Populismo resiliente

Luis Fernando Camacho y Johnny Fernández.
Luis Fernando Camacho y Johnny Fernández.
Los populismos de izquierda y de derecha se llegan a tocar y, en consecuencia, comparten los mismos rasgos, acaso no ya de violencia y brutalidad como sucedía con los totalitarismos, pero sí de estulticia y vacuidad.

Normalmente, tiende a asociarse el fenómeno del populismo con las tendencias de izquierda únicamente. Sin embargo, esa asociación no es tan precisa, pues el populismo, al ser únicamente un ropaje de formas, un barniz discursivo, un celofán de signos, puede contener en sí también tendencias o ideas de derecha. Bolivia, por ejemplo, está hoy sumida en un agujero negro de populismos de izquierda y de derecha. Los primeros están representados en las masas que aglutina el MAS (integradas por los hijos de quienes fueron embelesados por el MNR del 52) y otros partidos de izquierda de menor relevancia cualitativa y cuantitativa. Los segundos, en nuevos movimientos que, aunque no tan masivos como los primeros, son también colectivistas, conservadores e intolerantes, a pesar de que creen ser individualistas, libertarios y apostar por los principios del liberalismo político. Éstos últimos proceden de la zona oriental de Bolivia preponderantemente (Luis Fernando Camacho o Johnny Fernández).

Lo cierto es que, así como ocurrió con los totalitarismos de izquierda y de derecha del siglo XX (comunismo y fascismo), cuyas similitudes, en ciencia política, se explican mediante la teoría de la herradura, los populismos de izquierda y de derecha también, mediante la herradura, se llegan a tocar y, en consecuencia, comparten los mismos rasgos, acaso no ya de violencia y brutalidad como sucedía con los totalitarismos, pero sí de estulticia y vacuidad. (No puede negarse que tanto comunismo como fascismo tuvieron élites intelectuales y una doctrina relativamente profunda). Aunque lo cierto es que el populismo contemporáneo también puede presentar algunos signos de autoritarismo y violencia.

Para analizar el populismo de derecha en Bolivia, tomemos en principio las figuras de Camacho y Fernández, y diseccionémoslas. Camacho, en realidad, no dista mucho de Evo Morales en cuanto a actitud práctica, tono discursivo y personalidad. Es, como el líder cocalero indígena, una persona escasa o directamente carente de lecturas, que abandera un regionalismo intolerante, que no es dada a la reflexión crítica de la realidad ni a la mesura, y que apela, en última instancia, al azuzamiento de las masas como forma de freno violento a las intenciones del adversario. En estricto sentido, de Morales solo lo distancian su color de piel, su amor por el oriente y —solo relativamente— su visión económica.

El caso de Fernández es un poco más particular. El alcalde cruceño se ha puesto en un lugar apartado del radicalismo camachista (y en realidad de toda la lógica derechista) y del socialismo autoritario del MAS. Empero, esto no quiere decir que ese distanciamiento lo sitúe en una racionalidad ejemplar o lo convierta en una autoridad municipal responsable. Su populismo puede ser leído mediante la inanidad de su actuación mediática y en redes sociales. El que se grabe videos haciendo extravagancias risibles, lejos de ser esto motivo para la burla, es un signo alarmante de que el burgomaestre no hace política (en el sentido aristotélico del término, y ni siquiera en el maquiavélico), sino que sencillamente regala pan y circo al pueblo que lo eligió.

Este fenómeno pudo ser ya evidenciado en el pasado en políticos que no fueron tan importantes por su jerarquía o su magisterio. Por ejemplo: Rafael Quispe, quien hacía ante las cámaras cosas más o menos similares a las de Fernández. Y el fenómeno se ve promovido, a su vez, por otro fenómeno: el de cultura de masas, el cual, a través de los medios de comunicación, da paso a la sorna antes que al contenido profundo, a la risa antes que al pensamiento, a la frivolidad antes que a la reflexión.

Por último, el populismo, al igual que el fenómeno de cultura de masas, también agrieta y finalmente penetra los círculos de la intelligenstia y de los políticos relativamente razonables, y se mezcla con las formas, los convencionalismos y las apariencias de lo políticamente correcto. Hace unos días, por ejemplo, el MIR cumplió 50 años de vida, y varios líderes de opinión y políticos importantes felicitaron a aquel partido, sin recordar (o quizás olvidándolo adrede)  que aquella organización partidista fue de las más corruptas de la historia de Bolivia y estuvo envuelta en casos de narcotráfico y obviando que, pese a su radicalismo izquierdista del inicio, terminó pactando con Hugo Banzer Suárez y representando los intereses de los capitalistas y empresarios privados. Esa actitud tibia de querer caer bien a las masas ingenuas y poco críticas, de estar bien con Dios y con el Diablo, puede ser interpretada, creo, como un rasgo del populismo. Solo que en esta ocasión, tristemente, está encarnado en la clase letrada y —al menos en apariencia— crítica.

El populismo es resiliente; se adapta a los modos de vida, los cambios y los avatares de la historia. Lo más alarmante es que incluso puede perforar las murallas de una organización política que emerge primigeniamente con una mística o un espíritu racional, ético y responsable. Creo que algo —o mucho— de esto ocurrió con Comunidad Ciudadana. ¿Qué pasó con esta alianza política? Nació con un espíritu de genuino cambio estatal y renovación ética de las instituciones. Buena parte de la clase académica y de valores éticos relativamente elevados boliviana se vinculó a tal tienda política. Al poco tiempo, sin embargo, el populismo se fue abriendo en sus bases y aun en sus altas esferas. Esa irrupción lamentable se pudo evidenciar en tres cosas: 1) su decadencia en cuanto a su potencial ideológico, 2) su performance de la última campaña electoral (aunque también es cierto que el fiasco se debió sencillamente a la pereza) y 3) la calidad de sus parlamentarios, ya que muchos de ellos tienen fuertes cargas identitarias de género o etnia, pero una escasa cualidad propositiva. Atendiendo demasiado al clamor de ciertos sectores progresistas, CC se afincó demasiado en el discurso de la juventud política y las cuotas identitarias y de género, olvidando que ser joven no es un valor per se y que ser marginado social no es suficiente para desempeñarse bien haciendo política.

El populismo estuvo encapsulado hasta el siglo XX, cuando en 1914, según Eric Hobsbawm, se dio fin a la cultura burguesa. Lo problemático es que lo más probable es que se reinvente con el paso del tiempo, valiéndose de actores sociales, culturales y políticos y haciendo uso de plataformas y soportes de la modernidad y la contemporaneidad.

¿Cómo frenar el populismo? Un triángulo resume la posible solución: 1) políticos responsables y preparados con visión a largo plazo, 2) medios de información serios y reflexivos que eleven gradualmente el nivel cultural de la opinión pública e 3) intelectuales críticos y sinceros y que denuncien entuertos y canten las realidades incómodas de la sociedad conservadora y rutinaria, como Gabriel René-Moreno, Alcides Arguedas o Felipe Mansilla. Tristemente, hoy esos tres elementos existen solo en pequeñísimas cantidades. @mundiario 

 

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