparición.

Una persona enferma repentinamente: la risa, el ocio, la comida... todo era un lujo. Su plan de pensiones, la boda, el misterio...: todo comienza a borrarse en su sentido hasta hallar una única trayectoria: su humilde, anónima, solitaria defunción. ¿Tendríamos que enfermar más para aprender a apreciar la sensibilidad? Una persona debilitada es sostenida por su espíritu, por sueños de eternidad inexplicables que hacen al cerebro segregar bienestar.

¿Deberíamos ser instruidos para afrontar la muerte? Al menos, ¿intercambiar nuestros anhelos inconclusos en pos de un futuro mejor? Haría falta dar respeto al agonizante y concederle sus últimas palabras, así como tomar la vida con humildad e ilusión, con una actitud de respeto qque nos una bajo un derecho universal fundamental: el ser vidas humanas fuera de cualquier pertenencia, conectadas por elementos intemporales que revierten la existencia en pequeñas partículas de dios de las que estamos hechos, las cuales nos hacen ser una piedra inquebrantable para siempre. @mundiario


   
  
   

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