Educación en ruinas

El libro Modernizar la educación de todos, de Mundiediciones, a la venta en Amazon. / Mundiario
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La educación virtual debería quedar como un precedente de la pandemia a la cual recurrir solo y únicamente en casos de suma urgencia.

Casi todos, enfrascados en las luchas partidistas e intestinas que siempre han sellado la historia de Bolivia, han dejado de lado el asunto de la educación, que está a la deriva en un mar de incertidumbres y posibilidades de ruina.

Creo que todo profesor —escolar o universitario— medianamente perspicaz y honesto admitirá que la educación virtual es un rotundo fracaso. Y lo es pese a que se tenga la suerte de contar con una plataforma o aula virtual de tecnología de punta. (Si no se cuenta con un aula virtual o, peor aún, con una buena conexión a internet, el asunto es meramente catastrófico). Si el siguiente semestre la educación se mantiene así, los resultados serán gravísimos (tanto como los de la salud y la economía, que son el resultado de tantos años de corrupción, improvisación e impericia en la administración del Estado y la gestión pública).

malos resultados de la educación virtual

Pero no se necesita esperar tanto: los profesores, al menos, ya estamos sintiendo los malos resultados de la educación virtual iniciada el primer semestre de 2020. ¿Cuáles son? Esos jóvenes, hijos directos de la educación en pandemia, acusan un manifiesto desdén por el estudio, una timidez debida a la falta de interacción física, una marcada propensión a la trampa y el plagio y, obviamente, una triste indigencia cultural y de conocimientos básicos. La otra vez, en la sesión de Zoom, pedí a mis alumnos conseguir y leer dos obras clásicas del canon literario boliviano, y al punto me di cuenta de que no solamente no conocían los libros asignados, sino que desconocían totalmente a sus autores. Jamás habían escuchado sus nombres. Ello, al principio, debo admitirlo, me fastidió, pero luego me entristeció e impactó sobremanera. Me puse a pensar que ese desconocimiento total de Franz Tamayo y Alcides Arguedas no se debía tanto a la pereza de ellos cuanto a un sistema educativo atroz que no inculca hábitos de lectura y menos de investigación. Ergo, pedir pensamiento crítico o análisis hubiera sido simplemente pedir peras al olmo. Así que terminé la clase ahí.

Creo que todo boliviano, sea éste artesano, ingeniero biomédico, físico teórico o abogado, debe almacenar en su cabeza una serie de conocimientos básicos de historia, geografía, matemáticas y cultura general. Y es ésta la razón por la que, consciente de la desoladora situación, me empeciné más en pedirles que leyeran tales obras. Además, porque me pareció sencillamente inadmisible que un estudiante de universidad no pueda leer dos libros relativamente breves, de fácil lectura y, sobre todo, tan fundamentales para comprender quiénes somos y la identidad del boliviano. Por último, porque creo que lo último que debe hacer un profesor universitario o un maestro de escuela, es bajar su exigencia académica.

Pienso que, en gran —o acaso única— medida, la razón por la cual se estén viviendo crisis institucionales, populismos políticos, producción masiva de cultura de masas y otras calamidades del día a día que llenan los tabloides y los noticiarios, está en la ignorancia colectiva, resultado de la falta de lectura. Hace poco salió un ranking de países que leen más y que menos leen. Según esa valoración, grosso modo, las personas de los países europeos leen más o menos doce libros por año, mientras que las de los países latinoamericanos no llegan a medio libro. El resultado de esa conducta se refleja en la política y la convivencia de sus sociedades.

La educación en Bolivia

Al sistema educativo escolar que no persuade a la lectura y a la modalidad virtual de la educación fruto de la pandemia, se suma un relativo declive de la exigencia académica de las universidades bolivianas. (No hablo de los colegios bolivianos, cuya calidad educativa, salvo contadas excepciones, siempre ha sido deplorable). Creo que, al menos las que son más importantes cualitativa y cuantitativamente, deberían implementar un examen de ingreso, o por lo menos elevar la exigencia académica. Sin embargo, no lo hacen porque, como es obvio, esto las afectaría mucho financieramente.

La pandemia ha impuesto una cultura virtual incluso en los posgrados, muchos de ellos proyectados y diseñados para ser impartidos de manera netamente virtual en los años 2022 y 2023 (e incluso 2024, en el caso de los programas de doctorado). La educación virtual debería quedar como un precedente de la pandemia a la cual recurrir solo y únicamente en casos de suma urgencia. Pero con su implementación regular como canal oficial de educación a largo plazo se llegará a una banalización de la investigación académica de posgrado, atendiendo solamente a la practicidad lucrativa de la institución académica y a una comodidad (relativa) tanto para los profesores del centro educativo como para el estudiante, dejando de lado la calidad académica que solamente es garantizada por la presencia física del profesor y el estudiante en un aula también física.

Esto del declive de la calidad educativa, incluso en las universidades de mayor prestigio en Bolivia, es un asunto preocupante. No solo se lo ve en el desarrollo curricular de la licenciatura, sino además en su culminación. En las universidades norteamericanas o en las de Europa, por ejemplo, el proyecto de tesis al culminar la carrera es un asunto de seria meticulosidad que debe ser tutoreado y supervisado por académicos a tiempo completo. Aquí, por el contrario, la tesis es un trabajo práctico más, un poco más largo, sí, pero no más profundo o riguroso, que es tutoreado a veces por un profesor que le dedica a la investigación o la academia solo una pequeña parte de su tiempo. Algo análogo sucede con el examen de grado o el trabajo dirigido.


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Tengo la sensación de que —así como los políticos bolivianos están más preocupados en cosas de forma que no hacen a la estructura de Bolivia— los rectores y jefes de carrera de las más prestigiadas universidades bolivianas están más enfocados en la promoción en el mercado de las instituciones educativas que dirigen, en los convenios internacionales que firman y en las alianzas estratégicas con otras instituciones que establecen (cosas que, por cierto, no están mal), que en la reestructuración profunda de las mallas curriculares y en el robustecimiento de los contenidos y el rigor académico de sus carreras.

Para concluir: el mundo demanda profesionales cada vez más especializados en áreas pequeñas del saber. En una palabra: ahora se requiere más un ingeniero en software de tabletas y celulares o un licenciado en logopedia para niños, que un filósofo o un historiador. El problema de ello es que, como apuntaba Herbert Marcuse, el hombre se vuelve unidimensional y acaso se deshumaniza. Pierde la sensibilidad y se vuelve casi una máquina. El reto de las universidades está en formar profesionales con conocimientos que demanda el mundo de hoy, claro que sí, pero que no dejen de lado ciertos conocimientos del humanismo, el arte, la historia y la cultura universal.

Además, deben formar profesionales éticos y con valores, pero ese asunto es quizás más amplio y complejo, pues tiene que ver con Dios y la religión. Y lo trataremos en otro artículo. @mundiario

 

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