Expectación y advertencias ante el discurso del Rey en la Pascua Militar

Felipe VI y Juan Carlos I
Felipe VI y Juan Carlos I

La Constitución deja claro que el Rey es el jefe simbólico de las Fuerzas Armadas. La política de Defensa la dirige el Gobierno. La lealtad de los militares es con la nación y no con una persona.

 

Expectación y advertencias ante el discurso del Rey en la Pascua Militar

La Constitución deja claro que el Rey es el jefe simbólico de las Fuerzas Armadas. La política de Defensa la dirige el Gobierno. La lealtad de los militares es con la nación y no con una persona.

 

Tras el discurso de fin de año del Rey Felipe VI, tan alabado –como no podía ser menos- por el periodismo de cámara, existe ahora la lógica expectación para ver qué dice el joven monarca a los militares (y se supone que a la nación) el próximo 6 de enero, durante la celebración de la Pascua Militar, instituida por Carlos III para conmemorar la recuperación de la isla de Menorca en 1782, y salvar algo del lote que nos costó entregar a los ingleses la llegada de los Borbones a España. Por cierto que Carlos III (de quien lo mejor que se dice fue que fue un buen alcalde de Madrid) nos metió con atroces resultados en todas las guerras de familia, en apoyo de sus parientes de Francia. Hay una infame carta del tal rey a su primo, donde dice que aunque España no está preparada, iremos a la guerra con ellos.

Después del balbuceo de Juan Carlos I del pasado año, todo el mundo va a estar pendiente de lo que diga el joven Capeto. Bastantes confusiones constitucionales han provocado otros discursos del llamado rey emérito, como ha subrayado el catedrático de Derecho Constitucional Torres del Moral.

Porque la cuestión de fondo se ubica en preguntarse a quién se dirige el jefe del Estado ese día: ¿a la corporación de los militares o al conjunto de los ciudadanos en presencia de responsables del Estado Mayor de la Defensa, de los tres Ejércitos, de las Reales y Militares Órdenes de San Fernando y San Hermenegildo, de la Guardia Civil y de la Hermandad de Veteranos? Porque no hay que olvidar que ese día habla, además del Rey, el titular de Defensa delante del propio Gobierno. Y se habla no sólo de temas militares, sino de otros varios de interés nacional.

Hace años, fui invitado por la Escuela Naval Militar a pronunciar una conferencia sobre “moral militar” en los Encuentros Interacademias que reúne a los cadetes y guardiamarinas de los Ejércitos y la Armada. Fue muy grato y me permití aconsejarles que leyeran con frecuencia la Constitución para tener claro que el Rey es el jefe simbólico de las Fuerzas Armadas, pero que la política de Defensa la dirige el gobierno resultado de las urnas. Y añadí que no debían tener dudas acerca de que su primer deber de lealtad es con la nación. Y no con una persona concreta.

Tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en uno de los múltiples reportajes emitidos por Televisión española, el general Juste, jefe de la División Acorazada “Brunete”, pieza esencial en aquel suceso, hizo unas declaraciones sorprendentes. Preguntado por los hechos de aquella tarde y noche, y su actitud, tras hablar con la Zarzuela, dijo sin inmutarse que si, en lugar de replegarse, el Rey le hubiera ordenado seguir adelante y apoyar el golpe, no hubiera tenido el menor escrúpulo constitucional.

Habida cuenta de que muchos mandos superiores y de otros niveles del Ejército pensaban lo mismo, los partidarios de Juan Carlos I alaban su capacidad para imponerse a los militares y mantenerlos dentro del orden constitucional, el mismo se lo confiesa a su biógrafo José Luis de Vilallonga, resaltando que aquel día fue esencial contar con aquéllos.

Lamentablemente, no parece que aquella confusión se haya superado del todo. La lealtad de un soldado constitucional no es una fidelidad personal a un individuo, sino a la nación entera y a su ordenamiento jurídico. ¿Por qué el Rey es y qué alcance tiene su condición de jefe supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el gobierno, quien según la Constitución dirige la política de Defensa?

¿Distinguimos lo simbólico de lo real, en realidad? ¿Se entiende bien el carácter meramente simbólico de la jefatura que ostenta? ¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y que la soberanía –por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, “del que emanan todos los poderes del Estado” (C.E. Art. 1.2).

El Rey Juan Carlos I no iba a seguir estudios militares algunos. Su padre tenía previsto que estudiara Sociología en Lovaina. Fue el general Franco quien diseñó su carrera militar. No es un modelo conocido. Otros príncipes, por ejemplo, los ingleses, siguen una carrera completa en una academia determinada. El paso simbólico por las de los dos ejércitos (Tierra y Aire) y la Armada, que se repitió con el actual monarca, no ha sido nunca una pauta para la formación real en la vida militar como una carrera pautada.

En las academias militares de otros países, los vástagos de la Corona no disfrutan de privilegios, no poseen una camareta particular ni una habitación permanente en el parador de turismo o castillo más cercano. Durante su vida militar son uno más, incluidos, en su caso, los castigos de verdad que en la Royal Navy han sido incluso físicos en forma de azotes.

La vinculación moderna personal del Rey a la institución militar es muy reciente y su inventor Cánovas del Castillo. Puell de la Villa, lo explica con detalle:

La iniciativa de vincular al titular de la monarquía con las Fuerzas Armadas fue uno de los aspectos más originales de la política canovista. Tal decisión dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los militares y contaminó la cultura política de la oficialidad española hasta los años de la Transición a la democracia. […] Desde el punto de vista institucional, la introducción del concepto prusiano rey-soldado fue el más trascendental de los diversos resortes concebidos por la Restauración para civilizar la vida pública. Su implantación se inició mediante una hábil política de gestos, refrendada después constitucional y legislativamente.

En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo, es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente los monarcas ejercían el mando directo de las tropas en campaña, Carlos V fue el último en hacerlo habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sólo en cuatro ocasiones lo harían sus sucesores: Felipe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en 1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasó por la mente vestir de uniforme para la ocasión ni investirse de un determinado empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz.

Que antes de su proclamación ante las Cortes le fuera impuesta la faja de capitán general en presencia de los altos mandos de las Fuerzas Armadas, y que acudiera al Parlamento vestido de militar y no de civil, como era el acto, fue desde mi punto de vista un grave error de imagen que lanzó a la sociedad española un inequívoco mensaje de preferencias que ensombrece desde el primer día el reinado de Felipe VI.

La cuestión militar es problema que España ha conocido de manera especialmente dolorosa en algunos momentos de su historia. Durante la llamada Transición se produjeron lamentables conatos de indisciplina e incluso manifiestos de jóvenes oficiales, pidiendo poco menos que un fuero especial para los Ejércitos, una suerte de autonomía con respecto del poder civil, especialmente alentados por la prensa más adicta a las ideas e instituciones del pasado régimen. Sin olvidar que el general Franco, tras su fallecimiento, pasó a encabezar las escalillas militares de todos los cuerpos de oficiales de los Ejércitos y la Armada, donde ya estaba.

Confusiones constitucionales de mensajes anteriores

Como subraya Torres del Moral, los mensajes que en ocasiones lanzaba Juan Carlos I a los militares no siempre concordaron con lo que se espera en la prudencia propia de un rey constitucional, que sepa que la soberanía reside en el conjunto de los ciudadanos y no en su persona. Pero ese tipo de mensajes crean innecesarias confusiones.

El 6 de enero de 1983, con motivo de la Pascua Militar, Juan Carlos dijo:

Porque la institución monárquica no depende ni puede depender de unas elecciones, de un referéndum, de una votación. Su utilidad se deriva de que está asentada en el plebiscito de la historia, en el sufragio universal de los siglos.

Torres del Moral advierte que así será, acaso, en otras monarquías, no en la monarquía parlamentaria que instaura la Constitución española. “Por lo demás, en el plebiscito de la historia, en el sufragio universal de los siglos, se encuentra abundante material para todas las tesis posibles, sin que falten monarquías que han caído precisamente por unas elecciones o por un referendo”.  “La facultad regia de comandancia militar ha evolucionado en las monarquías parlamentarias desde su significación efectiva hasta su actual sentido simbólico, representativo y honorífico o, como suele decir la doctrina, su carácter eminente”, explica:

Esta situación actual de carencia de poder militar efectivo se complementa con el ejercicio de la comandancia militar por parte del Gobierno como órgano responsable de la dirección política del Estado. Esta es la evolución seguida en el Reino Unido y en Noruega. Lo mismo puede decirse de Bélgica y Luxemburgo, a pesar de que la literalidad de sus Constituciones todavía atribuyen al Rey dicha función-poder. […] Las Constituciones danesa y holandesa ya no atribuyen al Rey la mencionada función. Y las sueca y japonesa la confieren expresamente al Gobierno; son, en este punto como en tantos otros, las que de modo más completo han parlamentarizado la Monarquía.

Aunque la mayoría de los tratadistas entienden que el mando supremo del Rey sobre los ejércitos es meramente simbólico, porque tal competencia corresponde plenamente al Gobierno, otros, al contrario, lo interpretan en sentido efectivo. Eso, en la práctica colocaría al monarca como un poder independiente por encima del Gobierno, aspiración que su abuelo Alfonso XIII nunca dejó de expresar. Sánchez Agesta afirma que el artículo 62 de la Constitución implica mando, pero que ese mando exige siempre refrendo del gobierno.

Sánchez Agesta formula de este modo sus ideas al respecto:

La Constitución atribuye al Rey el mando supremo de las Fuerzas Armadas. El análisis del alcance de este precepto exige notar, en primer lugar, que todos los actos del Rey, salvo los exceptuados por la Constitución, deben estar siempre refrendados y que el refrendo en este supuesto corresponde al Gobierno.

Sería deseable que en las academias militares, cuando se explica la Constitución, los futuros generales y almirantes tengan bien claro que el poder militar del Rey es solamente simbólico. Los lamentables incidentes del 23-F dan pie a que algunos autores sigan interpretando que el Rey es efectivamente el mando supremo de los Ejércitos. Aquella aciaga noche se constituyó una junta de subsecretarios para sustituir al poder civil preso en el Congreso. Ese y no otro era el poder legítimo y constitucional ante los rebeldes.

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