El mejor homenaje a Jimmy es que su muerte marque el fin de la violencia en el fútbol

Francisco Javier Romero Taboada, Jimmy. / RR SS
Francisco Javier Romero Taboada, 'Jimmy'.

Asistir a un partido de fútbol tiene que ser sinónimo de alegría y de fiesta, nunca de tragedia. Por eso nos resulta inexplicable una muerte absurda como la de Jimmy.

El mejor homenaje a Jimmy es que su muerte marque el fin de la violencia en el fútbol

Asistir a un partido de fútbol tiene que ser sinónimo de alegría y de fiesta, nunca de tragedia. Por eso nos resulta inexplicable una muerte absurda como la de Jimmy.

Asistir a un estadio a disfrutar de un partido de fútbol tiene que ser sinónimo de alegría y de fiesta, nunca de tragedia. Se puede cantar, gritar, animar a tu equipo, meterte con el rival, presionar al árbitro, abuchear a tus propios jugadores si no dan dos pases seguidos, sacar los pañuelos contra el palco... pero todo dentro de los límites que marca la deportividad y no la barbarie.

Que dos aficiones rivales acaben moliéndose a palos dentro de un estadio es un disparate, pero siempre alegarán 'el calentón del momento' o que 'nos provocaron desde la otra grada'. Pero quedar antes de un partido, después de haber hecho los unos 600 km por la noche y los otros acopio de material de guerrilla, se escapa a las entendederas de cualquier cabeza bien asentada sobre los hombros. Me da igual que los protagonistas tengan 20 que 40 años, aunque en este último caso se me escapa todavía más lo que le puede pasar por la cabeza a alguien con cierta edad y una familia detrás para que su plan de fin de semana sea ir a zumbarse con unos desconocidos.

No me vale ni deportivistas ni colchoneros, ni extrema izquierda ni extrema derecha, ni nacionalismo periférico contra nacionalismo centralista. ¿Alguien se cree que los 200 energúmenos que el domingo pasado se atizaron como si no hubiese mañana lo hicieron por defender a un equipo o a una ideología? Si la respuesta es sí, vaya por delante que ningún equipo ni ninguna idea política se merece que nadie la defienda con navajas y barras de hierro.

No está oficialmente demostrado si hubo quedada o fue una emboscada, aunque viendo repetidamente las imágenes de la televisión parece que todos sabían a lo que iban. La peor parte se la llevó Jimmy que acabó perdiendo la vida de la forma más absurda, víctima de una violencia inexplicable. Y ahora el fútbol en general y el deportivismo en particular se echan las manos a la cabeza.

Como bien han manifestado muchos simpatizantes de estas agrupaciones, ser ultra no significa ser violento, aunque sí muchos violentos utilizan a estos grupos para ocultarse en la masa y sacar lo peor que llevan que dentro. Por eso sería un paso muy importante que los propios grupos ultras expulsasen y denunciasen a sus miembros más radicales.

Tampoco voy a entrar a valorar el por qué no se puede acudir a un entierro a título personal, como hizo el expresidente Lendoiro, y sí se puede guardar un minuto de silencio en su recuerdo, como se hizo en Riazor. Probablemente a lo largo de esta semana se hayan tomado todavía pocas decisiones y no las más adecuadas.

Pero sin duda el menor homenaje para recordar a Jimmy sería que haya sido la última víctima mortal de un enfrentamiento entre ultras de fútbol. El único sentido que podría tener su muerte sería el de unir su nombre al del fin de la violencia, y que cuando dentro de cuatro, diez o veinte años presumamos de que no se ha vuelto a producir ningún episodio trágico alrededor del fútbol recordemos a Jimmy.

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