El código de la vida

Familia. / Jessica Rockowitz en Unsplash.
Familia. / Jessica Rockowitz en Unsplash.

No creo que el continuo movimiento de 22.000 genes codificantes en cada una de sus 37 billones de células le parezca poco, aunque elimínenos los glóbulos rojos, los cuales carecen de núcleo.

Cuando comento que los algoritmos genéticos están en todo lo que somos y hacemos, me suelen increpar que soy un determinista, pero cuando matizo que un modelo matemático puede explicar nuestra forma de ser y estar, es cuando parece que saltan todas las alarmas.

La verdad es que pienso que no hay más determinista que aquel que se lo dice a uno que no lo es. Se lo explico…

No creo que el continuo movimiento de 22.000 genes codificantes en cada una de sus 37 billones de células le parezca poco, aunque elimínenos los glóbulos rojos, los cuales carecen de núcleo.

Si además le digo que mientras unos genes se encienden, otros se apagan a la vez que algunos permanecen silenciados mientras otros no dejan de hacer ruido… estará de acuerdo conmigo en que el número de combinaciones posibles se acerca al infinito.

De hecho, debe saber que cada persona posee un “umbral de síntesis” de la gran variedad de moléculas que somos capaces de producir y acoger. Por ello, le aconsejo que no se deje llevar por la promoción enfocada al consumo de “aminoácidos”, “neurotransmisores”, “hormonas”, etc… ya que en el mejor de los casos, éstos serán eliminados. En la peor de las situaciones, generarán reacciones adversas en su funcionalidad. Me refiero a la suya… a su funcionalidad.

Por ello debe saber que dependiendo del factor “Tiempo”, la genética posee 2 vertientes.

Por un lado, si el ambiente no modifica el ADN, hablaremos de Epigenética. En cambio, cuando lo modifica nos referiremos a Evolución. La primera acción puede ser inmediata o retardada, mientras que para que se dé la segunda, tendremos que esperar miles y miles y miles de años.

Pero para que vea que no soy el único que quiere convencerle de que el código genético es el que define cómo somos y estamos, he invitado a algunos “amigos”.

El código genético nos define

El primero es Sydney Brenner. El científico laureado con el Nobel en Medicina en 2002 diferenciaba, con cierto sarcasmo, entre la castidad (no quiere) y la impotencia (no puede) de algunos genes.

Así mismo, diferenciaba entre el ADN “basura” y el ADN “chatarra”, ya que pensaba que si algo estaba ahí era porque servía para algo, aunque todavía no hubiésemos averiguado exactamente su función.

Sydney era una persona que creía que las cosas que se piensan hacer, las tenemos que iniciar y ya luego, solventar los obstáculos a medida que vayan apareciendo.

Sus estudios sobre los “codones” o cadenas de nucleótidos en tripletes para conseguir la secuencia algorítmica de aminoácidos que compone una proteína, así como sobre el análisis de la acción del ARN mensajero, siguen iluminando los caminos de la resolución científica a muchas dudas.

Su algoritmo genera un número de codones posibles. Son 64, de los cuales 61 codifican aminoácidos y los 3 restantes son sitios de parada.

Sydney fue uno de los pioneros de lo que actualmente denominamos “Biología molecular”.

La genética es bricolaje

Aun siendo sudafricano, desarrolló toda su carrera en el Reino Unido. Forjó una sincera amistad con Françoise Jacob (Nobel en medicina en 1965), quien nos comentó que… “La genética no es ingeniería sino bricolaje”, ya que fue demostrando que existían elementos genuinos y primitivos en células altamente especializadas.

Esto le llevó a pensar que la Evolución se genera con mínimas expresiones celulares a través de una ecuación donde hay variables permanentes e incógnitas oscilantes.

También he invitado a Eric Kandel (Nobel en Medicina 2000) y nos ha comentado que el aprendizaje se basa en sinapsis superficiales en clave de repetición o impacto, mientras que la memoria se genera en el núcleo de la neurona gracias, fundamentalmente, a la codificación de 2 proteínas que trabajan de forma absolutamente sincronizada.

Así mismo, Rita Levy Montalcini (Nobel en Medicina 1986) nos ayudó a entender que una célula nerviosa se desarrolla según su propio código y no por la influencia de códigos ajenos.

Fue la descubridora, junto a Stanley Cohen, del primer factor de crecimiento conocido, el NGF (Factor de Crecimiento Neuronal).

Actualmente existen muchos Factores de Crecimiento que no son otra cosa que sustancias que junto a las hormonas y a los neurotransmisores desempeñan una importante función en la comunicación intercelular.

También ha acudido Roger Kornberg, premio Nobel en Química 2006, quien aprecia que la vida es solo formulación química y que todas las enfermedades reflejan una distorsión en su código de origen. Por ello, estima que su curación también depende del conocimiento del código químico asociado a dichas patologías.

Para terminar, le presento a nuestro último invitado. Se trata de Santiago Ramón y Cajal, discípulo del Dr. Genaro Casas y Nobel en Medicina 1906. Desarrolló una teoría nueva y revolucionaria basada en que el tejido cerebral está compuesto por células individuales. Esto que ahora nos parece obvio, en 1890 era una idea poco menos que aberrante.

Después de estas apreciaciones de nuestros “amigos”, creo que queda claro que los algoritmos genéticos y los códigos están en todo lo que somos, y que una amplia gama de modelos matemáticos explica nuestra forma de ser y estar sin necesidad de encender todas las alarmas.


De hecho, ya podemos ir apagándolas… @mundiario

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