Las tecnologías han transformado profundamente las relaciones interpersonales

La dependencia a la tecnología,¿nueva forma de relacionarse?
La dependencia a la tecnología,¿nueva forma de relacionarse?

Estudios sociológicos, como los que se llevan a cabo para descubrir formas de maltrato psicológico en la violencia de género, muestran cómo las tecnologías modificaron las relaciones humanas.

Las tecnologías han transformado profundamente las relaciones interpersonales

Cuando le enseñaron a Lúa la foto impresa de su tío y abuela, pensó que la imagen era demasiado pequeña, así que con sus deditos de tres años y pico, intentó ampliar las caras de los fotografiados. Y, como no lo conseguía, los miró sin entender porqué no funcionaba. A ver quién le explica que en las fotografías analógicas la imagen congelada tiene el tamaño del papel en que se imprima. Porque Lúa, tan pequeñita, es, sin duda, una nativa digital. No tendrá problemas para entrar en Internet, utilizar todos los aparatos tecnológicos que quiera y relacionarse con personas que estén a miles de kilómetros con su smartphone, su tablet o su portátil.

Todo va mucho más rápido con la sociedad de la información, y por eso en las sociedades occidentales modernas existe una brecha digital enorme entre los que nacieron con las tecnologías y los que no saben escribir en un ordenador. Y en el medio están los que aprendieron a utilizarlas. Todo se ha visto afectado por la informática: los hábitos, los trabajos, y hasta las relaciones personales. 

Indudables ventajas de las tecnologías

Por un lado, Internet permite acceder a la información de manera inmediata e ilimitada. Ya no hay dudas que no se puedan, a priori, resolver. A esto se le une la ventaja de entretenerse en cualquier cola, semáforo (como peatón) o sala de espera. Y la comodidad de los soportes digitales, que ni pesan, ni ocupan. 

Además, esta comodidad se ha llevado a las relaciones personales, cuya profundidad es tan relativa como el medio en que se refuercen. En esta época de migraciones, estar lejos ya no significa estar incomunicado. Las noticias que se pueden enviar de manera constante permiten sentir cercano a quien no lo está físicamente, y trabajar la confianza de manera virtual, pero real, con quien no se puede estar tomando un café. Incluso, se puede llegar a tener más relación con alguien que vive en otro país, que con el vecino de al lado. Porque en eso, el cambio de las relaciones es indiscutible. El que contesta los whatsapps constantemente puede ser más amigo que el que se sienta al lado de uno en el trabajo. La confianza se gana con el roce, pero hoy, el roce también es virtual. Y con el ritmo frenético de vida de la sociedad de la información, es mucho más cómodo contar lo que pasa por la cabeza vía chat, que buscar un hueco para hacerlo en persona. Se puede pensar lo que se quiere decir, escribirlo, borrarlo, reescribirlo y enviarlo. Contar en todo momento lo que se hace y lo que se piensa. Aunque esto, en realidad, no siempre es bueno.

Algunos riesgos inherentes a la Sociedad de la Información

El acceso a la información sin filtros, conlleva su lógico peligro por lo abrumador de poder saber sobre todo en cualquier momento, estemos o no preparados. Existen muchos riesgos en estas innovaciones. De un lado, la infoxicación: hay tanta información que cuesta concentrarse en lo que de verdad se busca. Incluso, muchos expertos hablan ya de la falta de concentración de los usuarios de las tecnologías, incapaces de concentrarse en una película o leer un libro largo en formato papel.  Por otro lado, el límite entre la intimidad y la publicidad, espionajes aparte, se ha indefinido, y regalamos la información en las redes sociales, con unos contornos de  “amigos” que se han alterado tanto que cualquiera puede saber sobre los aspectos más íntimos de la vida de quien sea adicto a compartir su estado (Facebook, Twitter o cualquier otro), haya aquí relación o no, ya sea virtual o física.

Pero además, existe un riesgo a la adicción a la comunicación constante que ya empieza a afectar a una parte importante de la población en el mundo occidental. La nomofobia es el miedo a salir de casa sin el teléfono móvil, con la ansiedad que eso lleva consigo, incluso a los que no alcanzan límites irracionales de dependencia. Quién no ha pensado alguna vez “¿y si pasa algo?”. Ya no basta con enterarse en el momento en que se llegue a casa, como sucedía hasta ahora. También existe la infobesidad, un término de los años setenta perfectamente aplicado a la época actual, que se refiere a la necesidad constante de revisar la bandeja de entrada para ver si tenemos correo nuevo. Algo tan fácil como caer en esa costumbre de desbloquear el móvil y volverlo a bloquear para comprobar que, efectivamente, en los últimos cinco minutos no hemos recibido nada.  

A estos riesgos, con los perjuicios que puede generar una adicción cualquiera, se suman problemas mucho más graves. Con motivo del Día Internacional de la Violencia de Género, las noticias advierten de que se justifican entre adolescentes conductas controladoras que, según algunos expertos, han llevado a comportamientos propios de maltratadores, exigiendo explicaciones constantes e incluso amenazas.

Más humanos que tecnológicos
No es oro todo lo que reluce, y esas indudables ventajas de poder comunicarnos con quien queramos, cuando queramos (siempre, claro, que nos contesten) tiene peligros cuyas consecuencias todavía están apareciendo. Y aún así, parece que sigue habiendo una tendencia hacia lo tangible, hacia lo “abrazable”, que gana la sonrisa al emoticono. A que los amigos virtuales se vuelvan reales, y que las vías de comunicación sean solo medios de mantener el contacto hasta sacar el tiempo de verse físicamente. Porque todavía parece que somos más humanos que tecnológicos.
Dicen que Steve Jobs, el magnate de Apple, dijo “daría toda mi tecnología si pudiera, por una tarde con Sócrates”. Pero hoy es ya imposible. Sabemos que hace mucho que no podemos pasar tardes con Sócrates, pero ¿podemos renunciar a la tecnología?

 

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