La corrupción de los españoles, que los envuelve, los deja como emblemas del mundo

Algunos consideran que “al gran ladrón se le premia y hasta se les honra con otros puestos de poder en empresas de prestigio, en cambio al común se le cae con el peso de la ley”.
Algunos consideran que “al gran ladrón se le premia y hasta se les honra con otros puestos de poder en empresas de prestigio, en cambio al común se le cae con el peso de la ley”.

Parece ser que los españoles, y quizás el mundo por estar traspasando la frontera, perciben que son un país de corruptos, algo que puedo manifestar por mi propia experiencia.

 

La corrupción de los españoles, que los envuelve, los deja como emblemas del mundo

Parece ser que los españoles, y quizás el mundo por estar traspasando la frontera, perciben que son un país de corruptos, algo que puedo manifestar por mi propia experiencia.

En este artículo expondré, y a solicitud de MUNDIARIO, mi punto de vista sobre los españoles y la corrupción que sugestivamente los envuelve. La corrupción, en la humanidad, es tan antigua y tan propia como la violencia, la avaricia, desobediencia, egoísmo y bajos deseos. Desde los antiguos relatos bíblicos se planteó que estos pecados separaron a la humanidad de Dios, favoreciendo la formación de dos reinos, el del Bien y el del Mal, que se encuentran en una permanente lucha por el “poder” de quien prevalece el uno sobre el otro. Por suerte, y a modo de mantenernos con una esperanza, parece ser que el bien finalmente es el que triunfa sobre aquellos que suelen desencadenar en una corrupción política, que facilitará otros tipos de hechos criminales como el lavado de dinero, tráfico de drogas, armas y prostitución.

Los seres humanos, desde sus orígenes, han estado ante el dilema de aceptar los falsos valores del reino del mal (la corrupción y violencia) frente a sus contra-caras del reino del bien (la justicia y paz). Por estas fuerzas tan opuestas que forman parte de la esencia del humano, y su sociedad, es como algunos no se rinden y siempre intentarán hacer que la luz prevalezca  sobre la oscuridad.

Es cotidiano que cuando se habla de corrupción la mayoría de las personas piensen directamente en la política, quizás sea porque es un tema mediático y que toma otra trascendencia. Pero quienes hacen política surgen de las bases de una comunidad, es decir, son la parte carnosa de una baya, y por ende la porción más representativa de un pueblo. Con esto quiero expresar, que si analizamos más profundamente este concepto nos podremos dar cuenta que está presente en el ordinario vivir, entorno e incluso en muchas de nuestras acciones. La corruptela atenta contra la dignidad de una persona, grupo o nación, ejemplos de esto son las mentiras, los engaños, el soborno, las injusticias, los abusos de cualquier índole, etcétera; y que se dan en los distintos estamentos de una sociedad. En síntesis, corrupción es dañar o atentar en contra de la dignidad de una persona que exige ser respetada.

Como se hace evidente,  la corrupción no es un hecho tan lejano de nuestro diario vivir, es algo que muchos de nosotros utilizamos, y sin importarnos, para conseguir nuestras metas, aunque dañemos a otras personas. Esto es algo que va en aumento y, lamentablemente, está pasando a ser algo normal, por esto es tan difícil detectarla y tomar decisiones apropiadas al respecto. Por lo expresado, me atrevo a afirmar que una sociedad madura, culta en todos sus aspectos, debe hablar y exponer estos temas de manera tal de mantener a raya una problemática tan arraigada en la humanidad, que tanto daño hace al colectivo y que me pregunto si puede ser prevenida o erradicada. Controlar la corrupción es responsabilidad de todos y como cualquier problema debe comenzar, en principio, por aceptarse que se lo padece y exponerlo; aunque en esa exposición corremos el riesgo de que el resto, o nosotros mismos, nos consideren que somos el emblema mundial.

La corrupción parece ser la alegoría de los males de la humanidad de estos tiempos, porque considero que ya no discrimina país alguno, raza o religión. Para darle lucha cada integrante de una comunidad debe poner su parte; es decir, el cambio debe comenzar por cada uno de nosotros y de allí al colectivo. Son cambios culturales que van a depender de muchos componentes y por tanto llevarán años. Uno de esos elementos es la educación de excelencia desde la niñez, extendido a la vida adulta para desarrollarnos en un ambiente libre de ignorancia respecto a esta temática; los corruptos, utilizan su poder para servirse y engañar diciendo que sirven al pueblo, cuando en realidad son los representantes de él, y quizás nuestros “empleados”, a quienes debemos exigirle un buen accionar.

Quienes vivimos de este lado del continente, conocemos que nuestros pueblos originarios sufrieron el rigor de ser conquistados y fueron los primeros indicios de corrupción, a gran escala, por parte del europeo; y en toda conquista de un territorio, la depredación desde toda índole fue la cara más real de la moneda y que lógicamente se dio en un contexto de nula presencia del Estado, donde la rapacidad fue el principio dominante en las relaciones humanas de aquellos tiempos. La primera generación de conquistadores no sólo eran crueles y despiadados, sino que, además, no tenían la intención de quedarse a colonizar la región. Su mentalidad respondía a la economía de rapiña, les interesaba solamente obtener y apropiarse de la mayor cantidad de riquezas en el más corto tiempo, sin importarles las consecuencias que eso pudiera tener tanto sobre los indígenas como en sus recursos naturales.

¿Un país de corruptos?
Parece ser que los españoles, y quizás el mundo por estar traspasando la frontera, perciben que son un país de corruptos, algo que puedo manifestar por mi propia experiencia adquirida en un reciente viaje por estas tierras, donde pude palpar lo que sus habitantes piensan de sus representantes, incluido el descontento, y que genera divisiones, hacia la clase monárquica. Algunos me expresaban que “estos enfatizan en la igualdad de derechos, pero esta clase disfruta de privilegios como si fueran humanos distintos o de otro planeta”. Otros consideran que “al gran ladrón se le premia y hasta se les honra con otros puestos de poder en empresas de prestigio, en cambio al común se le cae con el peso de la ley”. Existen aquellos que “hacen hasta lo imposible por llegar al poder, una vez allí se han dedicado a robar para que una vez acabado su mandato no tener que volver a trabajar”; aunque reconocen que “hay muchos políticos que consideran que pueden utilizar el arca pública a modo personal, y que si bien es cierto que España los persigue y los condena, también es muy cierto que siempre hay una cláusula legal que les permite a los tíos irse de rositas”.
Todas estas manifestaciones hacen pensar que la corrupción española está hasta en su ADN, cosa con la que no coincido porque pude observar un pueblo ordenado, sumamente educados, preocupados por sus falencias y en mejorarlas, abiertos y hospitalarios con lo que sería un inmigrante de paso. Mi sensación fue de que tienen sus problemas, y que “en todas partes se cuecen habas”, lo que  queda claro es que si quienes deben dar el ejemplo, porque son quienes aplican las leyes, practican la corruptela están dejando entrever que “hazlo que no pasa nada”, y eso puede generar un efecto dominó en donde los ciudadanos comiencen hacer lo que se cree que los demás hacen, y es allí donde el problema se hace muy manifiesto y de nada servirá legislar si las normas no se cumplirán, lo que dará como resultado una destrucción del entramado que sostiene a una sociedad más justa e intolerante hacia el delito.
Ahora bien, completaré la frase: “En todas partes se cuecen habas; y en mí tierra, a calderadas” citando el grave problema que tenemos en Argentina donde, entre otras cosas, se destaca la influencia de los grupos de presión constituidos por las barras bravas de los clubes de fútbol, el deporte por excelencia de los argentinos, y que según varios informes periodísticos son utilizadas como órganos de choques de algunos políticos, de allí que no se las pueda eliminar del escenario deportivo.
Lógicamente, con este análisis no digo que aceptemos esta situación, todo lo contrario, debemos exponer y hacer que se castigue todo acto ilícito que es generador de injusticia, porque terminará mortificando a los ciudadanos más pobres, a los débiles y a las pequeñas y medianas empresas, limitando el acceso de los seres más vulnerables a los servicios de salud, o los vinculará con una menor calidad de prestación, entre otras cosas.

 

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