EL DIVÁN

Identidades en soledad

El diván. / Maestro Alejandro Quijano
El diván. / Maestro Alejandro Quijano

La obra de Octavio Paz constituye un esfuerzo por dilucidar los rasgos distintivos del mexicano. Si Paz viviera,  ¿qué propondría hoy? Nos toca pues a nosotros...

Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita

Albert Camus

En un mundo donde las identidades son cada vez más difusas, en uno que se tiende a la constante homogeneización como valor supremo, la diversidad sigue siendo un constructo poderoso en la lucha por los derechos. Hoy los nacionalismos atraviesan una crisis, sobre todo como mecanismos de identidad, puesto que cada vez con mayor fuerza, las fronteras son dejadas atrás ante el incremento de la tecnología y las relaciones sociales favorecidas por internet. Cualquiera puede tener un amigo del otro lado del mundo con quien construya una sólida amistad, incluso relaciones amorosas.

Sin embargo, buena parte del siglo XX la pregunta por los nacionalismos como fuente de identidad era básica en el mundo intelectual. El mundo era el mundo de las naciones, el referente de pertenencia en el ámbito global era un constructo político. Con todo, las pequeñas identidades jamás desaparecieron, perviven y pervivirán como apegos mucho más sólidos que el de la nacionalidad. Pero cuando se tomaba en serio la pregunta sobre el ser como el resultado de una historia común, muchos se preguntaron qué características eran inherentes a las personas de cada nación. Al respecto, uno de los textos más famosos de nuestro querido Octavio Paz, es sin duda El Laberinto de la Soledad.

Un clásico con 51 años 

El libro ha cumplido ya 51 años, es decir, es un orgulloso quincuagenario. Sin embargo, sigue siendo un clásico. La razón está sobre todo en las preguntas que Paz plantea en un sesudo ensayo al que nunca está de más rendirle un homenaje. Encontrar la “esencia del mexicano”, construir una filosofía, comprender al mexicano a través de su historia, pero además de su ser en sí, puesto que este no “está en la historia, sino que es historia”, son preocupaciones latentes en la vida de Paz. Ya Samuel Ramos, Edmundo O´Gorman o Leopoldo Zea habían esbozado o desarrollado partes de esta tarea. ¿Pero por qué hablar de un rasgo distintivo de lo mexicano, por que una filosofía de lo mexicano?

Es posible, apuntaba Paz, encontrar rasgos distintivos de quienes se reconocieran a sí mismos como mexicanos. Octavio Paz ve en los nacionalismos postindependentistas de Latinoamérica, nacionalismos inauténticos, que siempre han buscado su carácter en el exterior, en las propuestas llegadas de Europa. “Hoy que el mundo atraviesa por una crisis…”, se nos dice, es el momento para la reflexión filosófica. Así es como el autor nos obsequia sus propias conclusiones y reflexiones sobre eso que llama la “soledad” del mexicano, en una mítica alegoría que describe a quien atraviesa por un laberinto en busca del “centro del mundo” del que, en el tiempo original, ha sido expulsado.

Es preciso distinguir la obra de Paz como el producto de una vida y unas circunstancias. El padre de Paz, tuvo nexos con los zapatistas y vasconcelistas, lo que explica las ideas revolucionarias en parte, del autor, pero sobre todo su reconocimiento de un proyecto revolucionario original frente a las diversas situaciones que derivaron de él. Paz fue un ser crítico, su formación le permitió expresar con claridad y estética literaria las preocupaciones filosóficas, planteando las preguntas ontológicas como agentes de cambio social. Si bien sus inclinaciones políticas eran claras, Paz se lanzaba ferozmente a la reflexión. De este modo, pese a su aparente fragmentación, la obra de Octavio Paz en su conjunto construye un argumento que intenta develar la soledad como característica del mexicano, producto de sus condiciones históricas y de la acción del presente que vive. Su tema no es la inacción, el propone cambios y movimiento recuperando parte del proyecto vasconcelista en el camino por el desarrollo económico, político y social. El primer aterrizaje que hace el autor es el del “Pachuco y otros extremos”. El pachuco constituye una especie rara de “no ser”, grupos de jóvenes mexicanos en los estados sureños de los Estados Unidos que han retomado la moda de su país exagerándola, con un fin claro: no ser ni mexicanos ni estadounidenses. Su réplica dice el autor, está encaminada a ser reconocidos como otra cosa, que no se sabe bien que es, pero se niega desde sus orígenes y en ello encuentra su ser; se manifiesta el “deseo de ser distintos”. A partir del Pachuco, Octavio Paz nos proporciona una primera pista sobre la soledad:

…sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad por otra parte, no es una ilusión –como a veces lo es el de inferioridad-sino la expresión de un hecho real: somos de verdad distintos, y de verdad estamos solos. […]Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo, y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación.

Se condensa así el argumento que desarrollará a través de la explicación histórica, entendida, a la manera historicista, no como el pasado, sino como parte integral del hombre, en que éste es historia. El gusto por la autodestrucción del Pachuco se parece al culto a la muerte del mexicano, a su religiosidad y a su desilusión de la vida y de la muerte. Pero el carácter del mexicano se explica también por su deseo de ser, así como por la barrera que establece entre sí mismo y los demás. “Máscaras mexicanas” es la etiqueta que le pone Paz a esta curiosa actitud del hermetismo mexicano. Estará presente permanentemente la dicotomía entre lo abierto y lo cerrado, con preferencia por lo último, en una analogía mujer-hombre. Las máscaras del mexicano tienen entonces una clara función: ser invisible. “Simular es inventar o, mejor aparentar y así eludir nuestra condición.”

Y frente a esta continua apariencia de no estar, se erigen los días de fiesta fuera del tiempo, como un desgarramiento necesario donde el mexicano busca “sobrepasarse”, una vuelta al estado “presocial”. “Todos santos, Día de muertos”, es el modo del autor para tocar a la muerte. Los mexicanos tenemos bien presente a la muerte, en la cotidianeidad. La orfandad, está constituida no sólo por la historia, sino por fantasmas creados que impiden salir del ahogamiento. La historia explica una parte del ser, pero este no está en la historia, es historia. La orfandad de la conquista es la búsqueda del carácter continuo del mexicano, negar su origen, crecer por sí mismo. “Los hijos de la Malinche”, también llamada “la chingada”, hay que entender lo que no hemos sido y no nos atrevemos a ser. Para Paz, la Chingada es la madre violada, de la que el mexicano es hijo. Pero el hijo no sólo niega su padre español, sino además a la madre.

Paz explica la construcción Histórica de México “De la Independencia a la Revolución”, pensando que la primera era un hecho irrevocable y que liga al país con el resto de Hispanoamérica, mientras que la segunda fue la respuesta a una vuelta a un pasado sin derechos. La ruptura de México en la Reforma constituyó su formulación como un “en sí”, pero llegado del exterior; “La Reforma funda a México negando su pasado”. El porfiriato es para Paz un neo feudalismo, que adaptando el positivismo francés sólo legitimó la opresión de unos por otros, y que necesariamente debía terminar. Pero es la Revolución “una inmersión de México en su propio ser”.

El laberinto de la soledad. Octavio Paz.

El laberinto de la soledad.  / Octavio Paz.

Finalmente, en “la 'inteligencia' mexicana”, Paz se aboca a los intelectuales, y desentraña una verdad clara: el mexicano ha intentado ser con la adaptación de esquemas del exterior. Así queda claro que una filosofía debe ser universal, pero además sustentar autenticidad en las circunstancias propias que la generan. Por eso en “Nuestros Días”, Octavio Paz nos ofrece el panorama de su tiempo, las posibles salidas y las propuestas de constitución de esta filosofía, pero también de la realidad, pues si “Nuestros recursos materiales son escasos y todavía no nos enseñamos del todo a usarlos. Más pobres aún son nuestros instrumentos intelectuales. Hemos pensado muy poco por cuenta propia; todo o casi todo lo hemos visto y aprehendido en Europa y los Estados Unidos”. Aquí subyace la importancia de su obra: construir esquemas de pensamiento propios. Si a la fecha gran parte de los supuestos de Paz han sido francamente negados o puestos en duda, esto no invalida la esencia de su obra, la capacidad de preguntarse porqué somos lo que somos y cómo hemos llegado a serlo, cuestionando las identidades y las fronteras impuestas de manera artificial.

La obra de Paz constituye pues un esfuerzo por dilucidar los rasgos distintivos del mexicano. Si el mexicano puede distinguirse por sus creaciones, entonces éstas no pueden pasar de largo ante las preguntas filosóficas. El laberinto de la soledad constituye por ello, no sólo un aporte histórico, sino un intento teórico y filosófico.

Sin embargo, es inevitable, situar la obra de Octavio Paz hoy. Hoy que se acabó el Estado de bienestar, que el neoliberalismo se desarrolla en un mundo unipolar, que la globalización pretende homogeneizar los rostros, pero no la riqueza; que el destino político es incierto, que las decisiones tomadas desde arriba obedecen, por desgracia; cada vez menos la realidad del país…Hoy sólo queda ese mismo sentimiento de soledad, esa misma necesidad de construcción filosófica, y ese mismo deseo de salir de este laberinto. Si Paz viviera… ¿Qué propondría hoy? Hoy nos toca pues a nosotros.

 

Octavio Paz. El laberinto de la Soledad. Decimoctava reimpresión de la tercera ed. México: Fondo de Cultura económica, 1989. pp. 18-19

 

 

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