¿Hacia una Bolivia federal?

Comencemos diciendo que el debate sobre el federalismo —y, en realidad, cualquier otro debate—, siempre y cuando conlleve el uso de la razón y la puesta en práctica del respeto, es saludable para la sociedad. No debe haber asunto prohibido, pues pocas cosas hay tan perjudiciales para el espíritu abierto colectivo como la timidez, la propensión a la diatriba frente a la del diálogo o la indiferencia para con el pensamiento crítico de las realidades.
En Bolivia, el federalismo no es una propuesta nueva. Los discursos parlamentarios decimonónicos de Andrés Ibáñez y de Lucas Mendoza de la Tapia frente a los de Evaristo Valle, lo prueban. Es por eso que pienso que quizás la conformación federal en Bolivia pudo haberse dado desde el comienzo de la vida republicana. Y es que, al haberse fundado Bolivia sobre una jurisdicción que no necesariamente aglutinaba a una sociedad cultural, étnica, religiosa y lingüísticamente homogénea, probablemente sus diferentes demarcaciones territoriales pudieran haberse asumido como relativamente autónomas por ser diferentes unas de las otras. Creo que, en este asunto, fue el espíritu tradicionalista de la mentalidad criolla el que se impuso, haciendo centralista el gobierno. No es casual que la mayor parte de los países europeos, dispuestos relativamente como Estados-nación, sean hoy unitarios.
Ahora bien, desde la teoría política, el federalismo no es sinónimo de un emergente espíritu segregacionista ni mucho menos de una inexorable desintegración estatal. Pero eso, repito, desde la teoría política. Muchas veces, lo que ocurre en la práctica, en el devenir humano, en la praxis, dista mucho de lo que manda la teoría… El Estado federal funciona de mejor manera cuando sus Estados federados son originarios. En palabras sencillas, cuando el país nace queriendo adoptar el sistema federal, y no cuando luego, con el paso del tiempo, se decanta por una progresiva descentralización. El primer caso denota voluntad de unidad desde el inicio; el segundo, lo contrario.
Creo que así como tendría ventajas (por ejemplo, una mayor eficiencia de los asambleístas departamentales, quienes, hoy por hoy, no hacen mucho, o un mejor aprovechamiento de los recursos), el federalismo también podría suponer ciertos riesgos. No es un secreto que en la sociedad boliviana existen sectores radicalizados que quizá podrían asumir el federalismo como un primer paso hacia la eventual escisión del Estado boliviano. El federalismo supone un pacto de Estados federados que tienen una soberanía mucho mayor, un poder mayor. Esto funciona bien en democracias estables, con instituciones, con sociedades bien educadas en lo que significa el funcionamiento federalista y, sobre todo, cuando concurren tiempos de paz.
Me entusiasma pensar en una Bolivia federal, que, además de fortalecer materialmente sus regiones, rompa con mentalidades vinculadas con, verbigracia, el nacionalismo chovinista, el patrioterismo o el espíritu gregario en general, pero no mientras no se tenga un clima de paz para debatirla, y mucho menos si el debate es frivolizado con banderas partidistas o de casta. El federalismo reformaría cimientos profundos del país, pues no solamente tiene relación con cuestiones materiales y económicas, también la tiene con el espíritu colectivo de la ‘bolivianidad’, con la identidad boliviana. Cada Estado tendría sus leyes, y en esto se pondrían a prueba las idiosincrasias, las intelectualidades regionales, la voluntad de solidaridad para con los demás Estados, etc. Es por todo esto que el debate debería tomar en cuenta no solo a políticos, sino también a pensadores, historiadores, sociólogos e intelectuales en general.
Pero para llevar adelante un debate así, primero se deben sanear las instituciones y el Estado de Derecho. ¿Qué debate serio y profundo podría llevarse a cabo en un clima de tensiones y, sobre todo, estando bajo un gobierno persecutor? Retomar la democracia en todos sus aspectos y pacificar Bolivia es el primer paso para cualquier empresa positiva que se quiera realizar en lo consiguiente.