Carta sentida de un madridista a un atlético: morir sin cambiar de bandera

road to lisboa
Madridistas y atléticos honraron a la Champions.

Una persona honesta tiene que ser fiel siempre a su bandera en el amplio sentido del término, con la única excepción de que sea la bandera la que cambie de colores

Carta sentida de un madridista a un atlético: morir sin cambiar de bandera

Nunca seré del Atleti. Una persona honesta tiene que ser fiel siempre a su bandera en el amplio sentido del término, con la única excepción de que sea la bandera la que cambie de colores, la que traicione a sus huestes. Es más, morir sin cambiar de bandera en todos los aspectos de la vida, sería el epitafio perfecto para cualquiera al que las palabras honor, esfuerzo, lealtad y sacrificio signifiquen, más que altos valores, un credo vital.

De morir sin cambiar de bandera sabe mucho el Atlético de Madrid, que más que un club es una afición. Una estirpe inasequible al desaliento que siempre es fiel a su escudo ante cualquiera de los escollos que se interpongan en su camino. Y no han sido pocos hasta ahora.

Con el viento y la marea en contra, en forma de presupuestos millonarios y la venta de su mejor jugador cada año, pero gracias al firme pilotar de uno de sus más grandes ídolos, Diego Pablo Simeone, la afición rojiblanca hace tiempo que se tiró al mar a empujar de la nave con una mano y dar brazadas con la otra, consiguiendo tres títulos in crescendo en importancia: la Europa League 2011-2012 (otrora Copa de la UEFA); la Copa del Rey 2012-2013, arrebatada a su gran rival en su campo, símbolo absoluto del poderío madridista; y la Liga 2013-2014, conquistada ante la mirada atónita de las grandes estrellas, largos de millones, cortos de bemoles.

Son las grandes encrucijadas las que nos ponen en nuestro sitio, las que demuestran de que pasta está hecho cada cual y cuando esas palabras, que muchas veces se lleva el viento, deben cobrar sentido. No puedo hablar por los demás, pero paseando por Lisboa tras el partido sentí más que nunca el significado del himno del Real Madrid y la obligación de ser un noble y bélico adalid, un caballero del honor para quitarme el sombrero ante el ejército desarmado rojiblanco. La imagen de los colchoneros en la derrota me recordó a esas palabras atribuidas a un general alemán sobre los voluntarios españoles: Si en el frente os encontráis a un soldado mal afeitado, sucio, con las botas rotas y el uniforme desabrochado, cuadráos ante él, es un héroe, es un español.

La historia del Atleti es especialmente dura, forjada a base de luces y sombras de especial intensidad. De dobletes y años en el infierno o de Copas de Europa perdidas en el último instante y de inesperados títulos europeos cambiando de entrenador a mitad de la temporada. Pero su arma es su fe, la unánime creencia de que aunque la tormenta dure una década, cuando al final salga el sol por el Manzanares, brillará con toda su fuerza. Y así se retira el Atleti, con las picas en guardia y caminando hacia atrás, sin dar la espalda jamás, hasta que la historia vuelva a plantarles en la gran final europea. De corazón espero que no pasen 40 años y poder ver al Atlético de Madrid reinar en Europa, aunque el precio a pagar sea escuchar la letanía de tantos amigos colchoneros, tan buenos y fieles en su amistad, como intensos en el ardor con el que defienden sus colores. Dios les de cien años de guerra, y en este caso, una batalla más.

Yo nunca seré del Atleti, pero siempre tendrá todos mis respetos. Me gustará canturrear de vez en cuando, cuando nadie me oiga, su pegadizo himno porque sé que cuando llegue a la parte que dice: Jugando, ganando, peleas como el mejor no estaré diciendo ninguna mentira. También perdiendo es así, lo han demostrado.

Quedan escritas estas palabras de mi pluma, la de un socio del Madrid que nunca verá en el Atleti un enemigo, sino un rival. Un hermano rebelde a quien se quiere en el fondo, aunque muchas veces no quede sino batirse con él sin piedad.

Dedico por último estos versos de Calderón de la Barca, tocayo de feudo, en honor del ejército. No es a causa de las armas, pero si por su desempeño en defender sus colores, por lo que no queda otra que referirse al colchonero como a los tercios españoles: los hombres honrados.

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la fineza, la lealtad,

el honor, la bizarría;

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son,

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna,

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

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