¿Implica esta deflación un riesgo real para las economías europea y española?

Sede del Banco Central Europeo, en Frankfurt (Alemania), uno de los centros financieros del país y de Europa.
Sede del Banco Central Europeo, en Frankfurt (Alemania).

Por primera vez desde que hay serie histórica, la inflación de un año completo en España registró valores negativos. ¿Cómo repercutirá este dato en la evolución económica inmediata?

¿Implica esta deflación un riesgo real para las economías europea y española?

Por primera vez desde que hay serie histórica, la inflación de un año completo en España registró valores negativos. ¿Cómo repercutirá este dato en la evolución económica inmediata?

 

2014 ha cerrado con una caída de los precios del 1% en España. Desde que se mide la inflación en nuestro país, año 1965, nunca se había producido esta circunstancia. Ni siquiera en 2009, cuando el PIB se redujo en un 3,8%, el IPC había presentado valores negativos; de hecho, aumentó un 0,8%.

Parece, así pues, que nos encontramos ante una cuestión digna de análisis.

Efectos de la deflación

Siempre con el ejemplo de Japón en la memoria, las consecuencias de la deflación sobre la esperada recuperación económica son temidas por los gobiernos europeos. Por un lado, una caída de precios detrae la demanda interna pues los consumidores esperarán a que los productos estén más baratos. La deflación también repercute en la inversión, que se retrae ante la dificultad de estimar los precios de venta de los artículos producidos. Por último, y de singular importancia en el momento actual, la falta de inflación no ayuda a rebajar la deuda de empresas y familias, cuyos ingresos nominales a la baja contrastan con unas cuotas que no varían con el IPC. 

Estos efectos que dicta la teoría económica son, como tantos otros de esta ciencia social inexacta, relativos. Para que se pongan de manifiesto, las propias unidades de producción y consumo deben percibir la supuesta reducción de los precios y, sobre todo, deben estimar que tal reducción continuará en el tiempo. Lo cual en este caso resulta, al menos, dudoso.

Y resulta dudoso al descomponer el dato de inflación. Eliminando la evolución de los alimentos frescos y de los carburantes, se obtiene la llamada inflación subyacente, la que mide con más rigor el equilibrio entre oferta y demanda; y ésta no es negativa. Según la inflación subyacente, los precios se han mantenido; no han crecido pero tampoco han disminuido.

¿Se debe reaccionar?

Debemos poner de duda, por tanto, que la economía española se asiente sobre un período deflacionario, y así mismo la europea en su conjunto. Sin embargo, la debilidad de los precios debe saludarse con moderado optimismo por varias razones: primera, porque su componente básico actual es el petróleo, y el abaratamiento de los combustibles debe interpretarse como una magnífica noticia por su impacto sobre el crecimiento. De hecho, cabría preguntarse qué porcentaje del crecimiento económico de 2014 en España se explica por la bajada del precio del petróleo.

En segundo lugar, la evolución de los precios debe entenderse en tono positivo pues alivia la presión que ha ejercido el Bundesbank estos años para prevenir al BCE de implantar políticas monetarias expansivas, en concreto la compra de deuda pública que Draghi lleva meses anunciando y aplazando. Y en tercer lugar, conviene celebrar la “amenaza” de la deflación pues ésta debe animar a los gobiernos europeos a adoptar políticas fiscales en aras al crecimiento económico de una vez por todas. 

Si el dato de inflación en Europa no consigue decantar por fin la política económica hacia horizontes de crecimiento, ya solo nos quedaría echarnos en manos de fuerzas como Syriza o Podemos. Tal vez sea ésta la razón definitiva que termine por convencer del cambio necesario a las autoridades europeas actuales. 

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