¿Qué pasará en el panteón de El Escorial cuando fallezca el rey dimisionario?

Juan Carlos y Don Juan.
Juan Carlos y Don Juan.

El panteón no admite más plazas y Juan Carlos no solo hizo rey a su hijo, sino también a su padre, por lo que ambos tienen reservada sus hornacinas entre los que sí reinaron.

¿Qué pasará en el panteón de El Escorial cuando fallezca el rey dimisionario?

El panteón no admite más plazas y Juan Carlos no solo hizo rey a su hijo, sino también a su padre, por lo que ambos tienen reservada sus hornacinas entre los que sí reinaron.

Los monjes agustinos de la comunidad de El Escorial revisan de vez en cuando cómo va el proceso de descomposición los cadáveres que esperan en el llamado “Pudridero”  (donde sus restos han de esperar 25 años) para poder ser trasladados a la Cámara de Reyes. En una de las últimas comprobaciones se advirtió que el cadáver de Don Juan, el Conde de Barcelona, apenas había experimentado cambios, debido al excelente estado de embalsamamiento. Por ello fue preciso abrir unos agujeros en el ataúd y rodearlo de un producto químico para ayudar a la naturaleza.

Todos los Reyes de España desde Carlos V reposan aquí, excepto Felipe V, que prefirió la Colegiata del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso para descansar junto a su segunda esposa, Isabel de Farnesio, y Fernando VI, hijo del anterior, que fue enterrado por expreso deseo en el Real Monasterio de la Visitación de Madrid, más conocido como las Reales Salesas, que había fundado junto a su esposa, Bárbara de Braganza.

Se mantienen en El Escorial tres sepulturas vacías en el Panteón de Reyes, pero están reservadas para los padres de Juan Carlos, Don Juan de Borbón y Doña María de las Mercedes, y a su abuela, la Reina Victoria Eugenia. Cuando estos cuerpos sean depositados en sus sepulturas definitivas, el Panteón Real quedará sin espacio para nuevas tumbas. De momento, cuando fallezca Juan Carlos I (al que deseamos larga vida) ¿improvisarán de nuevo o van a ir pensando algo?

Es curioso constatar que Juan Carlos I haya hecho dos reyes: a su padre, con carácter retroactivo; y a su hijo por cesión. La urna en la que don Juan de Borbón descansará junto al resto de la dinastía borbónica a está inscrita con el rótulo "Ioannes III, Comes Barcinonae" (Juan III, Conde de Barcelona). Así lo decidió Juan Carlos tras leer un dictamen escrito por el historiador Carlos Seco Serrano, un año después de la muerte de su padre y que fue publicado en un especial que ofreció el diario “Abc” el 2 de abril de 1994. Se defendía que el padre del rey debía ser enterrado en el Panteón de Reyes bajo el nombre de Juan III por haber sido rey de derecho, aunque nunca llegase a reinar.

El ordinal que precederá al nombre servirá para dar continuidad a la dinastía y de este modo, se le reconoce como heredero y cabeza de los Borbones durante los años en los que Franco fue Jefe de Estado en España. Este dictamen fue clave para que el rey finalmente diera la orden de grabar en la urna de su padre el rótulo “Ioannes III, Comes Barcinonae”. Pero no deja de ser una ficción como tantas con respecto a esta familia a institución.

Dice Abc que don Juan no fue rey de hecho, pero sí de derecho para la inmensa mayoría de los españoles, si bien no precisa cómo los contaron. Dice el dictamen al inicio que la Academia de la Historia cumple su deber de lealtad a la Corona en la persona de Juan III; porque siendo éste hijo y padre de rey, sin llegar a ceñir la corona, “asumió a la perfección la misión ancestral de la realeza”.

Y lo más curioso es que su nombre ya lo lleva otro personaje de su familia, sólo que de la rama carlista. Es decir, ya hay otro Juan III. El prestigioso jurista Fernando García Mercadall, experto entre otros muchos saberes, en la Monarquía, considera que las Leyes de Familia (que Juan Carlos I considera una antigualla) están plenamente vigentes para la Casa de Borbón que debe respetarlas por ser el vehículo de su propia legitimidad histórica. Por lo tanto, y a afectos de los Borbones, esas leyes no las anula la Constitución, aunque les venga bien, en algunos casos, acogerse a tal argumento. Si se asume la rama Carlista, hay que respetar los numerales de sus reyes.

He ahí otra de las pruebas de lo poco que respetan sus propias reglas en esta también conocida como “Casa de Francia”. El conde de Barcelona aceptó en su día la pleitesía que le rindieron el conde de Rodezno y un sector del Tradicionalismo más conservador, aceptando encarnar el modelo de monarquía católica y conservadora, de suerte que confluyera en él la “legitimidad” de la que se entendían administradores los miembros de una facción del Carlismo, considerada traidora por lo fieles seguidores de la rama Tradicional, ahora encarnada por los Parma.

Don Juan se encasquetó la chapela roja de los carlistas y su esposa, la blanca de las “margaritas” con toda naturalidad, como si realmente se hubiera puesto fin a un pleito histórico y confluyeran y volvieran a unirse en él las dos ramas de los Borbones de España, la liberal, o “usurpadora”, según los Carlistas, y éstos últimos, o una parte de ellos. Por lo tanto, sí esa confluencia se produjera, Juan de Borbón debería respetar la propia cronología de la rama Carlista de la que se suponía también continuador, y por lo tanto los numerales de los reyes carlistas, donde ya hubo un Juan III. Ahora, por lo visto, tendremos dos.

En 1968 se publicó en Sevilla  un interesante libro, firmado por Fernando Polo, titulado “¿Quién es el rey? La actual sucesión dinástica de la monarquía española”.  Es un documentado estudio del pleito dinástico que tantos disgustos causó a los españoles además de tres guerras civiles que nos podríamos haber ahorrado, y un alegato contra la pretendida legitimidad del conde de Barcelona, en aquellos años todavía “pretendiente” al trono de España, en tanto había mandado a su hijo Juan Carlos a educarse junto al general Franco y a quedar a la expectativa de lo que éste resolviese sobre su futuro. Por eso, analizando los hechos globalmente, llama la atención que el conde de Barcelona se sorprendiese de la prevista salida que Franco dio al asunto sucesorio, a partir de una situación que él mismo había contribuido a crear.

Para conducir a la conclusión obvia de que la llamada “rama liberal” es una rama usurpadora, por lo tanto no legítima, Polo hace un detenido recorrido por los avatares de los descendientes de Felipe V, especialmente a partir de Carlos III y expone que hubiera ocurrido si en 1833, Carlos V se hubiera sentado pacíficamente y sin oposición en el trono que ocuparía su sobrina Isabel II.

Y mientras el carlismo ortodoxo consideraba al conde de Barcelona un pretendiente sin derecho a la Corona, un sector del tradicionalismo, encabezado por el conde de Rodezno iba ponerse a sus pies. La crónica de lo ocurrido la hallamos en un libro, debido a la autoría del conde Francisco Melgar publicado por propio Consejo Privado de Juan de Barbón, bajo el expresivo título de “El noble final de la escisión dinástica”. Pero más bien parece el cuento de nunca acabar.

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