El osito de Bimbo

Logo de la panificadora más grande del mundo, Grupo Bimbo / Bimbo
Logo de la panificadora más grande del mundo, Grupo Bimbo / Bimbo
Este artículo se refiere al osito cocinero, el conocido emblema de la casa Bimbo y de sus panes de molde, y al que me une una entrañable anécdota personal, que me retrotrae a mi infancia

Vino tras lo noche negra

de boda vestida el alba;

mayo florido te dijo:

del rosal de tus entrañas

en el invierno cruel

nacerá una rosa blanca.

Y llegó en el mes de enero

una cigüeña temprana

que con su afilado pico

abrió el capullo de grana.

Rosa blanca,

blanca rosa,

florecida en la mañana

de un día que imprime huella

en tu vida

y en mi alma.

Las flores son un símbolo poderoso. A eso aludo en mi poema La rosa, dentro de mi libro Palabras luminosas para tiempos inciertos. Ese poema se refiere a la experiencia de oler una rosa, una experiencia cada vez más escasa por “urbanización” de los comportamientos, y por el hecho de que las rosas que se cultivan y regalan ya no huelen o no suelen oler.

Sin embargo, si has tenido en tu infancia la asombrosa experiencia de oler rosas o cualquier otra flor, eso permanece en ti; de sobra lo sabía Cristian Dior, a causa de las rosas que proliferaban en el jardín de la casa de su infancia, en Granville (Normandía) Uno de los coautores del libro Dior and roses- Éric Pujalet-Plaà- dice: “Dior heredó la pasión de su madre por las flores. La rosa es, sin duda, emblema de esta pasión. En Granville, en el jardín de la casa de su infancia la rosaleda está plantada en el acantilado que domina el mar: este desafío hace de ella un signo de atrevimiento, una expresión vital, un movimiento” Un ejemplar de Vogue del año pasado en un artículo titulado Anatomía de una rosa, decía que uno de los tipos de rosa que reflejaba en sus diseños el gran modista de la moda era la llamada Corola, que “ recuerda al movimiento de la apertura de pétalos que se expanden.”

Hay fuerza y femineidad en toda rosa, es símbolo de la delicadeza de lo femenino y es uno de los rasgos más bonitos y poderosos en una mujer, en mi opinión:  la capacidad de dar, de abrirse, de proveer; la manifestación de lo bello, más allá de la reivindicación actual de la mujer como fuerza física.

La poesía que encabeza este artículo me la dedicó mi padre por mi nacimiento; según él mismo me dijo fue un homenaje a mi madre- a quien le escribió infinidad de poemas- y a mí, pues toda madre y toda hija participan del increíble proceso de Dar Vida y Ser Vida.

En el fragmento de ese poema, mi padre me llamaba rosa blanca. Y si las rosas rojas simbolizan del amor de pareja, el blanco siempre se ha asociado a la pureza, lo que lo dota de gran lirismo y significado personal; me lo leyó a la edad de cinco años y recuerdo que pensé: si esta persona me escribe una cosa así, debo ser importante. Por aquel entonces comenzaba ya a sublimar la figura de mi padre, como hacen casi todos los niños.

Tenía casi cinco años cuando viví un suceso que hoy forma parte de mi historia personal más querida. En “Palabras luminosas…” lo cuento desde la perspectiva de una persona que fue luz para mí, pero hoy lo haré desde el prisma de mi relación con la persona a quien le dedico este artículo. El relato se titula Estrella brillante.

Estaba contemplando el plástico del papel de molde de la empresa Bimbo, cuando vi algo que me llamó mucho la atención. Dibujado en el plástico había un osito; pero no era un osito cualquiera: era un osito alegre y sonriente. Un osito cocinero, para más inri, y ya por aquel entonces empezaba a gustarme la comida. Llevaba un gorrito alargado que era señal indiscutible de su profesión de chef, pero lo que me entusiasmaba era que fuese tan sonriente. Era un osito amable, y cuando vi que caminaba deduje que debía existir en la vida real. Me emocioné con la idea de que pudiera existir en el plano físico; pero los niños necesitan saber por medio de sus padres. Sus padres son todo su mundo y entonces formulé la pregunta que -deseaba- fuera cierta.

-Papá, ¿este osito existe de verdad?

Y entonces, mi padre hizo algo prodigioso, pero no porque fuera mi padre, sino por cómo era, ya por aquel entonces. Me dio un sí rotundo, cuando en aquella época, no solo no creía en las cosas fantásticas, sino que se estaba convirtiendo en el summum de la intelectualidad. Saltando por encima de su forma de ser, “vio”- porque eso es lo que hacen los padres que quieren a sus hijos- que aquella pregunta contenía todo un mar de posibilidades para mí en mi crecimiento como persona y me dijo que sí.

Claro que yo sentía con gran precisión los sentimientos de mis padres- como la mayoría de los niños- y con mi inmenso deseo de “creer” en lo imposible, descarté las dudas que su voz me trasmitía para pasar a la acción. Recuerdo con gran cariño aquella anécdota; fue un momento de felicidad inmensa la que sentí al escribir una carta al osito,- ahí mis recuerdos se difuminan, pero debí garabatear tres o cuatro palabras, con algún corazón dibujado- pues iba a ser mi mejor amigo y según mi progenitor, vivía en la dirección que figuraba en el plástico, que no era otra que la de la casa Bimbo. Luego me puse furiosa, porque la carta no llegó a su destino, ya que, entre otras cosas, había introducido la misiva en una caja de galletas.

Lo mejor que puede hacer un padre por su hijo cuando es pequeño es estimular su imaginación, ver con él esos mundos posibles, pues la imaginación es todo cuanto el niño tiene cuando es muy pequeño; luego, a medida que vaya creciendo, ese adulto en formación utilizará su imaginación para ver las posibilidades del mundo real; no le convertirá en alguien ñoño, sino en una persona con Fe en el Poder de la Vida. Por eso, no es lo mismo estimular la fantasía de un niño cuando es pequeño que a medida que va creciendo. Recuerdo que – y cuidado con los niños que puedan leer este artículo porque voy a hacer spoiler- cuando mi madre era pequeña, pero lo suficientemente mayor para no creer en los Reyes Magos, sus padres tuvieron que desengañarla y ella no lo quería creer. Un padre debe saber cuándo es hora de que su hijo crezca, y se desprenda del mundo fantástico para el caso de que se resista. Respecto a los Reyes Magos, también gracias a mi padre viví en mi infancia varios años de sol, pues me escribía con una caligrafía muy especial una carta procedente del Rey Baltasar, con quien teníamos " enchufe", pues él mismo había tenido un abuelo que se llamaba Baltasar- lo cual era cierto. Hasta mi prima, que ya conocía el percal era engañada por él en la tradicional cabalgata de Reyes, al enseñarnos más caramelos de los que conseguían la mayoría de los niños, tras haberlos comprado en una confitería, se los guardaba en el bolsillo del pantalón. Y toda aquella generosidad de los Reyes Magos- nos decía- era a causa del enchufe de la familia y de nuestras reverencias que, en todo caso debíamos hacer.

Sin embargo,  por paradójico que resultase, la actitud de mi progenitora respecto a mi fecunda imaginación era distinta a la de mi padre. Un día de esos que almaceno como un día radiante, ella estaba cocinando unos espaguetis, que olían riquísimo. Llevaba puesto un delantal donde- curiosamente- un cocinero, gordito y muy sonriente estaba probando unos espaguetis que sacaba de una olla. Le pregunté si ese cocinero era de verdad- secretamente albergaba la esperanza de que, de ser el caso, le hubiese enseñado la forma de prepararlos, y por eso olía tan bien; me dijo que no, que era un dibujo, y aunque me llevé una ligera decepción, me gustó la forma en que me lo dijo, pues ella era muy dulce.

Al seguir explorando el campo de posibilidades de mi imaginación comenzaron a ilusionarme los cuentos con dibujos de colores intensos. En uno de esos cuentos había un dibujo que representaba un camino, muy bien delimitado, y al fondo, la noche azul y misteriosa aparecía brillante, toda cuajada de estrellas. Aquel dibujo a colores era fascinante. Tracé una línea con un bolígrafo siguiendo el camino con la idea clara de ir allí más adelante, y cuando se lo dije a mi progenitor me miró con comprensión y una sonrisa de oreja a oreja ante mi insistencia, pero no me dijo nada.

El 15 de octubre mi padre cumple un año más en su ya extenso calendario y tengo la suerte de contar con él. Aunque a veces se queja de sus pérdidas asociadas a la edad, sigue estando muy bien. Siempre le he dicho que la luz que emana de dentro es mucho más importante que todo el intelecto que tuvo durante gran parte de su vida y al que dio- en mi opinión- demasiada importancia. Porque lo leemos en las noticias- ya sabemos los efectos perniciosos de aquellas personas que se identifican con su mente, y niegan la humanidad de los demás. El caso más claro lo tenemos en toda guerra.  

Y, sin embargo, a pesar de haber puesto el pódium del poder humano en el intelecto, mi padre nunca ha dejado de ver la Luz más importante de la Vida: la pureza de los niños.  Con toda su existencia por delante, el chorro de luz que emanan- aunque reúnan en potencia lo bueno y lo malo del “hombre”- siempre le genera una sonrisa, al igual que a mí. Y entonces me retrotraigo a mi infancia y vuelvo a ver su sonrisa como si no hubiera pasado el tiempo. Feliz cumpleaños, y por muchos más. O, para no contradecirte, ya que es tu cumpleaños, por los que sean. @mundiario

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