Los atropellos de Siria nos asoman a la maravillosa estupidez de Barack Obama

El presidente de EE UU, Barack Obama.
¡Qué maravilla que Obama sea tan estúpido y que Hollande resucite la “grandeur” francesa!

Con la excepción de Hollande, Europa está gobernada por hipócritas disfrazados de pacifismo. La cultura de la cobardía, en forma de “pax europea”, acelera la decadencia de occidente.

Los atropellos de Siria nos asoman a la maravillosa estupidez de Barack Obama

El Premio Pulitzer Charles Krauthammer, calificado de “columnista influyente” por las agencias de prensa internacionales, ha llegado a la conclusión de que Obama está cometiendo una estupidez en política exterior. Por lo visto, míster President metió la pata hace un año, cuando le anunció al Régimen de Bachar al Asad al más puro estilo del western americano: “¡Si usa usted armas químicas, uno de los dos sobra en este mundo, forastero!” El ingenioso columnista, al que me imagino cómodamente sentado ante su PC, envuelto por la niebla baja de unos cigarrillos, escoltado por un estimulante güisqui on the rocks y ante una fotografía de Ronald Reagan o Bush junior, argumenta al final de su reflexión que el inquilino de la Casa Blanca, que en estos momentos debe estar negro incluso por dentro, podría verse obligado a disparar misiles para no pasar la vergüenza de tener que rectificar ante Dios, la historia y el mundo.

El comprensivo intérprete de la “doctrina Reagan” y la “doctrina Bush”, como paradigmas de la política exterior intervencionista genuinamente americana: detener las plagas del comunismo y del islamismo, se vuelve ahora intransigente ante el duelo en el OK corral que propone Obama en Siria. Por lo visto le parece inmoral, inoportuno y antiamericano detener un posible brote de guerra química ¿Quizá por qué ese señor que ocupa el despacho oval es negro? Hombre, en pleno siglo XXI descarto esa tesis simplista de segregacionismo racial, la verdad. Si Obama le parece un estúpido a tan reputado columnista de United States of América, es más probable que obedezca a un impulso inconfesable de discriminación ideológica: ¿cómo se atreve un Presidente demócrata a erigirse en jefe de policía del mundo? Debe ser que, en Asuntos Exteriores, sólo lo que es bueno para los republicanos es bueno para los americanos, como ocurría in illo témpore con la General Motors.

Los “hippy” okupan los escaños europeos

Al otro lado del charco, o sea, en este Eurodisney sociológico,  a los europeos, tan civilizados nosotros, tan cultos, tan listos, con nuestro extenso pedigrí histórico, nuestro patrimonio de la humanidad, nuestra pax romana, nuestros “copyrights” de la revolución industrial, la revolución francesa, la revolución rusa, nuestro genuino Marx, nuestros cismas de occidente, nuestros Papas y nuestros Luteros, nuestras máquinas de cortar cabezas a los reyes, nuestro fútbol, nuestro Nobel, nuestro añejo y sanguinario colonialismo, nuestras cosas, la  prolífica prole del Tío Sam nos siguen pareciendo “rostros pálidos” siempre dispuestos a seguir el toque de carga, ta ta ta ta ta tati tati tata, del Séptimo de Caballería. Sus Marx, o sea, los hermanos inmortalizados en blanco y negro, no han cambiado el mundo, sólo cambiaron rictus de amargura por sonrisas en los rostros de varias eurogeneraciones. Su dollar, permanentemente caricaturizado y ridiculizado en el Viejo Continente, inspiró el Euro, esa copia cutre e inmuno-deficiente que ha dejado en evidencia nuestra calamitosa política común, je, económico-monetaria. 

   Aquí, en Europa, ya hicimos demasiadas guerras, de 30, de 100 años, y hemos decidido dedicarnos a practicar paz y amor, buen rollito, en el ámbito de un movimiento hippy importado en el tiempo y en el espacio de aquel personal que anhelaba vivir soñando en California, California Dreamin. Se ha instalado en el Viejo Continente y ha traspasado los inexpugnables controles del Parlamento Británico, el Bundestag, donde se lavan las manos réplicas de Poncio Pilatos con acta de diputado o el Congreso de los ídem español, miradlo, donde resuena el estridente silencio de los corderos. Nos hemos aferrado al clavo ardiendo del ingenioso argumento del líder de la oposición británica: “Las pruebas deben preceder a la decisión, y no las decisiones a las pruebas”, mientras cuatrocientos santos inocentes y cerca de mil adultos sirios ni siquiera pueden preguntarnos: ¿Por qué las decisiones no han precedido a nuestra muerte, en vez de que nuestras muertes hayan precedido a las todavía hipotéticas decisiones? ¿De verdad podemos, podéis dormir tranquilos?

La grimosa e hipócrita cultura de la “pax europea”

Si este mundo generalmente bien informado no sabía que el régimen sirio acumulaba armas químicas, es estúpido. Si lo sabía y ha mirado para otro lado, es cínico. Si gana tiempo esperando pruebas concluyentes, mientras prosigue un holocausto al este del edén de occidente, es cómplice de un crimen contra la humanidad. Sólo hay una cosa peor que una muerte inútil: una vida colectiva inútil, una sociedad que le llama pacifismo a la cobardía, una civilización forjada en la sangre derramada por tantas generaciones anteriores, dispuesta a ponerle a los dictadores, a los tiranos, a los asesinos en masa, no su otra mejilla, sino las mejillas de las víctimas propiciatorias que viven, mejor dicho, mueren, en esos lejanos imperios del terror. La grimosa cultura de la “pax europea”, bien vale miles de víctimas de guerra química en países remotos. La guerra siempre es el peor de los remedios para la humanidad, a excepción de una paz tan miserable como esta, en la que todo dios quiere bajarse del caballo en el tortuoso camino que lleva a Damasco.

Sólo nos acordamos de los yanquis cuando truena en Europa

Aquí, de Santa Bárbara nos acordamos cuando truena, oye. Y de los americanos, esos chicos que mascan chicle, cuando un Hitler, un cabronazo de esos, decide instalar un imperio del terror en Europa. Entonces, si. Entonces las calles del cínico y viejo continente se llenan de pancartas que proclaman: ¡welcome!

¡Qué maravilla que Obama sea tan estúpido y que Hollande resucite la “grandeur” francesa! ¡Qué pena que el resto de Europa, tan hipócrita, tan pacífica, tan civilizada, ella, quede fotografiada para la historia!

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