El caballo de Troya sigue vivo

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso del partido de Madrid. / @IDiazAyuso
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso del partido de Madrid. / @IDiazAyuso

En este presente, las formas trileras de distracción siguen siendo múltiples, muy aptas para intereses ajenos a una sana convivencia democrática.

El caballo de Troya sigue vivo

Desde que Homero contó hacia el siglo VIII a.C. la “hueca emboscada” de que se valió el astuto Odiseo para derrotar a los troyanos, ha servido de metáfora para contar estratagemas con que aprovecharse de la credulidad. Múltiples han sido las versiones artísticas y literarias, particularmente las de Eurípides y Virgilio, a esta invención engañosa.

Decir hoy «caballo de Troya» sigue siendo habitual alegoría del uso de la apariencia de verdad  para provecho propio a cuenta del daño ajeno. Ahí están las advertencias sobre malware que puede dañar el software del móvil y del ordenador, “troyanos” que roban contraseñas, cuentas bancarias y datos de valor para el descuidado. La técnica de distracción de Ulises es habitual en las estrategias militares, en las transacciones económicas, en juegos tácticos como el ajedrez y, por supuesto, en la publicidad y otros aspectos de la vida cotidiana.  

Los noticiarios

 El “caballo de Troya” está presente en muchas decisiones que otros toman y nos afectan. Por eso los noticiarios son un magnífico escaparate para observar la viveza que muestra en la narrativa de noticias, en que nos cuelan información interesada y no siempre veraz. Hubo un tiempo, en los años ochenta, en que se puso énfasis en que fuera objetivo relevante de la enseñanza el logro de una lectura “crítica”. Es decir, que no se diese por bueno lo que cualquier libro, periódico, revista, radio o televisión pusiera en circulación, debía afrontase siempre con un bagaje de desconfianza antes de darla por buena. Para no perderse, lograrlo requiere tiempo y paciencia a quien aspire a tener competencia en “lectura comprensiva”. Cuarenta años más tarde, cuando ha crecido exponencialmente la información y su  circulación en los dispositivos electrónicos, este objetivo se complica. No parece que se haya logrado mucho en este campo más allá de la lectura “mecánica”, hoy accesible a todos y muchísimas personas de todas las edades tienen dificultades para discriminar autónomamente  información fiable que merezca la pena.

Ha crecido la monitorización estandarizada de la manipulación de mensajes; expertos como Umberto Eco, Chomsky, Lakoff o Noemí Klein, nos han mantenido advertidos, pero en las respuestas que transmiten las culturas urbanas dominantes predomina una alta dosis de semianalfabetismo lector. Tendría lógica si se contemplara únicamente la parte alta de la pirámide de edades, cuyo input escolar fue malo, mediocre o inexistente. Pero cuando se constata que esa incapacidad de leer bien alcanza de lleno a las cohortes del alumnado posterior a los Pactos de la Moncloa, se advierte su nivel antidemocrático; se detectaron en 1977 graves problemas de escolarización y la clara divisoria que se había establecido  entre enseñanza privada y pública. El problema es que esos signos continúan visibles en los índices de “fracaso escolar”, y los pasos diferenciales hacia él, en las diversa formas de abandono todavía existentes en el actual sistema educativo. Este fracaso del sistema -colateralmente de los  ciudadanos- es más grave todavía si se tiene en cuenta que, en ciudades como Madrid, la Comunidad teóricamente más rica, pero con menos inversión en educación pública entre todas las demás, solo un 40% asiste ya a centros de la red pública, mientras crecen las ayudas a la red privada por distintos medios. Incluso “los no nacidos” cuentan, antes de nacer, a efecto de solicitar becas para estos centros aunque los ingresos familiares superen ampliamente los 100.000 euros.

Igual que en Sanidad, el modelo educativo de Madrid -que se exporta poco a las otras Comunidades-, defiende que todo irá mejor si todos los ciudadanos acabamos privatizados en una entidad aseguradora y en un ideario “privado” de enseñanza. La “libertad a la madrileña” crece con el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo: la intención de voto ya lo prefiere respecto a otras opciones, aunque sus seguidores no ven a  los pobres del último informe FOESSA: tres millones de personas de las que millón y medio estarían en situación de exclusión. Crece la brecha social respecto al 18% de quienes tienen las mayores rentas, y el rampante semianalfabetismo, proclive a todo tipo de bulos y supersticiones en mensajes de móvil, es fuente de votos tan aceptable, que el neoliberalismo pastorea en él sus “caballos de Troya”. Crecen los indicadores de desigualdad, pero a muchísima gente le es indiferente qué diga la Constitución sobre sus derechos. Si por los hechos nos guiamos, y no por los eslóganes en que insisten muchos gobernantes –e indirectamente los medios-, el semianalfabetismo es rentable. Empieza a dar igual que en los apartados 1-4 del art. 27CE se hubiera pactado una escolarización universal digna, apta para “el desarrollo de la personalidad” si estructuralmente sigue siendo desigual.  Qué más da que el cumplimiento del art. 43 exija una “organización”, “tutela” y “protección” del “derecho a la salud” si crece aceleradamente la tendencia privatizadora.

La mediocridad lectora actual daña la sana convivencia, al ser incapaz de distinguir que la buena información presta atención a cómo los indicadores de ambos derechos evidencian una creciente cronificación de la desigualdad. La regresión acelerada a dónde solíamos andar antes de 1975 está generando buenos lectores que, para entenderlo, confiesan ver en la historia de la torre de Babel y su “embrollo del lenguaje”  (Génesis, 11, 9), no un acontecimiento del pasado, sino una  premonición de un presente en que los mandamientos contra la mentira, el robo, el falso testimonio y la codicia (Éxodo, 20, 12-17) nutren  las políticas actuales en cuanto al uso de recursos públicos en provecho de intereses de los ricos. Han visto, además, que en aquella atmósfera del judaísmo bíblico, en que esta palabra no tenía buena prensa, ya existía “la chusma de malvados, la turba de los agentes del mal, los de palabra envenenada contra los íntegros sin temer nada” (Salmos. 64, 3-6). Y que, en los Evangelios cristianos, los fariseos, sepulcros blanqueados (Mt. 23, 13-32) y timadores de la credulidad, tienen tanto  protagonismo como Herodes, Poncio Pilato y los mercaderes que hacen del templo “una cueva de bandidos” (Mt. 21,13).

Este verano

Julio y agosto solían ser, no hace mucho, el tiempo en que los periódicos inventaban más noticias; las que tuvieron a mano los nacidos después de la guerra, por cómo mudaban el sentido de acontecimientos, no fueron menos míticas que la del monstruo del Lago Ness; la intensa manipulación de la Historia de España, el currículum escolar y la censura, impedían conocer los que afectaban de lleno a sus vidas. En la democracia actual, la libertad informativa acumula tantas modalidades de ficción mentirosa que, a veces, con la saturación de indiferenciada información, semeja una nueva reprobación inquisitorial. Su relación con el caballo de Troya es muy llamativa este verano; tan premonitorio es de lo intolerables que pueden ser los que vengan en la década siguiente, que es asombroso el sesgo de las noticias sobre incendios, climatología, turismo, la guerra en Ucrania y sus efectos inflacionarios. El escenario de futuro es inquietante, pero casi todo este material, de apariencia muy testimonial a veces, procura infantilizar a lectores y oyentes para que no miren más allá de este fugaz presente. Con todo, les deseo un feliz verano, suerte y… hasta septiembre. @mundiario 

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