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Europa, entre la espada de los Nibelungos y la pared de los griegos haciéndose de Txipras el corazón

The Economist vio así en su portada a Angela Merkel / The Economist
The Economist vio así en su portada a Angela Merkel / The Economist

¿Cómo es posible que el país  que provocó la última gran pesadilla de Europa, lidere ahora el gran sueño de nunca acabar de este viejo, cansado e indolente continente?

Europa, entre la espada de los Nibelungos y la pared de los griegos haciéndose de Txipras el corazón

¿Cómo es posible que el país  que provocó la última gran pesadilla de Europa, lidere ahora el gran sueño de nunca acabar de este viejo, cansado e indolente continente?

Por lo menos los conmovedores ciudadanos-cobaya de la derecha ya saben que los Rajoy son réplicas del general Petain, y que sus gobiernos, esparcidos por la geografía europea, son fotocopias a color de aquel bochornoso “gobierno de Vichy” en aquella desolada Francia ocupada en blanco y negro. Y los ciudadanos-cobaya socialdemócratas ya saben que los François Hollande, efímeros iconos de resistencia al IV Reich, pasan a la historia como vendedores de feria de fortificaciones ideológicas con menos porvenir que la decepcionante  Línea Maginot. Y encima, éramos pocos y en la nueva Iliada griega de Syriza, ¡tantos Syriza!, ha quedado reducido a cenizas el último modelo de caballo de Troya que se pretendía introducir en Bruselas, a ver si me entiendes, mientras se escucha el lamento de los Helenos haciéndose de Txipras, perdón, de tripas, el corazón. El régimen de terror del euro, del fascismo financiero y de los hombres de negro, provoca mucho más fervor colaboracionista con Berlín que los devastadores Panzer, el nacional socialismo y la Gestapo. Alemania, madre, ha vuelto donde solía. Lo que pasa es que ahora ya no deja a Europa cavando tumbas para millones de muertos, sino albergues para millones de vivos “sin techo”, oficinas de empleo para millones de parados sin esperanza, fosas comunes para millones y millones de pobres anónimos que, por no tener, ni siquiera tienen donde caerse muertos.

Gobiernos títere en una Europa ocupada

Es la leche la proliferación de “gobiernos títere” de toda condición, de toda ideología, de toda nacionalidad, que ha ido sembrando Alemania sin disparar un solo tiro, sin mover un solo tanque, sin vomitar diluvios de fuego por tierra, mar y aire. La Tercera Gran Guerra es una obra maestra de incruenta y sofisticada ingeniería financiera. El temido cañón Bertha y los devastadores V-2, eran inofensivos juguetes bélicos de niños a la lado de la “prima de riesgo” y las deudas soberanas como armas de destrucción masiva. Europa no es el teatro de los sueños de unos Estados Unidos ubicados en el viejo continente, sino un vulgar conjunto de grandilocuentes teatros de marionetas. Aquella gente a la que llamábamos “los aliados”, ¡pobrecitos míos!, creían que habían ganado dos funestas guerras al patológico expansionismo alemán, pero en realidad sólo habían ganado dos batallas. Ahora si están perdiendo la guerra. Ahora, el viejo continente está ocupado por una nueva Wehrmacht invisible dotada de sofisticadas armas letales financieras. Ahora, ¡oh, Dios!, aquellos comedidos, transigentes y generosos Tratados de Versalles, de Yalta, de Postdam, ¿recuerdas?, permanecen almacenados en el desván de la historia como paradigmas de papel mojado.

El síndrome del anillo de los Nibelungos

Digo yo que suponíamos que Alemania, como el cartero, iba a llamar sólo dos veces. Pero ni la quita de la deuda tras la “primera” gran derrota, ni la condonación de daños y perjuicios tras la “segunda”, han convertido en corderos a esa gregaria, endogámica y eficiente tribu de nibelungos obsesionada con el dichoso anillo de Wagner que permite dominar al mundo. Partiendo de aquella Alemania que firmó dos armisticios en menos de tres décadas, hemos llegado a ésta que ha ido imponiendo su “pax germánica” haciendo pasar a la vieja y confiada Europa aliada por los sucesivos aros de los tratados de Maastricht, de Àmsterdam y de Lisboa. Francamente, señores, nos la han metido cuadrada. Decidieron no tropezar por tercera vez con la misma piedra de Bismark, de Hitler, y a la tercera parece que va la vencida. Ahí tenéis a Berlín convertida por fin en capital áulica de Europa. Ahí tenéis el nuevo eje de la Troika, mucho menos impulsivo y mucho más sibilino que aquel último y patético eje Roma-Tokio-Berlín que acabó como el rosario de la aurora.

Los alemanes se han sofisticado. Ya no dan taconazos, sino primazos de riesgo; ya no toman países, je, los rescatan; ya no aspiran a la extinción de razas no arias, sino a una “solución final” para las emergentes y amenazantes clases medias; ya no desfilan marcando el paso de la oca, sino el paso inexorable de la silla de ruedas de Wolfgang Schäuble. Ni siquiera se toman la molestia de montar campos de exterminio ¿Para qué, si ese trabajo sucio se lo hacen los distintos y distantes Boletines Oficiales de los sumisos Estados con sus respectivos “gobiernos de Vichy” colaboracionistas?

El inequívoco síntoma del euroescepticismo británico

Allá ustedes si creen que exagero, ladys and gentlemen. Pero es curioso que el país que hace tan sólo 70 años protagonizó la última gran pesadilla de Europa, sea ahora, siete décadas después, el que lidere el gran sueño de nunca acabar de este viejo y cansado continente. Y la verdad es que todavía resulta más curioso que Gran Bretaña, aquel país que defendió la libertad con sangre, sudor y lágrimas, mientras las banderas de la cruz gamada ondeaban por los cuatro puntos cardinales de la geografía continental, sea ahora el más reticente, el más euroescéptico, el que menos se fía de las oscuras y quizá subconscientes intenciones de los gregarios compatriotas de Frau Merkel. Nadie como los caballeros británicos, la verdad, saben cómo se las gastan las damas y los caballeros teutónicos cada vez que deciden intentar manipular la historia. ¡Ay, si Sir Winston Churchill levantase la cabeza!

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