El fair play democrático anglo-escocés deja en evidencia el 'juego sucio' hispano-catalán

Mariano Rajoy y Artur Mas.
Mariano Rajoy y Artur Mas.

Gran Bretaña le está dando una lección de pedigrí democrático a la España advenediza. El civilizado proceso de intento de divorcio de Escocia contrasta con el primitivo proceso de intento de divorcio de Cataluña.

El fair play democrático anglo-escocés deja en evidencia el 'juego sucio' hispano-catalán

Gran Bretaña le está dando una lección de pedigrí democrático a la España advenediza. El civilizado proceso de intento de divorcio de Escocia contrasta con el primitivo y asilvestrado proceso de intento de divorcio de Cataluña.

En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y en la crisis, el estirado, flemático, frígido e introvertido pueblo británico nos está dando estos días una lección de sensibilidad y empatía al hospitalario, apasionado, cálido y extrovertido pueblo español. A pocos días de que se les pueda romper el amor con Escocia, de tanto usarlo y quizá abusarlo durante 300 años, los sucesores de los temidos “casacas rojas”, los siniestros inventores de las cabelleras de sus enemigos como trofeo de guerra, los hijos de aquella Pérfida Albión con la que Matías Prats padre practicaba el vudú oral radiofónico contra los destructores de nuestra Armada Invencible, afrontan los trámites preliminares a una posible demanda formal de divorcio haciendo un alarde ante el mundo de pedigrí democrático y de fair play incluido en su ADN.

¿Cómo se os queda el cuerpo, Mariano, el molt Honorable Mas, el nuevo Pedro de Ferraz (sobre cuya piedra quieren levantar la terapia placebo de la asimetría), las dos Españas intelectuales echando ridículos pulsos de fuerza centrípeta y centrífuga, los ciudadanos de este pueblo de pueblos de sangre caliente, ¡oh, los españoles!, que llevamos siglos escribiendo cada día una nueva página más triste o más frívola de nuestra historia interminable de fracasos colectivos?

Amantes de Verona versus amantes de Teruel

El “problema catalán” de los británicos ha encendido la chispa del amor en estos tiempos de cólera. El “problema escocés” de los españoles, en cambio, ha engendrado un tsunami de desapego y odio en las entrañas. Londres y Edimburgo forman parte de un gran escenario Shakesperiano donde Romeos políticos, intelectuales, económicos, literarios, artísticos, y demás célebres y anónimos súbditos de su Graciosa Majestad, suscriben nostálgicos manifiestos y recitan apasionadas declaraciones bajo el balcón de esa nueva versión de otra amada Julieta a la que llamamos Escocia. Madrid y Barcelona, en cambio, han subido el telón en un tétrico escenario apropiado para Tirso de Molina, y se han puesto a representar una grotesca y cutre versión de Los Amantes de Teruel, tonto ella y tonto él.

El cuento es muy sencillo. Una Cataluña de familia acaudalada, aunque venida a menos, se ha cansado de esperar al Estado y se inclina por un matrimonio de conveniencia a la desesperada con el independentismo. Y el Estado, como el infeliz turolense Diego Martínez de Marcilla, tras años intentando hacer fortuna, peto para la financiación autonómica, se muere de rabia, de ira, cuando Cataluña le niega un beso aduciendo su irrenunciable fidelidad a la soberanía. Todo muy español, muy cañí, muy carpetovetónico, en este hipócrita país alegre y cachondo en la forma con un fúnebre y monótono trasfondo en el que llevamos siglos contemplando, una y otra vez, como se masca la tragedia. También aquí, ya verás, acabarán palmando, de una manera u otra, los dos amantes. Pero de estupidez typical spanish, oye, en contraste con la grandeza épica de los universales amantes de Verona “made in Ingland”

Mick Jagger, Loquillo, Stephen Hawking, Fernando Sabater…

Los españoles es que no somos más tontos porque no entrenamos, oye. Allí, entre la lúgubre placenta del “puré de guisantes” que envuelve un paraíso de las sombras, incluso su satánica majestad Mick Jagger le hace carantoñas a Escocia. Aquí, bajo un sol radiante que ilumina un paraíso de la luz, los Jaggers unionistas y separatistas de andar por casa, qué se yo, un Loquillo, un Lluís Llach, dan la nota con sus desafinadas declaraciones de mutuo desamor que parecen talmente plagios de aquellas letras de Pimpinela, no sé si te acuerdas, susceptibles de ser recicladas como infalibles argumentos de vulgar culebrón sudamericano. Allí, un Stephen Hawking es capaz de abandonar su meditación trascendental sobre los orígenes del universo, para intentar evitar un big-bang en el cosmos sociológico británico. Aquí, en cambio, un Fernando Sabater se exilia de la filosofía y se da de alta como militante de la catalanofobia.  

We want that you keep  (¡queremos que os quedéis!)

Es el mundo de los tópicos al revés. La constatación de ese axioma engendrado en la sabiduría popular: “dime de qué presumes y te diré de qué careces” Resulta que en el país que repartía patentes de corso, que cortaba cabezas de Ana Bolenas, que paría implacables poetas de aquellos que, cuanto más conocían a los hombres, más querían a sus perros, el personal ha generalizado emotivas escenas del sofá “We want that you keep” (¡queremos que os quedéis), que calan en los corazones partíos de los escoceses que estos días deshojan los últimos pétalos de su margarita. El sentimental pueblo español, en cambio, paradigma de Tenorios, santuario de Quijotes, cantera de poetas que han confesado que polvo llegarían a ser, más polvo enamorado, escribe estos días, estos meses de vísperas de discutible y discutido derecho a decidir de los hispano-catalanes (me quiere, no me quiere; me quiere no me quiere…), las páginas más bochornosas, más contradictorias, más frívolas, más desmitificadoras, más estúpidas de su historia colectiva, ay, con un amplio inventario de sucesivos superávits en gilipolleces.

La mitificada y tóxica dieta mediterránea

Para que luego digan que la dieta mediterránea es la más sana, oye. Si el hombre es lo que come, los Rajoy, los Mas, los Vargas Llosa, los Junqueras, las Esperanza Aguirre, los Jordi Pujol, los Paco Marhuenda, las Pilar Rahola, los españoles centrípetos y los españoles centrífugos, son, somos víctimas de una intoxicación por consumo de productos naturales del país: guerracivilismo, cainismo, endoracismo, inconstitucionalismo, cantonalismo, caudillismo, hooliganismo, todo ello conservado, eso sí, en saludable aceite de oliva virgen.

Digo yo que también los británicos serán lo que comen, ¿no?, sin que su dieta anglosajona figure precisamente entre las menos perjudiciales para la salud humana. Y, sin embargo, en su mar de grasas saturadas, de aceites refritos, de margarinas sintéticas, de funestos azúcares revoleteando alrededor de su indispensable five o´clock tea, conservan una envidiable salud democrática, un terapéutico escepticismo europeo, una flemática tolerancia ante su peculiar “problema catalán” y una sociedad que acepta sin acritud la solicitud formal de divorcio de su amada de Escocia, pero sin renunciar a convencerla (y no a vencerla) para alcanzar el sublime momento de cualquier pareja en crisis: la reconciliación.

“La concordia fue posible”: el recado póstumo de Suárez

¡Es una pena que Rajoy no sea Cameron, que Artur Mas no sea Alex Salmond, que la superficial democracia española esté a años luz de la arraigada democracia británica, que alguna Escocia española esté dispuesta a brindar con Cava si se alcanza el divorcio y, alguna Cataluña británica conserve Scotch Whisky gran reserva para brindar por la reconciliación! ¡Dios mío! -como dijo Oppenheimer cuando vislumbró las funestas consecuencias de la bomba atómica- ¡Y nosotros hemos hecho, estamos haciendo esto…!

Vuelo con la imaginación hasta la tumba de Adolfo Suárez y releo la nostálgica inscripción que ha quedado grabada por los siglos de las siglas: “La concordia fue posible”.

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