Los que hablan teóricamente de la pobreza desconocen su efecto inmovilizante

Portada del libro Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades.
Portada del libro Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades.

MUNDIARIO publica varios extractos del libro 'Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades', cuyo autor es Manuel Rivas, quien traza en esta obra un retrato inédito.

Los que hablan teóricamente de la pobreza desconocen su efecto inmovilizante

MUNDIARIO publica varios extractos del libro 'Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades', cuyo autor es Manuel Rivas, quien traza en esta obra un retrato inédito.

Desde aquella visita del hombre de los caminos, todo fue cambiando. Dejaron de trabajar para los terratenientes y concentraron los esfuerzos en sus pequeñas tierras. Hicieron pozos y la Fundación aportó bombas hidráulicas. Y herramientas. Se levantó la escuela. Se ampliaron los cultivos, con campos de mango y zapote. Se hicieron casas y distribuyeron animales, vacas y búfalas lecheras con microcréditos que suelen estar a nombre de las mujeres y se administran en sanghams («asambleas»). Y así van enumerando avances, hasta que le digo a Sheeba, a la traductora, y ella pregunta a Ramappa:

—Bien. Pero, de todo esto, ¿qué es lo más importante?

Se queda pensativo. Está echando cuentas. Ha insistido mucho en la educación. Cuando él era joven, cuando conoció a Vicente, todos eran analfabetos.

Ahora, gran parte de los jóvenes estudia secundaria y algunos han llegado a la universidad, a ingeniería. Pero, de repente, Ramappa dice:

—Perdimos el miedo a hablar. ¡Eso es lo más importante!

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Ahora ya sabes que no serás abandonado.

Esa es una de las grandes intuiciones de Ferrer. Los que hablan teóricamente de la pobreza desconocen su efecto inmovilizante. «Cuando te encuentras con los verdaderos pobres, como aquí son los intocables en la India, hablas con ellos y te das cuenta de que están metidos en un pozo muy profundo. Y no hay manera de salir». La manera de comunicarse de Ferrer, invierte las posiciones. Él no tiene nada. Ellos, los intocables, lo tienen todo. Tienen que recordarlo. La justicia se recuerda. Pero para que ese proceso se ponga en marcha, hace falta desactivar el miedo al abandono. No solo porque llegue por el camino un héroe con las sandalias rotas. No viene a pedir votos. Viene a pedir palabras. Cuentos de miedo. Relatos de la vida. Se le ve satisfecho, cuando escucha preguntas. Al principio suenan como ecos. Eso que ocurre cuando la gente habla y se sorprende a sí misma de hablar eso que habla. Ese es el principio que bombardea el miedo al abandono.

Al ayudar, somos ayudados

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A la vez que cavaban pozos y levantaban escuelas, los pueblos se organizaban. A la vez que se mataba el hambre, se recuperaban las palabras. Eso fue lo que inquietó de la labor de Ferrer. La diferencia entre limosna y solidaridad.

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La eficacia de una organización como el RDT se suele medir, en la perspectiva convencional, por logros visibles, que se puedan contabilizar. El número de escuelas, el número de personas discapacitadas atendi¬das, el número de pacientes de VIH que han pasado a tener una vida normal, el número de depósitos de agua potable, la superficie reforestada, la extensión de cultivos por sistemas de regadío ecológico, el número de casas construidas (y eso impresiona, porque cincuenta mil casas son cincuenta mil casas), las mediaciones para impedir matrimonios infantiles, el trabajo para rescatar mujeres esclavizadas por la prostitución... Todo eso está ahí e impresiona. Pero hay otro trabajo que es muy difícil de cuantificar. El trabajo de ayudar a sentir y a pensar. En el tiempo de la neolengua orwe¬lliana se huye como la peste de la palabra concienciación. Ferrer no tenía ese problema. Lo contrario del despertar de conciencia es la suspensión de las conciencias. Todos los otros avances serían impensables, o fugaces, sin ese despertar.

El diálogo. La educación. La formación. La participación. La colaboración. Todo eso está contemplado. Desarrollado. Cada vez más extendido. No solo es cuestión de principios, explica Anna Ferrer. Cuanta más participación, más eficacia.

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Él, Ferrer, no era de largos discursos. Sabía escuchar, y eso hacía brotar las palabras. Esas palabras estaban allí, esperando saltar a los labios. «Yo no fui a la India a enseñar nada que no supieran». Esa idea refulgente de que la justicia, o la rebeldía frente a la injusticia, no se aprende: «Se recuerda». Eso sí, su silencio sigue siendo audible. Está lleno de cosas que quieren decir.

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Podíamos decir de Ferrer, de su modo de escuchar y activar el silencio, que tenía la cualidad de una elo¬cuencia inversa. La llave que abre paso. Su voz está en el agua, en los dálits del mundo, en las mujeres, esa mitad del universo transversalmente maltratada

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Ferrer se anticipó también en el modo de trabajo de las iglesias y organizaciones caritativas, superando esa concepción poscolonial. La ayuda no era de arriba abajo, sino horizontal. El objetivo no era parchear la miseria, sino el desarrollo integral. Y la palabra apropiada no era caridad, sino solidaridad.

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