Mala educación y prepotencia tras gestos recientes de los 'mejor educados'

Manuela Carmena.
Manuela Carmena.

Pánico da que, incapaces de atraer a los mejores de verdad, logren con artimañas hipócritas un desafecto que haga verdad el viejo refrán de que corruptio optimi pessima.

Mala educación y prepotencia tras gestos recientes de los 'mejor educados'

Pánico da que, incapaces de atraer a los auténticos mejores, logren con artimañas hipócritas un desafecto que haga verdad el viejo refrán de que corruptio optimi pessima.

 

La mala educación que están demostrando personas que deberían estar obligadas a dar ejemplo de moderación y tolerancia, al margen de su definición ideológica concreta, es un rasgo que no es fácil encontrar en otros países democráticos de nuestro entorno, pero que, desgraciadamente, amenaza con incrementarse en el nuestro según se acerca la fecha de las elecciones generales”. Sin indicar nombres específicos, así comentaba Soledad Gallego algunas reacciones de “histeria política” ante los resultados de las últimas elecciones. Manuela Carmena ya había diagnosticado las displicentes declaraciones de su oponente como “pataleta de niña caprichosa”. Todo profesor o maestro sabe la lata que le puede dar un alumno caprichoso y antojadizo, para el buen clima del aula. Lo malo es que tales personas cuando logran poder –y las aludidas lo han tenido muy grande durante mucho tiempo- no han dudado en contradecir con sus obras lo que decían con sus palabras, algo contrario a la supuesta buena educación que han recibido y proclive a enrarecer la disposición a la convivencia. En el Club Siglo XXI de Madrid, todavía deben resonar las proclamas que la entonces recién nombrada ministra de Educación hizo,  el 26 de mayo de 1997, en loor de “la calidad” y “la libertad” en educación. Y desde febrero de 2003, las que quien era ministra de Exteriores brindó como un cheque en blanco a William Powell en la ONU a propósito de “las armas de destrucción masiva”.

Lo peor, sin embargo, es que no parecen tener propósito de enmienda, aferradas como están a un sentido patrimonialista del poder, inmune a los cambios que el cuerpo electoral viene demandando y que, a todas luces, acaba de mostrar en muchos lugares de España. Por más triste que pueda ser, estos guardianes de las esencias no dudan en apelar a trucos sentimentales diversos que permitan a sus fieles hacer asociaciones extrañas, con alusiones al mundo “soviético”, “comunista”, “bolivariano”, del “Califato” de Córdoba o del “nazismo” –todo les vale-, y respaldando de paso previsibles reacciones y tumultos antidemocráticos como el de la madrileña Plaza de Colón. A más de uno este lenguaraz e irresponsable proceder le habrá recordado el frentismo antirepublicano de cuando, en el 36, la octava orden de urgencia, a cargo de la Junta provisional de Gobierno, incitaba a que debían “consentirse ciertos tumultos a cargo de civiles…” a fin de que se creara un ambiente propicio a la sublevación golpista. Ya se encargarían más tarde, por Orden del Ministerio del Interior de 21 de diciembre de 1938, de que una Comisión de veintidós juristas fieles a los sublevados se encargara de “demostrar plenamente la ilegitimidad de los poderes actuantes en la República en 18 de julio de 1936”.

Algo tienen en común determinados números uno de colegio y algunos aristócratas advenedizos. Consideran que los demás no están a su altura, no lo han estado y mejor que no logren estarlo nunca. Siguen pensando que la revolución del Tercer Estado, cuando la Revolución Francesa, no tiene que ver con ellos: no estaban allí y su déficit de Humanidades no les lleva a enterarse. Tampoco los lemas constitucionales de igualdad, que dicen regirnos a todos desde 1978, parecen comprometerles: en la práctica, ahí están sus esforzadas actuaciones testimoniales en pro de que persistan o se acrecienten las distancias de cuna, no sea que “los otros” se acerquen demasiado. Por eso han cultivado asiduamente la incomunicación con los problemas del resto de los mortales y, cuando han actuado en política educativa, han laborado a fondo por mantener los privilegios de la educación a que han podido acceder e, incluso,  aumentarlos: no les ha temblado el pulso para los recortes consabidos a la pública, mientras aumentaban las dotaciones de la privada y concertada. Han interpretado a conveniencia aquello de que al que tiene se le dará y al que poco tiene, incluso de lo que tiene se le quitará (Mt. 25,29), sin tener en cuenta ninguna de las muchas concordancias bíblicas sobre la pobreza y los pobres. Mala educación parece, especialmente para tiempos como estos en que el común de los votantes demanda otra sensibilidad hacia los problemas que padece; una capacidad de inclusión muy distinta de la que les ha sido dado ver en tan selectos políticos. Les pregonan ahora que tengan esperanza porque ya estamos, al parecer, en período de “recuperación”. Pero sin reconocer que, ni se han abajado, ni lo harán, a sacarles de su precariedad -ni siquiera  mencionarla-, de ningún modo traspasarán la prepotencia que generan. Pretenderán ahora ponerse un poco más a la altura de los de abajo con promesas de último recambio, y apurarán hasta noviembre las metodologías del miedo. Todo con tal de seguir igual o cambiar lo menos posible, lo que redundará en crecimiento de un ya demostrado déficit de empatía.

El problema de la educación -buena o mala-, es que deja rastros concomitantes de calidad, sentido y modelo por todas partes. La desbandada ya iniciada por algunos altos responsables de políticas educativas, en el Ministerio en primer lugar, y concomitantemente en unas cuantas Autonomías y Ayuntamientos relevantes, no está resultando nada ejemplar, especialmente cuando viene acompañada de elegías indiscriminadas y locuacidad arbitrista, más lenguaraz y destemplada que responsable. Capítulo particular merece estos días la obsesión por esquivar responsabilidades que ha tenido lugar recientemente en un Instituto madrileño, no sólo por el déficit de atención que le han prestado durante largo tiempo ante la cantidad de problemas que allí confluían, sino porque, a última hora, cuando se ha producido “una tragedia evitable”, llevándose por delante la vida de una alumna, han procurado echar balones fuera: un canto a la burocracia ineficiente que generará mayor frustración para el debido funcionamiento interno del centro por muy apresurados parches que ahora quieran poner. En términos de rendición democrática de cuentas, y con más de un imputado por medio, ambas tipologías gestuales son una loa perfecta al sálvese quien pueda y, en definitiva, un verdadero fraude moral. Como lo es también –con indicios de presunta prevaricación- el modo de solapar la obligación de gestionar problemáticos hábitos establecidos que debieran modificarse con debido cuidado, bajo fórmulas tecnocráticas más aparentes que consistentes.  Ahí entra de modo significativo cuanto se ha venido diciendo en esta columna a propósito del Informe PISA y sus torticeras utilidades para determinar expeditivos y obsoletos preceptos de la LOMCE, atentatoria contra la autonomía profesional de los docentes en cuanto a saberes y funciones, limitadora de una educación más rica e integral para el alumnado, y, en definitiva, nada valiosa –y, por tanto, inútil- para “la mejora” cualitativa del sistema educativo español. No es éste,  por demás, un extraño modo de proceder en España, pues PISA tiene cada vez más detractores fuera. Lean, si no, una reciente carta de 100 educadores relevantes de distintos países de la OCDE al máximo gestor de este Informe, Andreas Schleicher, el 6 de mayo de 2014, reclamando en The Guardian: “paren PISA” porque otra educación es posible.

Necesitamos mejor educación y en manos de gente mejor educada, con estilos radicalmente nuevos de decir y actuar, menos soberbios y machistas: no nos hagan perder otra legislatura con ejemplos constantes de desvergüenza e ignorancia doctrinaria y, además, con sobredosis de manipulación para confundirnos y someternos a sus dictados. Quienes, derrotados o satisfechos por los votos del pasado día 24, se sientan interpelados por sus votantes, tal vez debieran pensar que, al margen de los votos logrados, la calidad de buena educación nos la muestran a diario con sus actos, su mansedumbre y buenos modales, su fidelidad a la palabra dada y su preocupación por la verdad en cuanto dicen y ejecutan. Del lado ciudadano es sobradamente sabido que sólo así resultan convincentes cuando hablan  del sistema educativo o de cualquier otro asunto público. Si les sienten híspidos y poco cuidadosos  ya intuyen falsedad en cuanto hablen o dejen de hablar, que nunca será algo interesante y justo para todos, sino tan sólo un pretexto para otras batallas. Juan de Mairena –un buen educador para estos tiempos-, decía a sus discípulos algo básico en las relaciones democráticas: “Sed modestos: yo os aconsejo la modestia, o, por mejor decir: yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Recordad el proverbio de Castilla: "nadie es más que nadie". Esto quiere decir cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.

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