Un anti-artículo: ¿Puede existir un por qué en la muerte de Asunta Basterra?

Tal vez lo más inquietante del caso de la niña Asunta Basterra no sean las causas de su muerte sino las de la obsesión social por conocerlas. Un análisis diferente.
El marino vascongado Shanti Andía, uno de mis personajes literarios de cabecera, viejo y desengañado del mundo, creía que echar la sonda en la perversidad humana es arriesgarse a no tocar fondo. Yo también lo creo.
Para cierto libro colectivo de historias negras que verá la luz próximamente, escribí hace poco un relato en el que una madre asesina a su hijo. Alguien me dijo que el cuento le parecía inverosímil por su extrema crudeza y que una madre es incapaz de un acto tan brutal con el fruto de sus entrañas. El chaval ficticio de mi relato tiene veinte años. Asunta Yong-Fang Basterra Porto, una chiquilla muy real, viva e inteligente, tenía apenas trece. Que la realidad supera con largueza la ficción fue algo que se evidenció para toda una generación de manera feroz e incontestable el 11 de septiembre de 2001, cuando dos reactores atravesaron, como un dedo la mantequilla, la presuntuosa superestrutura del poder y la vanidad.
Por mi parte, el rostro difuminado de Asunta, encajado en su cuerpo grácil de gacela, me envía desde las fotos del periódico un mensaje perturbador: hasta la vida y la muerte tienen, como las monedas, un valor facial, objetivo, y otro nominal, subjetivo, que llega hasta donde se quiera que llegue.
Sentir el dolor
¿Por qué mataron a Asunta? Debo confesar que no me interesa lo más mínimo y abomino radicalmente del circo mediático montado alrededor de su trágica muerte. Sólo alcanzo a sentir el dolor y la indignación de un padre que, como cualquier otro, no supo lo que es realmente el amor hasta que fue padre.
¿Por qué mataron a Asunta? ¿Por dinero quizás? ¿Tal vez por egoísmo? ¿Por comodidad, por ansia de dominio, porque estorbaba? ¿Por qué murieron cuatro millones de judíos en Auschwitz? ¿Por qué los hutus mataron 800.000 tutsis? ¿Existe en realidad un por qué?
El catálogo de causas, el inventario de sutilísimos matices de la maldad es tan ilimitadamente variado como ilimitadamente variado, por ventura, es el repertorio de razones nobles y buenas que conducen el ser humano a la sublimidad, al genio y al amor de sus semejantes.
Pero si algo precisa de un motivo, de una causa plausible es la perversidad, pues diríase que dar con una razón material y comprensible, acaso mejor cuanto más prosaica, para el asesinato de una criatura aminora la vesania y ordena un mundo que, de otro modo, sería a nuestros ojos insoportable y caprichoso.