Los resultados andaluces apuntan al fin de las mayorías absolutas en España

Pedro Sánchez, ex secretario general del PSOE. / Mundiario
Pedro Sánchez, secretario general del PSOE. / Mundiario

El bipartidismo da muestras de agotamiento, pero quizá no tanto como para ser rebasado por las nuevas alternativas. Cuenta además con las normas electorales para amortiguar su caída.

Los resultados andaluces apuntan al fin de las mayorías absolutas en España

El bipartidismo da muestras de agotamiento, pero quizá no tanto como para ser rebasado por las nuevas alternativas. Cuenta además con las normas electorales para amortiguar su caída.

Andalucía marcó tendencia en las elecciones de 1982. En los primeros comicios autonómicos que se celebraron en la comunidad andaluza, en el mes de junio de aquel año, el PSOE de Rafael Escuredo arrasó con el 52,7 por ciento de los votos (y el 60 por ciento de los escaños). Cuatro meses después, el PSOE de Felipe González obtenía el mayor triunfo en las terceras elecciones generales del actual periodo democrático: el 48,4 por ciento de votos y el 57,7 por ciento de escaños. Fue aquel un año crucial en el proceso de transición a la democracia, cuando, por primera vez en la historia de España, un partido de izquierda llegaba al gobierno en solitario y con una amplia mayoría absoluta, superando todo el aparato del poder del que disponía la derecha y que no supo emplear adecuadamente, enfrascada como estaba en sus divisiones internas, promovidas por sus sectores más reaccionarios (incluidos los directamente golpistas), que consideraban peligrosas e innecesarias muchas de las medidas políticas y sociales de sus sectores más reformistas.

Puede que 2015 sea otro momento crucial en el proceso político español, como consecuencia del deterioro general (económico, social, político) causado por la crisis y, sobre todo, por las medidas adoptadas teóricamente para combatirla. Y aunque las decisiones más importantes tengan su origen en el enrocamiento austericida de la Unión Europea, los recortes concretos emprendidos por el actual gobierno (continuando y ampliando los que había empezado el gobierno anterior) han coincidido con el desvelamiento de casos muy graves de corrupción en casi todos los niveles institucionales. Las denuncias y las movilizaciones contra tal situación, mal respondidas o directamente reprimidas desde el poder, parecen estar derivando en el agotamiento de la fórmula bipartidista, en paralelo a la emergencia de nuevas fuerzas políticas descubiertas hace un año en las elecciones europeas, que registran una evolución creciente en los sondeos de opinión y que han vuelto a mostrar una presencia destacada en los resultados de las elecciones andaluzas del pasado 22 de marzo, primera etapa de la carrera electoral de 2015 que culminará el próximo invierno con las elecciones generales.

Sin mayorías absolutas

Si en esta ocasión Andalucía marcase tendencia, sería más bien para descartar cualquier mayoría absoluta. El PSOE de las victorias arrolladoras de 1982 considera ahora un triunfo espectacular haber conseguido mantener los 47 escaños de 2012 (lejos de los 55 escaños de la mayoría absoluta), porque ha coincidido con el descalabro electoral del PP, que ha bajado de 50 diputados de hace tres años (un primer puesto inútil porque tampoco tenía mayoría absoluta) a 33. Por otra parte, el bipartidismo da muestras de agotamiento, pero quizá no tanto como para ser rebasado por las nuevas alternativas emergentes. Las normas electorales, con la nada proporcionada distribución de escaños por provincias, contribuirán también a amortiguar y retrasar la caída de los dos grandes partidos.

Los resultados obtenidos por Podemos (15 diputados) y Ciudadanos (9) son ciertamente importantes para fuerzas que se estrenan en ese ámbito, pero todavía insuficientes para asaltar los cielos de las elecciones generales. Precisamente quienes aspiran a asaltar esos cielos no han pasado en Andalucía de sustituir a Izquierda Unida, una coalición que ya había conseguido en 1994, en solitario, los veinte diputados que ahora suman los cinco de una desgastada IU con los quince de Podemos, que cuenta con la circunstancia atenuante de que el adelanto electoral le pilló sin haber podido estructurar su organización territorial en Andalucía y con que puede estar empezando a hacerle mella la campaña de acoso y desprestigio abierta contra sus dirigentes desde el gobierno y desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación, algo que, de todas maneras, era previsible.

Diversidad en la derecha

Puede que ahora se intensifique otra ofensiva específica contra Ciudadanos, que empieza a comerle terreno al PP, aunque, en este caso, el partido en el gobierno contaría con menos complicidades mediáticas. En el campo de la derecha o del centro-derecha –y este es otro dato nuevo en la situación política española– están descubriendo la diversidad de opciones. Ni al propio PP le interesa tampoco llegar a la descalificación total de esta nueva opción, de la que quizá tendría que echar mano para posibles apoyos. Ciudadanos, además, se presenta con una imagen lo suficientemente abierta como para llegar a ser un aliado disponible tanto a la derecha como a la izquierda.

Las políticas de alianzas posiblemente no se van a cerrar del todo hasta las elecciones generales. A lo más que va a poder aspirar la candidata socialista Susana Díaz en Andalucía es a negociar abstenciones para su sesión de investidura y eso porque a nadie le interesa llegar a tener que repetir las elecciones, en la misma medida que nadie quiere quemarse con apoyos explícitos que le puedan marcar en las siguientes convocatorias electorales. Quizá los siempre particulares ámbitos municipales –donde suelen darse todo tipo de combinaciones naturales o antinaturales– se salven de este largo periodo de interinidad abierto en este año electoral. Con la vista puesta en las elecciones generales, todos los partidos parecen confirmar que los espacios autonómicos –con las excepciones conocidas– gozan de mucha menos autonomía de la que presumen.

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