Llueve. Llueve y hace frío. Que estupendos paréntesis para ponerse en orden

Begoña Ripalda.
Begoña Ripalda.

Encontrar un viejo álbum de fotos es un momento mágico que hace desfilar ante tus ojos momentos sonrientes, y entonces te ves en un espejo, de repente, como un milagro.

Llueve. Llueve y hace frío. Que estupendos paréntesis para ponerse en orden

En vista de la lluvia permanente, una se ha puesto a la ardua tarea de ordenar, que no de dar órdenes sino de poner orden en espacios casi olvidados. Y una abre armarios y cajones, y como si eso fuera a traer el sol deseado, se pone una a tirar cosas o reciclar o lo que sea con tal de sanear un poco y que quede solamente lo que una en estos momentos cree que vale la pena guardar. Ardua tarea, sí, y todo esto desata una corriente de toma de decisiones rápida y tajante, en fin. Pues resulta que hay un momento de frenazo en toda esa algarabía de ropas y cosas por los suelos, en que una abre la caja donde guarda las fotos viejas, ya casi  antiguas, desde hace… ni se sabe y esas imágenes un poco desenfocadas empiezan a enviar flashes y a veces fogonazos de más de media vida. Hace falta valor… hace falta valor. Y al sacar un álbum viejo, se le caen las tapas y se desperdigan por el suelo cuatro o cinco fotos abarquilladas, como viejas estampitas. Y es cuando una piensa en voz alta: “!no puedo tener todo esto así¡”. A partir de entonces ya sólo hace falta que arrecie la  lluvia sinsorga, preparar una taza de té calentito y no mirar los relojes. “Vamos a ordenar esto un poco”.

Como una película que empieza en blanco y negro y continúa en tecnicolor, comprueba una que entonces la inteligencia y la memoria se asocian para sacar a la luz  momentos estupendos y se dedica a perder el tiempo mirándolas, recuperándolas. El caso es que una no se plantea, ni quiere plantearse a estas alturas, lo evidente: En los malos momentos no se sacaban  fotos.

 

UN POEMA PARA LA LLUVIA:

Aplastamiento de las gotas

     Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones
cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita
en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo
y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
     Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga,
ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
     Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración
del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
     Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortázar

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