La crisis aflora una corrupción que pone en la picota al Gobierno de España

El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.
El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

Deja al descubierto la verdadera crisis sistémica de la democracia y el mal endémico de la corrupción, elemento que no da tregua y requiere de una limpia sustantiva de instituciones.

La crisis aflora una corrupción que pone en la picota al Gobierno de España

Deja al descubierto la verdadera crisis sistémica de la democracia y el mal endémico de la corrupción, elemento que no da tregua y requiere de una limpia sustantiva de instituciones.

La corrupción es un mal endémico que carcome los sistemas políticos y que desalienta hasta el más paciente de los mortales. Los ciudadanos en todo el mundo están cada vez más hartos e indignados con el accionar de los servidores públicos a todo nivel y con una camarilla empresarial, que se sirve en bandeja de plata, mientras la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades se apoderan de una parte importante de la población. Esta realidad no es exclusiva de las sociedades en el mundo en desarrollo, por el contrario, ha sido notorio con la crisis del 2006-2007 en los mercados financieros mundiales ,que la corrupción es endémica y afecta a sociedades occidentales modernas, tales como los Estados Unidos y España.

Muchos gobiernos democráticos han sucumbido ante la evidencia de la corrupción y del creciente malestar popular que provoca. Sin importar si son de la derecha o de la izquierda, las camarillas de clientelismo, corrupción y aprovechamiento personal de las funciones públicas ponen en entredicho los discursos y las acciones legales, muchas de las cuales terminan en cientos de folios judiciales y muy pocos resultados prácticos. El ciudadano quiere mucho más que un remojón de barbas o un debate político en el parlamento. Se aspira a una profunda reforma en las instituciones regulatorias y judiciales, que garantice que quienes ejerzan el poder público rindan cuentas claras, en tiempo y a tiempo, sobre su comportamiento y sus acciones al ejercer el poder.

He mirado con preocupación la recuperación de la economía española ante una de las crisis económicas más profundas de su historia, hasta no hace mucho tiempo atrás, eran el ejemplo de la reforma económica y democrática por seguir. El ciudadano ha tenido que pagar con recortes al Estado de bienestar y una fuerte disminución de su capacidad de compra, sobre todo en salarios y oportunidades para los jóvenes. El desempleo y la depresión han terminado siendo el resultado de la poco operante política económica y de un ajuste costoso en lo social y lo productivo. Ciertamente, el remezón económico no ha provocado un ajuste en el estatus quo de la política ni de los políticos. Pareciera que la sociedad española quiere más que simples palabras, quiere reformas profundas y caras nuevas en la política y en sus políticos. No se conforma con argumentos simples o con reformas legales menores y por el perfil del resultado de las elecciones europeas, el gobierno español actual, pareciera tener sus días contados. 

La indignación ciudadana va más allá de la simple crítica, pareciera que se requiere no sólo una renovada economía para salir de la crisis, sino de un gobierno y una democracia nuevas, más cercanas al ciudadano, más transparente y comprometidas con las luchas e intereses de la ciudadanía. La peor receta para quienes ostentan el poder en este contexto, es hacer las del avestruz e intentar tapar o taparse con la cobija de la discreción. El ciudadano español del siglo XXI va más allá de las palabras y aspira a resultados que garanticen una renovada política pública. Pareciera entonces que la crisis económica ha empezado a dejar al descubierto la verdadera crisis sistémica de la democracia y el mal endémico de la corrupción, elemento que no da tregua y requiere de una limpia sustantiva de las reglas e instituciones públicas. De no ser así, seguramente seguirá España -y su gobierno- en la picota.

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