La Europa obsesionada de macro puede acabar como el 'Pequod' obsesionado con Moby-Dick

Europa en alta mar. / Agim Sulaj
Europa en alta mar. / Agim Sulaj

El Plan Marshall fue más generoso y practicó más empatía que el despiadado Plan de Rescates de la UE. El 'Sueño de Europa' es un plagio descontextualizado del inhumano 'Sueño Americano'.

La Europa obsesionada de macro puede acabar como el 'Pequod' obsesionado con Moby-Dick

El Plan Marshall fue más generoso y practicó más empatía que el despiadado Plan de Rescates de la UE. El 'Sueño de Europa' es un plagio descontextualizado del inhumano 'Sueño Americano'.

 

Puedo escribir mis versos más tristes esta noche. Robarle el vigésimo poema de amor a Neruda, ¡perdone usted, Don Pablo!, antes de iniciar una canción desesperada por la vieja Europa desesperante. “Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise” Qué corto fue el amor y qué largo se está haciendo el olvido.

El gueto portugués después del rescate

Puedo escribir el artículo más triste esta noche, recién llegado de Portugal al que quiero tanto. Había ido allí a celebrar el final feliz de su rescate de Europa, y he regresado con la paradójica sensación de haber estado en un zulo sociológico en el que permanecen secuestrados millones de seres humanos. Llamé a algunos amigos de ahí abajo para comprobar si estaban haciendo ya las maletas para mudarse a diferentes barrios de la alegría. Pero, ¿sabes una cosa, Director?, por mucho que lo han intentado (como el protagonista de una de las canciones más tristes de Sabina) habían perdido sus tranvías y me los he encontrado viviendo en los números 7 de sus respectivas calles Melancolía. Quizá era primavera, pero he regresado de allí con mi disco duro empachado de escenas de un largo y tortuoso invierno de sus descontentos. Esta noche me siento más viejo y más cansado tras haber recorrido las calles de ese pedazo ibérico de Europa. Esta madrugada, mientras espero el sueño que llega con retraso a su cita con mis sábanas, me siento avergonzado de haber intuido, vivido, pasado ante los nuevos guetos griego, español, luso y similares, ay, con la misma indiferencia, los ojos igual de vendados, la empatía en el mismo estado de coma que tantos europeos de un antaño del siglo pasado, ¿recuerdas?, ante aquellos flagrantes guetos cuyo paradigma se conserva en un barrio de Varsovia, a merced de turistas accidentales, entre evocadoras notas desgarradoras de El Pianista de Roman Polanski.

Quinientos y pico millones de cobayas europeos

¡Tanto soñar con Europa para acabar despertándonos con esta pesadilla! ¡Tanto tratado de Roma, de Bruselas, de Maastricht, de Amsterdam, de Niza, de Lisboa, para acabar descubriendo que sólo eran transacciones de compra-venta de ganado humano..! ¡Tantos cuentos de las mil y una noches para acabar reduciéndolo todo a prosaicas cuentas! Quinientos y pico millones de cobayas con apariencia humana damos frenéticas vueltas de laboratorio en una rueda sin fin con epicentro en Bruselas. El resto, hasta los 501 millones, son mercachifles de Bolsa, halcones financieros, abogados de City sin escrúpulos, cancilleres que gobiernan de rodillas, sanguijuelas disfrazadas de  banqueros, europresidentes de eurochiringuitos, 750 robots euroaprietabotones que, con un sí, un no o una abstención, dictados por sus corifeos, han practicado, practican y seguirán practicando “efectos mariposa” legislativos con desoladores holocaustos sociales.   

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, ya digo, mientras retengo en mi retina el paisaje de Portugal después de la batalla entre el hombre y el Euro. Técnicamente hablando, sólo es un pedazo de la Península Ibérica por el que ha pasado la Troika. Pero una mirada panorámica emocional te deja el ánimo a los pies de los caballos de una versión reducida y actualizada de los cuatro jinetes del apocalipsis. Porque duele verlos, ¡oh, los descendientes de Luís de Camões!, removiendo las cenizas de clase media, de la dignidad conjugada en presente, de la esperanza declinada en futuro imperfecto, que ha dejado tras de sí el RESCATE. No han sido ellos, ni nosotros, ni nadie. Han sido los dedos miserables de los hombres y mujeres que, durante un par de décadas, hemos ido eligiendo para que le diesen cuerda al reloj de nuestra historia continental colectiva. Esos tipos a los que les hemos permitido las invasiones Bárbaras de los hombres de negro, los suministros masivos de cicuta a millones de descendientes de Sócrates, los diálogos de sordos en las cumbres de Bruselas, ay, en un mundo y en un tiempo que estaba pidiendo a gritos la reedición de los inmortales “Diálogos de Platón”

Lo que es bueno para los mercados, la banca, los lobos financieros, es bueno para los europeos

Ahí tenéis a Europa, esa vieja dama que mantiene históricos derechos de autor en Renacimientos, Ilustraciones y siglos de las luces, peregrinando a ciegas hacia las urnas en estos tiempos de penumbra. La Europa oficial que sólo aspira a flotar como el corcho en las aguas turbulentas de la crisis; la Europa civil (millones de ustedes y yo) resignados a navegar hacia donde el viento nos lleve, intentando discernir si una papeleta de mayo donde ponga Elena Valenciano, Arias Cañete, Ramón Tremosa, Willy Meyer, Jean-Claude Juncker, Martin Schulz, nombres de esos en 28 idiomas, vale la pena introducirla de nuevo en una urna o saldría más rentable que los candidatos a euroseñorías, dicho sea con todos los respetos, se la introdujesen por donde sus espaldas pierden su noble nombre.

No, de verdad. Ha sido fantástico mientras duró el espejismo. Era un placer aquella sensación de pertenecer a ese viejo club en el que admitían a tipos como Platón, como Adriano, como Leonardo, como Miguel Ángel, como Cervantes, como Rousseau, como Wagner, como Clemenceau, como Darwin, como Shakespeare, como Olof Palme, como Adenauer, como Juan XXIII, como Madre Teresa, como el padre Ellacuría, como Tomas Mann, como tantos hombres y mujeres que nos permitieron escalar a las montañas mágicas, descubrir los nuevos mundos, renacer de las viejas cenizas y acabar hallando, generación tras generación, la serena, ética y estética Muerte en Venecia, con una sinfonía de Mahler de banda sonora, a orillas del viejo Mare Nostrum del humanismo. El problema, ahora, es que nos hemos deshumanizado. Hemos renunciado a nuestras señas de identidad histórica. Hemos aceptado demasiados gatos por liebre. Hemos caído en la funesta tentación de construir el Sueño de Europa a imagen y semejanza del Sueño Americano, ese pedazo del planeta donde se acuñó aquel lema que cambió el curso del Amazonas de la civilización occidental: “Lo que es bueno para la general Motors es bueno para los americanos! ¡Qué horror! ¡Qué inmenso horror! ¡Qué tristeza produce mi vieja y querida Europa, miradla, practicando un vergonzoso y vergonzante plagio de los delirios de riqueza y los martirios de pobreza genuinamente americanos. Esa Unión, ese Bruselas, esa Merkel, esos eurócratas, esos europesebreros, que han decidido que lo que es bueno para los Mercados, las Bolsas, los Bancos, las multinacionales, los lobbys, las manadas de lobos de Hobbes, es bueno para los europeos, aunque se mueran de pena, de rabia, de impotencia, de desesperanza, de desempleo, de decadencia doméstica, de hambre, ¡maldita sea!

Incluso el Plan Marshall fue más generoso y empático que el Plan de Rescates de Europa

El viejo Plan Marshall de los yanquis fue un paradigma de compasión, generosidad y empatía, al lado de este Plan de Rescates de Europa, ¡bienvenida Miss Merkel!, que deja piedra sobre piedra, esperanza sobre esperanza, expectativas sobre expectativas, en los pueblos por donde pasa. La desilusión del mítico pueblo de celuloide inmortalizado por Berlanga, es un berrinche pasajero que permite esbozar una sonrisa, en comparación con millones de pueblos de Portugal, de Irlanda, de Grecia, de Italia, de España, en los que la Troika no es que haya pasado de largo, como en el guión fabulado de Villar del Río, sino que ha dejado a los ciudadanos sin sueños, sin euros, sin casas, sin cestas de la compra, sin empleo, sin presente y sin futuro.

¿Y ustedes tienen la cara, el cuajo, de pedirnos el voto? ¿El valor de intentar convencernos con el sarcástico slogan de Más Europa? A simple vista parece un pueril insulto a la inteligencia de millones de anónimos e insignificantes europeos. ¿Más Europa de ésta, de esos Hunos de Bruselas que, por donde pasan, como por donde pasaban las huestes de Atila, no crece la hierba de la gente corriente del continente? No sé, tío. Pero quizá los estrategas electorales tengan razón. Quizá han analizado los encefalogramas de los hipotéticos votantes y hayan emitido un infalible diagnóstico a sus jefes de fila:

    -Tranquis, troncos. Esos tipos, los sufridos europeos, ya de perdidos están dispuestos a tirarse al río.

La obsesiva cacería del Moby-Dick macroeconómico puede acabar hundiendo al Pequod de Europa con toda su tripulación
A acudir a las urnas, vamos. A seguir a bordo de sus 28 Pequod, con sus correspondiente capitanes Ahab, sus Hollande, sus Cameron, sus Cohello, sus Rajoy, sus Merkel, en una persecución obsesiva y suicida de la “ballena blanca” asesina del déficit, de la deuda, de los recortes, de la prima de riesgo, que lleva más de un lustro resoplando malos augurios en el horizonte euroendogámico.
Llamadme Ismael, si queréis. Pero no contéis conmigo para enrolarme en la tripulación de este gigantesco ballenero maldito que, en mayo, tras el recuento de las papeletas, partirá de nuevo hacia una singladura sin vientos propicios. No contéis conmigo para que os cuente en primera persona, como el personaje de Herman Meville, la tragedia de una tripulación de 501 millones de europeos condenados a hundirse con esquizofrénicos capitanes Ahab obsesionados con el Moby-Dick de la macroeconomía. Yo me quedo en casa, recordando ¡tal como era! la vieja y hermosa Europa que tanto amé.

 

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