Desigual crecimiento de los emergentes frente al bipartidismo que resiste

Urna electoral.
Urna electoral.

De cara a las elecciones generales españolas, estamos posiblemente ante una campaña intensa, con una sensación de cambio constitucional, pero el PP puede bloquearlo.

Desigual crecimiento de los emergentes frente al bipartidismo que resiste

De cara a las elecciones generales españolas, estamos posiblemente ante una campaña intensa, con una sensación de cambio constitucional, pero el PP puede bloquearlo.

Va concluyendo el maratón electoral de 2015, con el aperitivo de los comicios europeos en mayo del año pasado. Pasadas las andaluzas de marzo de este año, las municipales y autonómicas (en trece comunidades) de mayo, y las catalanas de septiembre, desembocamos ahora, en cuestión de un par de meses, en las elecciones generales, que serán como la apoteosis final después de esos ejercicios de calentamiento electoral, que fueron aclarando algunas tendencias apuntadas en las elecciones al Parlamento Europeo, pero que no terminaron de despejar dudas en la evolución del mosaico de fuerzas políticas.

La principal tendencia que marcaron esas elecciones europeas de 2014 fue la de la decadencia del bipartidismo. Por primera vez en unas elecciones de ámbito estatal, la suma de los votos de los dos grandes partidos (Partido Popular y Partido Socialista) no llegaba al cincuenta por ciento del total de los votos (49,06 por ciento exactamente). Paralelamente, crecían los apoyos a algunas fuerzas minoritarias (Izquierda Unida, Unión Progreso y Democracia, y Ciudadanos, que probaba suerte fuera de su inicial ámbito catalán) y emergía una nueva fuerza política, Podemos, que, creada pocos meses antes, se situaba al nivel de las fuerzas minoritarias veteranas.

El bipartidismo resiste

Año y medio después, y con cuatro convocatorias cubiertas, ese panorama tiene matices a considerar, de cara a la última confrontación. Por ejemplo, que el bipartidismo sigue en decadencia, pero resiste más de lo que parecía deducirse de los famosos comicios europeos y de los sondeos continuos con los que se bombardeó a la opinión pública desde entonces antes, durante y después de cada una de las convocatorias. Tanto en las elecciones autonómicas andaluzas (62,19 por ciento de los votos entre los dos “grandes”) como en el conjunto de las elecciones en trece comunidades autónomas (54,43 por ciento) y en el total de las municipales (52,07 por ciento) superaron la mitad de los votantes. Naturalmente, estos porcentajes no se registraron igual en cada una de las comunidades, en las que la suma del bipartidismo osciló entre el 78,5 por ciento de Extremadura y el exiguo 17,3 de Navarra. Sólo en cinco de esas trece comunidades llegaron a superar entre los dos el cincuenta por ciento de los votos.

El bipartidismo estatal sufrió también un severo correctivo en las más recientes elecciones autonómicas de Cataluña: socialistas y populares sólo consiguieron atraer al 21,2 por ciento de los votantes. Ciertamente, en esta comunidad, el bipartidismo estatal siempre tuvo sus limitaciones, sobre todo en los comicios autonómicos, en los que el porcentaje más alto que consiguieron sumar PSC y PP fue el 42,9 por ciento en 2003. Sí consiguieron superar el cincuenta por ciento, en el ámbito territorial catalán, en todas las elecciones generales entre 1982 y 2008 (excepto las de 1989, e  las que se quedaron en el 46,2 por ciento de los votos). En las de 2011 ya sumaron sólo el 47,3 por ciento. Tanto Cataluña como Euskadi –y ahora parece que también Navarra– constituyen territorios diferenciados en su comportamiento electoral y reflejan una mayor diversidad en su representación política, con fuerzas propias que compiten con el bipartidismo estatal.

Emergentes de ida y vuelta

En cuanto a las tendencias emergentes, marcadas también en las europeas, hubo más novedades. Para IU y UPyD, su subida de entonces fue como una especie de canto del cisne. La formación de Rosa Díez, que rechazó un proceso de fusión con Ciudadanos, ha ido pinchando en todos los escenarios electorales de este año. IU ha bajado a sus mínimos niveles de subsistencia y sus intentos por articular una candidatura unitaria con Podemos y otros partidos y grupos para las próximas elecciones generales han recibido la misma respuesta negativa que IU le había dado a Podemos antes de las elecciones europeas.

La formación de Pablo Iglesias, verdadera revelación de aquellos comicios europeos, ha recorrido un camino de euforia desde aquel 7,9 por ciento de votos hasta encabezar sondeos codo a codo con los dos grandes, para aterrizar en un 14, 8 por ciento en las elecciones andaluzas, porcentaje meritorio en comparación con su primera participación electoral, pero un tanto decepcionante con respecto a las expectativas marcadas por las encuestas. En las otras elecciones autonómicas, Podemos sólo ha conseguido superar esa marca en tres comunidades (Aragón con el 20,5 por ciento, Asturias con el 19 y Madrid con el 18,5). En otras dos (Canarias y Baleares) reprodujo el nivel andaluz y en las demás estuvo por debajo. La media en el conjunto de las trece comunidades le quedó en el 13,9 por ciento. No iban a participar en las elecciones municipales, porque su incipiente estructura organizativa no les garantizaba la posibilidad de articular candidaturas solventes en la mayoría de municipios, pero terminaron por probar suerte en varias ciudades, sumándose a candidaturas unitarias que tuvieron éxito en algunas de las más importantes (Madrid y Barcelona en primer lugar). Aunque los éxitos fueron muy ajustados y las alcaldías se consiguieron gracias a apoyos externos (sobre todo, del PSOE), alimentaron de nuevo la euforia y generaron una presión favorable a las candidaturas unitarias que las asambleas de Podemos habían rechazado antes de las experiencias municipales.

Cara y cruz en Cataluña

Por otra parte, el fracaso en las elecciones autonómicas catalanas ha venido a aumentar el desconcierto en Podemos: integrados en una coalición que trató de eludir el debate independentista con un discurso contra la corrupción y los recortes sociales, los resultados (8.9 por ciento dos votos) les han dado dos diputados menos que los conseguidos en solitario por uno de los socios de coalición, Iniciativa per Catalunya, en las elecciones autonómicas de 2012. Todo ello parece haber desgastado su capital político y electoral, a juzgar por los datos de las últimas encuestas, que sitúan a Podemos en torno al 15 por ciento (el nivel de Izquierda Unida en sus mejores momentos).

Paralelamente, Ciudadanos ha ido partiendo de resultados más modestos (3,16 por ciento de los votos en las europeas, un 9,2 en Andalucía, 6,5 en las municipales y una media del 9,35 en las autonómicas de mayo con picos del 12 en Madrid y Comunidad Valenciana) hasta dar el salto en septiembre, en las elecciones de Cataluña (su comunidad de origen), a un 17,9 por ciento de los votos, con 25 diputados, el primer grupo en la cámara catalana de un partido en solitario. Ciudadanos es el que compite ahora con los dos grandes en los sondeos generales: el PP empieza a temerle, como demuestra su campaña de intoxicación para presentarlo como satélite de los socialistas.

De cara a las elecciones generales de diciembre, estamos posiblemente ante una de las campañas más intensas de todo este periodo democrático, quizá comparable a las de los años de la transición. Hay una sensación de cambio trascendente. Casi todas las fuerzas políticas manejan la necesidad de hacer reformas de la Constitución, con mayor o menor profundidad. Pero la excepción es el PP, opuesto a cualquier reforma de ese calado bajo el pretexto de que no hay consenso suficiente (claro, falta él), y el PP todavía conserva reservas suficientes para poder ser la lista más votada y, si no llega a gobernar, para bloquear una verdadera reforma.

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