¿Sirve para algo la campaña? A los mitines sólo acuden partidarios y convencidos

Mariano Rajoy. / Cadena Ser
Mariano Rajoy. / Cadena Ser

Su marketing persevera en el ritual cada convocatoria y se repiten los mecanismos de lo que algunos llaman, de manera bastante cursi, por cierto, "la gran fiesta de la democracia".

¿Sirve para algo la campaña? A los mitines sólo acuden partidarios y convencidos

Su marketing persevera en el ritual cada convocatoria y se repiten los mecanismos de lo que algunos llaman, de manera bastante cursi, por cierto, "la gran fiesta de la democracia".

  

Hace varias décadas años, J.T.Klapper, en un clásico estudio sobre el particular, nos enseñó que las campañas de propaganda electoral sirven únicamente como factor de refuerzo para los que están más o menos decantados hacia una opción concreta y que, por lo tanto, la propaganda actúa, en este sentido, más como factor de refuerzo que como desencadenante de opiniones nuevas. Y, lo que es evidente, no pocas veces, deciden precisamente los indecisos. También advirtió del riesgo de utilizar como reclamos la figura de los llamados "líderes de opinión"(artistas, deportistas, intelectuales) en apoyo de una u otra opción. Cuando los ciudadanos se sienten manipulados, el efecto puede ser el contrario.

Desde que se formuló este juicio en un célebre tratado sobre la comunicación de masas, se han realizado miles de estudios sobre el comportamiento electoral en las sociedades democráticas asentadas y se han publicado miles de libros sin que nadie haya sido capaz de desmentir la conclusión aquí citada.

¿Por qué entonces -se preguntarán ustedes -, el marketing electoral persevera en el mismo ritual cada nueva convocatoria y se repiten los mecanismos de lo que algunos llaman, de manera bastante cursi, por cierto, "la gran fiesta de la democracia?" Pues, sencillamente, porque es preciso preparar el ambiente y crear una catarsis progresiva que estimule la participación electoral y, después, permita el contraste de los programas e incluso la confrontación de los candidatos en la prensa y en la televisión, que es lo que realmente importa.

Mucho antes de que se convoquen las elecciones, los aparatos logísticos de los partidos elaboran todo un arsenal de recursos electorales. Además de los programas (que, como confesaba el profesor Tierno Galván, no siempre se redactan para ser cumplidos, sino para ser "vendidos"), el panel de los equipos de apoyo a los candidatos se dota de manuales, libros del agente electoral, prontuarios y fichas precocinadas para afrontar el ceremonial de la contienda. Los programas electorales son un gran fraude, como nos enseñaron los últimos presidentes del Gobierno, baste con comparar lo que dijeron y lo que hicieron.

Esos discursos, que tan espontáneamente parecen dirigirnos los candidatos, han sido escritos semanas atrás (generalmente por especialistas en publicidad electoral), a partir de un esquema de ideas básicas que aporta el partido y que los redactores enriquecen y desarrollan con anécdotas, chascarrillos y recursos de efecto que habrán de provocar la esperada y calculada reacción del público.

La aportación del candidato es, generalmente, escasa. La improvisación, mínima, salvo las necesidades que dicte la actualidad. Si acaso, se municiona con media docena de ideas guía que constituyen el "leit motiv" de su discursos. Y esto no es buena ni malo. Es así.

A pesar de ello, en Europa, y en esto Galicia no es una excepción, el mitin electoral sigue aparentando ser una llamada a nuevos votantes en lugar de lo que realmente es, tanto aquí, como en los Estados Unidos: una gran reunión de convencidos. Pero los americanos, en este sentido, son más sinceros. Sus mítines son grandes fiestas con globos de colores y majorettes a las que acuden los ciudadanos que, de antemano, apoyan a este o aquel partido. ¿Acaso aquí diferente? O sea, que la campaña electoral no es otra cosa que la traca final, con fuegos de lucería, de la confrontación diaria de partidos y candidatos que se acelera tan pronto de aproximan los periodos electorales.

¿Convence Rajoy en bicicleta?
Somos animales de costumbres hasta para esto. Los cambios de criterio de los electores (y parece lo razonable que sea así) no se producen como consecuencia de repentinas conversiones o milagrosos efectos de la propaganda electoral. Responden a análisis y decisiones más profundas, gestadas durante más largos periodos de tiempo. La propaganda electoral, en todo caso refuerza, pero no convence a quienes no lo están.
Hace tiempo que los estudiosos de este fenómeno advierten de que las campañas electorales deberían cambiar para ser más efectivas. Pero nadie quiere, aun a riesgo de mejorar, ser el primero en abandonar los viejos clichés del pasado siglo y entrar de lleno en la modernidad. De momento, seguiremos con lo mismo. Pero eso sí, con gestos a veces tan ridículos como los que estamos observando estos días. Las campañas electorales es como un rito inevitable y caro. ¿Es que Rajoy convence a alguien de que vote a sus candidatos porque se monte en bicicleta?

 

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