Adolfo Suárez sentenció el dilema de la Transición sobre reforma o ruptura

Adolfo Suárez jura su cargo bajo la mirada de sus mentores, el Rey Juan Carlos y Fernández-Miranda
Adolfo Suárez jura su cargo bajo la mirada de sus mentores, el Rey Juan Carlos y Fernández-Miranda.

Suárez soliviantó a los militares con la legalización del PC, pero Carrillo contrapesó con el abandono de la dictadura del proletariado y Felipe González renegó del marxismo.

Adolfo Suárez sentenció el dilema de la Transición sobre reforma o ruptura

El dilema de la Transición era reforma o ruptura. La primera opción para los que querían ir  sin prisas, pero sin pausas y la segunda para quienes creían que si no se rompía con el aparato franquista no sería posible amanecer a la democracia o, en todo caso, quedaríamos bajo "libertad vigilada". Los rupturistas creían que los guardianes de la España atada y bien atada no tenían más remedio que claudicar ante la ola humana, el anhelo colectivo de ser libres, mientras que los reformistas pensaban que la ruptura podría tener consecuencias graves, incluso cruentas, ya que el Ejército no admitía el "trámite". Finalmente se probó que los que acaudillaban la reforma tenían razón, pues aún a pesar de la prudencia empleada se registró el 23-F. Es así que líderes, como el propio Santiago Carrillo, llegado a España camuflado y con peluca, se alineó con los reformistas sin pensarlo dos veces. Después guardaría en el armario la bandera republicana y, para redondear la faena, abandonaría la dictadura del proletariado para convertirse en uno de los padres del eurocomunismo, cuyos principios consistían en alcanzar el socialismo por la vía democrática. Por su parte, Felipe González abrazaba la socialdemocracia desprovista de todo vínculo marxista, buscando el centro izquierda en el panorama sociológico de la época.

Reuniones con tirios y troyanos

De esta manera, Adolfo Suárez, reuniéndose a escondidas con tirios y troyanos, negociando renuncias de unos y otros, protegido por la figura del Rey que parecía tener bajo control a los militares y apadrinado en el texto de la reforma por Fernández-Miranda, preparaba la urdimbre de un salto de la dictadura a la democracia que tenía que materializarse de manera pacífica y sin demasiadas convulsiones. Estos días, como es lógico, todo el mundo habla de la vida y obra de Adolfo Suárez. En general, se reconoce su labor ambiciosa y valiente, aunque los más "puros" no dejan de recordarle su pasado franquista tratando tal vez de restar intensidad a un balance de abundantes adjetivos y ditirambos, actitud crítica que, a mi modo de ver para nada mancilla el resultado final. Él condujo la Transición (ese episodio de la historia al que hoy corrientes de opinión pretenden restar valor o empañar) de manera tan hábil, que mereció el reconocimiento y la admiración internacional e incluso se convirtió en un modelo a exportar a otros países sometidos a la cerrilidad de las dictaduras. Han transcurrido algo más de cuarenta años y la distancia en el tiempo permite hacer juicios serenos en los que los valores positivos del político, entre ellos el ejercicio de dimitir, hoy impensable, solapan los errores o miserias, que también los hubo, de una etapa felizmente histórica que contrasta, he ahí el "milagro", con un pasado jalonado de enfrentamientos y asonadas.

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