Inmigración, pluralismo y tolerancia recíproca tras los atentados de París

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Inmigrantes musulmanes en París con el lema No en mi nombre.

Europa debe superar el miedo y los clichés de las simplificaciones y los inmigrantes deben esforzarse en aceptar los principios liberales sobre los que están asentadas nuestras sociedades.

Inmigración, pluralismo y tolerancia recíproca tras los atentados de París

Europa debe superar el miedo y los clichés de las simplificaciones y los inmigrantes deben esforzarse en aceptar los principios liberales sobre los que están asentadas nuestras sociedades.

El impacto inicial de las imágenes del ataque a Charlie Hebdo en París fue enorme. Le siguió la respuesta de políticos y ciudadanos, que condenaron el ataque en la calle y en las redes sociales de forma unánime. Ahora, los gobiernos comienzan a tomar medidas. El PP y el PSOE acaban de firmar un pacto contra el terrorismo yihadista por el que se puede condenar actuaciones individuales o viajes al extranjero para colaborar o incorporarse a organizaciones como el Estado Islámico o Al Qaeda. Un mes después, los qués y los quiénes del suceso han dejado paso a los por qués y al cómo.

¿Por qué estos atentados? Nuevos tiempos, nuevas amenazas

Los expertos hablan de nuevas formas de terrorismo, sobre todo en Occidente. Lobos solitarios, células independientes, ciberataques… Las amenazas mutan y se adaptan a los tiempos. La modernidad produce nuevas situaciones de riesgo, desconocidas hasta ahora y que afectan todos por igual. Incluso los esquemas clásicos de desempleo-pobreza-inmigración que explicaban los ataques al sistema han quedado obsoletos. Los atentados de Nueva York del 2001 fueron organizados por jóvenes musulmanes de clase media-alta educados en Europa. Los disturbios del 2005 en Francia estuvieron protagonizados por chicos que protestaban por la marginación y la falta de derechos, no por el desempleo. Ese mismo año, un grupo de cuatro islamistas de Al-Qaeda nacidos y criados en Luton (Reino Unido) perpetraron los atentados de Londres.

Ataques como el de Charlie Hebdo en París sacuden la conciencia de los ciudadanos europeos porque su objetivo es atentar contra los principios de los sistemas democráticos. Los protagonistas son jóvenes integrados pero sin expectativas de futuro. Muchos procedentes de familias que emigraron de antiguas colonias como Argelia. Sus padres sacrificaron la integración por el ascenso social, por la mejoría de sus condiciones de vida. Ahora, sus hijos conocen el idioma, las costumbres y la cultura, pero la falta de igualdad de oportunidades acaba por aislarlos y radicalizarlos.

¿Cómo gestionamos la inmigración en esta Europa envejecida?

Que Europa será diversa o no será es una idea que ya pocos niegan. La demografía deja poco margen al debate. La población en edad activa de trabajar (15 a 64 años) de la Unión Europea disminuye. En los próximos cinco años, esta franja perderá 7,5 millones de personas. La inmigración ayudará a mitigar esa predicción pero los expertos señalan que lo importante es ajustar la demanda laboral a las aptitudes de los candidatos. De momento, eso no ocurre, puesto que los inmigrantes ocupan empleos poco cualificados que no quieren los autóctonos. En Canadá, por la contra, el Gobierno ofrece desde enero de este año una “entrada rápida y permanente” a inmigrantes cualificados en 50 ocupaciones (fisioterapeutas, técnicos informáticos, médicos, ingenieros, psicólogos…)     

Los atentados yihadistas como el de Charlie Hebdo buscan atemorizar a la población. La propia inmigración también se ve afectada: el miedo y los falsos mitos se intensifican y ponen en riesgo la convivencia en muchos lugares. Se dice que son los responsables del aumento del paro, que colapsan los servicios sociales o que hay una auténtica invasión de inmigrantes. Los últimos datos disponibles muestran que el porcentaje de extracomunitarios en la Unión Europea no llega al 4%. La Agencia europea de control de fronteras ha publicado que la presión migratoria sobre las fronteras comunitarias se ha triplicado en el 2013, por lo que ese porcentaje podría haber aumentado.

Ciudadanos en la UE dependiendo de su procedencia.
Datos de 2010
Ciudadanos nacionales
499.076.548
92,4%
Comunitarios en otros países de la UE
20.370.366
3,7%
Extracomunitarios
20.473.416
3,8%
 Fuente: Eurostat   

 

Para Europa la inmigración debe ser una oportunidad, no un inconveniente. Da la sensación de que en la actualidad no hay una política uniforme y que el asunto plantea diferentes problemas dependiendo de la zona de la Unión (mafias, pateras, integración, control de fronteras, sin papeles…) A partir de 2010, el Reino Unido, Alemania o Francia han rectificado sus políticas inspiradas en el multiculturalismo canadiense. Cameron, Merkel o Sarkozy pasaron de defender el derecho de los inmigrantes a preservar su cultura a promover una identidad nacional más fuerte. En los últimos años no ha habido integración. Hubo una convivencia de unas comunidades junto a otras pero en ningún caso se construyó una identidad común. David Cameron expresó esta idea en la Cumbre de Seguridad de Munich de febrero de 2011: “hemos favorecido que distintas culturas lleven vidas separadas, aisladas entre sí y respecto a la cultura dominante”. Merkel también reconoció el fracaso de la sociedad multicultural pero hace unos días no dudó en afirmar que “el islam, junto al judaísmo y al cristianismo, es también parte de Alemania”. Hoy se exploran medidas en una doble dirección: incorporar musulmanes a gobiernos y puestos socialmente reconocidos, e intensificar la lucha contra el yihadismo dentro de sus fronteras.                                                                                              

Multiculturalismo, tolerancia recíproca y pluralismo

Canadá aprobó en 1988 la llamada ley de Multiculturalismo (Act for the Preservation and Enhancement of Multiculturalism in Canada) por la que se reconocía la diversidad racial y cultural del país, la libertad de todos los ciudadanos para promover y practicar sus religiones, sus costumbres… El reconocimiento del mismo estatuto para todos los grupos y la idea de neutralidad del Estado respecto a todas las confesiones supusieron la aparición de las cuotas y la discriminación positiva. Canadá es un país desarrollado, que proyecta una imagen de armonía social, sin grandes conflictos relacionados con la integración de los inmigrantes. Allí las políticas multiculturales son horizontales: se reconocen en la Constitución y se aplican en las escuelas, en los medios de comunicación, en los idiomas, en la financiación de grupos étnicos…

El modelo ha funcionado por varias razones. Por un lado, porque Canadá es desde sus inicios un país de inmigración y acumula gran experiencia en este sentido. Por otro, porque se ha basado en fortalecer la cohesión social, el espíritu cívico, y en crear un concepto de ciudadanía compartida. La idea de conjugar los valores universales (libertad, igualdad jurídica, igualdad social, pluralismo…) con el principio de reconocimiento de las minorías e integración en la comunidad fue desarrollada por Will Kymlicka. El autor canadiense se fijó en el proceso de socialización de los turcos en Alemania: se podía garantizar los derechos de grupo y mantenerlos con el principio de igualdad sin necesidad de elaborar un canon homogéneo, universal.

La exportación del modelo canadiense, como hemos visto, no ha sido siempre exitosa y el debate intelectual se ha intensificado. El multiculturalismo de Walzer o Taylor ha sido sometido a críticas diversas: ¿el individuo tradicional del liberalismo no existe si no es un individuo contextualizado?, ¿cómo fundamentamos unas instituciones comunes si los ciudadanos no tienen casi nada en común?, ¿dónde queda la idea de nación, difuminada en una multiplicidad de grupos?...

Hace casi 15 años Giovanni Sartori contraponía el multiculturalismo al interculturalismo. El primero, según él, llevaba a la balcanización, al desmembramiento de la comunidad pluralista en subgrupos de comunidades cerradas y homogéneas. El segundo está en la base de la identidad occidental y hunde sus raíces en el cosmopolitismo ilustrado del S.XVIII. En “La sociedad multiétnica”, el pensador italiano afirma que la tolerancia no significa indiferencia o pasotismo. Debe ser recíproca y limitada. Las sociedades deben defender con determinación los principios sobre los que se asientan y combatir los enemigos culturales que buscan su derribo. ¿Debe permitir una democracia su propia destrucción democrática?, se pregunta.

Tras los atentados de Charlie Hebdo en Europa hemos vuelto a pensar en la inmigración. En sus problemas, en su situación, en sus excesos… Unos deberían abandonar los clichés y los discursos tremendistas que solo causan miedo. Otros deberían entender que la integración conlleva derechos y deberes. Entre ellos, el respeto a los principios y valores que sustentan nuestras sociedades.

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