Normalización de relaciones entre Cuba y EE UU: ¿realidad efectiva o labia vana?

Marcha en La Habana para celebrar los resultados del acuerdo de Cuba con Estados Unidos. / Granma
Marcha en La Habana para celebrar los resultados del acuerdo de Cuba con Estados Unidos. / Granma

La normalización de relaciones entre Cuba y EE UU puede efectuar cambios importantes en Cuba si EE UU la lleva a cabo sin pretensiones, aun cuando las condiciones en EE UU sean complicadas.

Normalización de relaciones entre Cuba y EE UU: ¿realidad efectiva o labia vana?

La normalización de relaciones entre Cuba y EE UU puede efectuar cambios importantes en Cuba si EE UU la lleva a cabo sin pretensiones, aun cuando las condiciones en EE UU sean complicadas.

Hay veces en que la política da sobresaltos inesperados. Nadie esperaba que ocurrieran eventos como el final del conflicto en Irlanda del Norte, la caída del bloque soviético o la Primavera Arabe. Nadie tampoco se esperaba que otro conflicto de larga duración, entre Cuba y EEUU, daría el vuelco que dio el pasado día 17.

En mi primera colaboración para MUNDIARIO, el pasado enero, dejé saber que hacía falta un cambio fundamental en cómo ambos gobiernos se han tratado hasta ahora y recalqué lo siguiente:

Cuba debe abrirse al cambio que EEUU quiere y Estados Unidos debe abrirse a tratar con Cuba como ente soberano y no como paria. Hablar sobre temas migratorios no debe ser lo único por hacer. Todo empieza con la suspensión definitiva del embargo, lo cual le negará a Cuba una de sus excusas más efectivas para insistir en la Revolución como está y le motivará a crear un gobierno menos atado a los lastres del pasado y más capaz de proveer bienes básicos a los ciudadanos, incluyendo los bienes políticos. Ambos pasos son esenciales para un cambio en las retóricas oficiales que propenda a un acercamiento entre ambos países.

Las cosas no ocurrieron exactamente como dije aquella vez, pero el efecto a largo plazo de lo que sí ocurrió podría ser el mismo: el final de cinco décadas de tirantez.

La noticia y su cola

La decisión del presidente estadounidense Barack Obama de normalizar las relaciones entre EEUU y Cuba tiene varios elementos destacables: la expansión de las relaciones económicas actuales, actualmente limitadas a comestibles, productos agrícolas, medicinas y artículos humanitarios; la apertura de una embajada que sustituirá a la sección de intereses actualmente existente, la visita oficial del Secretario de Estado John Kerry a La Habana, la exclusión de Cuba de la lista de países que auspician el terrorismo (Cuba fue añadida a la lista en 1982, en parte, por brindar refugio a miembros de ETA, pero recientemente el gobierno cubano, con la colaboración del gobierno español, extraditó a ocho de los 24 etarras radicados en la isla) y la liberalización de las directrices existentes en cuanto al envío de remesas, la importación de artículos adquiridos en Cuba, las visitas familiares y los viajes por parte de ciudadanos estadounidenses, aunque los viajes turísticos siguen prohibidos. Se trata ni más ni menos del intento más importante de normalización de relaciones en los últimos 30 años, matizado por 18 meses de negociaciones secretas y la intervención decisiva del Papa Francisco.

De más está decir que la reacción no se hizo esperar. Se dice que la noticia fue bien recibida en América Latina y sobretodo en Cuba; incluso un crítico de EEUU a tiempo completo como el presidente venezolano Nicolás Maduro calificó la acción como un acto de valor. El Secretario General de la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, y su homólogo de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, también se mostraron complacidos. Por otro lado, el opositor Partido Republicano rechazó de plano el plan. De hecho, el Portavoz de la Cámara de Representantes, John Boehner, dijo que se hicieron concesiones a “una dictadura que maltrata a su pueblo y conspira con nuestros enemigos”, mientras que el senador cubano-estadounidense Marco Rubio acusó a Obama de pecar de ingenuo. Pero las voces de protesta no solo vinieron de los republicanos, pues otro senador cubano-estadounidense, Bob Menéndez (del Partido Demócrata y, por consiguiente, correligionario del Presidente) consideró como “una falacia” el que Cuba cambie con un simple intento de normalización de relaciones. Por último, en Miami, muchos exiliados cubanos se sintieron traicionados, pero la reacción en general fue variopinta.

La política exterior como cosa partidista

Esta decisión de acercarse a Cuba debe ser motivo de satisfacción para todos, pero por otro lado ese entusiasmo debe ser muy comedido porque en las presentes circunstancias de partidismo desmedido en EEUU cualquier avance que se haga en este asunto puede sufrir reveses muy fácilmente, sobretodo con un Partido Republicano en control de la legislatura estadounidense por los próximos dos años.

Uno de los escenarios posibles es presupuestario. Debido a que el acuerdo más reciente le permite al gobierno federal funcionar por solamente un año, de darse un acuerdo similar los republicanos podrían retirarle fondos al Departamento de Estado para que este no pueda abrir o mantener la embajada en La Habana, así como se le asignaron fondos al Departamento de Seguridad Interna por solo seis meses para que este no pueda implementar las órdenes ejecutivas sobre inmigración decretadas el mes pasado. Otro escenario tiene que ver con el poder constitucional que tiene el Senado estadounidense de aprobar los nombramientos del Presidente; en este escenario, la aprobación del embajador en La Habana puede ser demorada o engavetada. Si un solo senador republicano en 2009, desde la minoría, pudo hacer demorar la aprobación del embajador de EEUU en Brasil porque Obama no quiso apoyar (inicialmente) el golpe de estado que depuso al “chavista” presidente de Honduras, imagínense lo que podría pasar con los republicanos en la mayoría. Tampoco debería extrañar que algún congresista republicano mentalmente desaforado presentará esta decisión de normalizar relaciones como ejemplo de un burdo intento por parte del “Emperador Obama” de destrozar el orden constitucional ignorando al Congreso y abusando del poder de emitir decretos. Por supuesto, la mayoría republicana en ambas cámaras no hará planes ni siquiera para debatir el fin del embargo económico que ya lleva cinco décadas, el cual el gobierno cubano llama “bloqueo” para hacerlo ver como un acto más de una guerra contra Cuba y ha sido condenado por la Asamblea General de la ONU el pasado septiembre por vigesimotercera vez consecutiva.

Hay que mencionar también que no todos los republicanos son inflexibles en su rechazo a cualquier apertura hacia Cuba. Por ejemplo, el Senador Jeff Flake ha sido un crítico consistente de la política de aislamiento que EEUU ha seguido hasta ahora. Otro ejemplo es el Senador Rand Paul, quien criticó a Rubio sin ninguna remisión. Pero la existencia de estos senadores no cambiará las cosas porque son muy pocos como para contrarrestar la opinión compartida por el resto de su partido. Pensar en la próxima elección presidencial, en 2016, es importante, pues algunos de los presidenciables republicanos, tales como el gobernador de Texas Rick Perry y el ultraconservador senador por ese estado, Ted Cruz, han expresado un gran malestar por la decisión de Obama.

Este último punto conecta con otros detalles igualmente significativos. Históricamente, el aislar a Cuba y acabar con su sistema político siempre han sido un banderín de enganche muy efectivo para el Partido Republicano, pues con ello siempre ha obtenido votos seguros por parte de los exiliados cubanos, sobretodo entre los más intransigentes en el sur de Florida. Sin embargo, la opinión de que tiene que haber un acercamiento entre Cuba y EEUU se ha vuelto más generalizada gracias a las oleadas más recientes de emigrantes cubanos y la presencia de jóvenes cubano-estadounidenses de mentalidad más progresista. Esa es la razón por la cual la reacción en Miami a la noticia de la normalización de relaciones con Cuba ha sido tan mixta, añadiéndole un elemento de incertidumbre a lo que pueda pasar en 2016. Sin embargo, no nos parece impensable que los republicanos recurran una vez más a su banderín de enganche por aquello de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Si se trata de reconquistar la Casa Blanca, esos votos “de protesta” obtenidos así serán muy valiosos, y si republicanos como Perry o Cruz ganan la elección, el acercamiento con Cuba será suspendido indefinidamente.

La conclusión es clara: Obama puede ir a por todas con su decisión de normalizar las relaciones entre EEUU y Cuba, pero no será fácil y no existe ni una garantía de que el proceso culmine como los más ilusionados esperan. A pesar de estas complicadas circunstancias, es buena idea asumir, para propósitos de estas palabras, que esa normalización puede tener un final feliz. Por eso, vale la pena reflexionar sobre lo dicho el pasado enero aquí en MUNDIARIO.

Acercamiento sin planes ulteriores ni hipocresías

No creemos que la decisión de normalizar relaciones con Cuba haya provenido de un mea culpa por las seis décadas de neocolonialismo estadounidense anteriores a 1959, pero sí está basado en un reconocimiento público de que la política de confrontación y desestabilización que se implementó posteriormente no funciona. Todo lo que ha hecho es darle al gobierno cubano una excusa conveniente para continuar reprimiendo, convertir a Fidel Castro y su paranoia en víctimas y socavar la posibilidad de demandarle el cumplimiento de las promesas que hizo de elecciones libres y democracia luego del triunfo de la Revolución Cubana. Además, el motor del cambio político que Fidel Castro encabezó fue la liberación nacional y el marxismo-leninismo fue solo un instrumento para lograr esa meta. Es por eso que si EEUU quiere que este acercamiento funcione debe dejar de demandar un cambio hacia la democracia y presionar por los derechos humanos y no pensar que la nueva política es un subterfugio para ejercer influencia sobre el futuro de Cuba, como ya Obama lo ha dejado saber públicamente. De otro modo, el gobierno cubano dudará de las verdaderas intenciones de EEUU y pensará que el acercamiento en cuestión no es mas que democratización a la fuerza, pero con guantes de seda y no de boxeo.

Otra razón es de imagen pública, pues las declaraciones nada conciliatorias y hasta iracundas de los republicanos en contra del gobierno cubano por su represión y violaciones a los derechos humanos, así como posiciones de principio sobre cómo los cubanos tienen el derecho de vivir en libertad y cómo EEUU les ayudará a conseguirlo, son palabras vacuas luego de que el Senado de EEUU hiciera público su informe sobre la tortura a presuntos terroristas, de que firmas estadounidenses hayan hecho negocios con dictaduras como la de Myanmar y estados de partido único como China y de otras manchas negras en la reputación del Campeón de los Derechos Humanos, como las vejaciones de Abu Ghraib. El que EEUU tire la piedra a Cuba no estando libre de pecado es pura hipocresía.

No hay excusas

Nada de lo dicho hasta ahora quiere dejar entender que Cuba no debe mejorar su récord en derechos humanos o rechazar el hecho insoslayable de que los tiempos cambian, pero forzarle esas opiniones hace que el gobierno insista en “defender la Revolución” como fin en sí mismo y sea reacio a la idea de un cambio, por más lento e inocuo que sea. Eso no ayuda, sobretodo, a la causa de los derechos humanos en Cuba. Sin embargo, un acercamiento de EEUU sin motivos ulteriores ni posturas hipócritas de poca credibilidad puede hacer una gran diferencia. Los cubanos en la isla no están necesariamente a favor de derribar el sistema, pero están de acuerdo en que una normalización de relaciones con EEUU tendrá efectos positivos en su vida cotidiana a corto plazo.

No se sabe hasta ahora si esta normalización incluirá el establecimiento de empresas estadounidenses en Cuba o si involucrarán bienes estadounidenses nacionalizados por el gobierno cubano, pero si el acuerdo se logra el gobierno cubano solo puede beneficiarse verdaderamente si deja de insistir en la economía planificada de tipo soviético. Ni siquiera las pequeñas empresas que ahora son permitidas por el gobierno cubano podrán mantener a la Revolución solvente sin ceder, por lo menos, algo de terreno a la mano invisible del mercado. Esa conclusión es notable porque, según la investigadora Julia Sweig, el gobierno cubano parece reconocer que a menos de que no encuentre nuevas actividades económicas para cobrar impuestos, el gasto que supondrá mantener a una población de edad avanzada que supera poco a poco a la población activa pondrá en jaque los logros sociales más significativos de la Revolución Cubana. Es quizás aquí, así como en las expectativas ciudadanas, donde se puede apreciar por qué el gobierno cubano está dispuesto a acercarse a EEUU.

Hay que repetir también la explicación del por qué la Revolución Cubana adquirió su carácter tan controversial: la necesidad de sobrevivir al choque frontal con EEUU hizo imperioso el hacer sacrificios que no podían hacerse si hubieran desacuerdos, pero el resultado fue la exageración de los peligros existentes. Si EEUU demuestra con hechos concretos que está dispuesto a abandonar el pasado y empezar de cero, el gobierno cubano no tendrá una justificación para seguir inventando contrarrevolucionarios. Por consiguiente, tampoco habría justificación para los Comités para la Defensa de la Revolución, encarcelar blogueros o asesinar a disidentes pacíficos y hacerlo parecer como un accidente.

En resumen, estos efectos políticos y económicos del acercamiento que EEUU ha iniciado, si ese acercamiento se hace con inteligencia y sensibilidad, pueden hacer que la Revolución Cubana tenga que redefinirse a sí misma y hasta evolucionar, porque el enemigo estadounidense ya no quiere aislar, contener o enfrentar a Cuba para siempre. Cuba no se convertirá en democracia liberal en el corto plazo, pero la Revolución tampoco será la misma de los pasados 55 años. No sabemos si Cuba terminará como China o si se convertirá en una socialdemocracia (por lo menos, en una rudimentaria), y el Presidente Raúl Castro ha dicho que los fundamentos socialistas del estado cubano no son negociables, No obstante, las cosas han cambiado de tal forma que insistir en la ortodoxia socialista se ha convertido en algo tan anticuado como el embargo estadounidense. La pregunta ya no es si Cuba cambiará o no, sino cuán rápido o lento será el cambio.

Colofón: Los que no aprenden del pasado están condenados a sabotear el acercamiento
Por último, se ha insistido en que existen semejanzas entre esta normalización de relaciones con Cuba y el histórico acercamiento entre EEUU y China de la década de 1970. Nadie mejor que Henry Kissinger, a pesar de su nefasto rol en los asuntos latinoamericanos, para indicar las lecciones que ofrece la experiencia sino-estadounidense a la de cómo tratar con Cuba de ahora en adelante: generar un sentido de propósito común en áreas de preocupación mutua y evitar cualquier retórica que refuerce los miedos existentes.
Si Cuba y EEUU se comprometen a cumplir por lo menos con eso, la nueva era en las relaciones entre ambos países no será labia vana, sino una realidad efectiva.

 

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