Con tanta mafia metida en lo público, tardaban en llegar los pistoleros

0499. Muerte de Escobero. Valles, Lorenzo
Unos sicarios matan a Escobedo en la calle, según Lorenzo Vallés

Se van apagando los llantos de las plañideras institucionales y algunos empiezan a descargarse la última actualización de sentido común para hablar de un suceso que dista mucho de ser anécdota.

Con tanta mafia metida en lo público, tardaban en llegar los pistoleros

La muerte de la presidenta de la Diputación de León me coge leyendo –¡Vaya casualidad!– la biografía de Antonio Pérez, el corrupto Secretario de Estado de Felipe II. La biografía de Marañón se centra en el asesinato, en pleno Madrid, de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, un crimen organizado por Pérez y su cómplice, la tuerta princesa de Éboli, y cuyo móvil fue, pura y llanamente, agarrarse al poder conseguido a base de corrupción. En la España de los Austrias, donde los más hábiles y menos escrupulosos conseguían fabulosas cotas de poder a costa de la pobreza de su nación, no podían tardar en salir a la calle, puñal en mano, los resentidos por no sacar tajada.

El multiacadémico publicó esta obra en 1947, hace ya sesenta y siete años. Y la edad se le nota en el perfume, más intenso según pasa el tiempo, a prejuicio rancio. Para el médico historiador, los "israelitas" son doblados y resentidos; los homosexuales, "sodomitas, invertidos, desviados y perversos"; las mujeres de talla corta, "magníficas paridoras"; y los hombres bajos, "bravos" y difíciles de achantar; le faltó decir que la tienen más larga. Por momentos, algún párrafo de la biografía del reconocido ensayista parece sacado de un chiste de Arévalo o de Marianico el Corto. El caso es que no me queda claro si el autor admira a Pérez, al que tacha, eso sí, de corrupto monumental; o si lo usa para cargar contra Felipe II, al que no sé si presenta como un trasunto del bolchevismo o del franquismo. O de ambos.

Lo que sí he llegado a concluir es que, en nombre del liberalismo, Marañón justifica a Pérez por ser hijo de su tiempo, el Renacimiento. Ese esfuerzo por excusar a un nuevo rico aupado al gobierno, vanidoso, calculador, implacable con sus enemigos,cerradura de un poder que solo se abre con llaves de oro, me recuerda estos días a los afanes de articulistas y contertulios que, con más formalidad que sentimiento, tengo que considerar compañeros de profesión.

El disgusto mal disimulado que se llevaron los tribuletes de la patilla y el trabuco cuando no les quedó otra que aceptar que los tiros no salieron de la pistola de un antisistema, de un desahuciado, de un gudari irreductible, de un jubilado estafado con las preferentes, fue antológico. Después vino la escrupulosa delicadeza con el entorno familiar y vecinal de las partes implicadas. Se aceptó que la hija de la fallecida exigiera respeto y se enfocó en la lejanía el domicilio de la finada. De primeras no hubo cámaras en la puerta de la casa del funcionario policial que ha resultado padre y esposo de las presuntas delincuentes.

Si los tiros hubieran salido de la pistola de un antisistema, de un desahuciado, de un jubilado estafado con las preferentes, se hubiese declarado desde estudios y platós, con mucho jaleo de tertulianos ávidos de sangre y titulares, la entrada a saco en los vecindarios para grabar a bocajarro, sin piedad y sin respeto: "No importa, son marujas y manolos". También esto me ha recordado al Marañón que se tenía a sí mismo por liberal. A los del estado llano nos califica de "vulgo" (puedo aceptarlo), pero nos llama también "los del arroyo" (bueno, si por lo menos cobrase por dejarme joder, lo aceptaría con menos arcadas).

Toda esa confusión inicial de tanto periodista fuera de esquemas con este suceso de León -ya veremos si no acaba en crimen político, como el de Escobedo-, también se ilustra con un sesudo comentario de Carmelo Encinas en la tertulia de Ana Rosa. Este periodista, figura del periodismo madrileño en la SER, caído al ostracismo de Localia y recuperado como becario de tertulias en las chozas de La Caverna, ahora se gana muy bien la vida en los palacios de Telecinco y La Sexta como tertuliano feroz. Suya fue esta sentencia al día siguiente de la muerte de Isabel Carrasco: "No podemos permitir que esto se convierta en una calle de África". Tendrá que coincidir el muy combativo Encinas que distamos mucho de pisar calles de Europa, donde un político que copia una tesis doctoral dimite.

Porque sería muy poco profesional que los periodistas olvidásemos ahora que la política fallecida tenía ya sus estrellas en el Muro de la Infamia a base de dietas, kilometraje y cuidados estéticos. Sería poco profesional y, de hecho, lo es, porque resulta que las cacicadas de Fabra, de Baltar o de Carrasco son expresiones de un "carácter fuerte" para los periodistas que se han vuelto repentinamente escrupulosos con el dolor, la intimidad y la posteridad. Y las cuarteladas y amenazas de la presidenta–retirar publicidad de un medio hostil lo es– son "puro temperamento". Y la lucha a muerte (nunca con más propiedad) por el poder en los partidos es "capacidad de trabajo y voluntad de acero", en vez de codicia, vanidad ciega y absoluta falta de respeto por la ciudadanía a la que dicen representar. Por muchas bodas maragatas con Luis del Olmo que celebrase.

Cada vez más, entiendo que los periodistas estemos en los últimos lugares en las encuestas de prestigio profesional. Cuando surgen sucesos como éste, solemos caernos con todo el equipo ético y argumentativo. En realidad, en esos casos no opinamos, balbuceamos mientras nos la cogemos con papel de fumar. Soy consciente de que estas cosas que pienso no son aceptadas ni compartidas por muchos de mis colegas, pero voy a insistir. Cuando un periodista que empieza a hablar de Isabel Carrasco dice que lo unían a ella fuertes lazos de amistad, debería considerar si no está sujeto a un inexcusable conflicto de intereses. Quizá sería más ético que saliera del foro, o del ágora, hasta pasar el duelo. O que hiciera su trabajo tal y como se espera de él: distinguiendo –qué difícil hoy en día– entre información y opinión. Los hay que no distinguen entre sus sermones económicos y sus anuncios para bancos, así que apañaos vamos.

Nada de lo que he visto y oído estos días a muchos de mis colegas nos aleja de un repugnante modelo de democracia que Marañón hace suya: "La de hacer creer al pueblo que él es el que manda, manteniendo el engaño con un mínimo de concesiones". Para el insigne humanista, ese remedo de democracia "es la justa, la cauta, la de los pueblos donde la democracia no ha enfermado de convulsiones demagógicas". Como decimos los del arroyo: ¡Tócate los cojones, Marañón! 

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