Si algo parece claro es que Cataluña no seguirá en España como estuvo hasta ahora

Cataluña y España. / fotolog.com
Cataluña y España. / fotolog.com

El 28-S puede que amanezca sin mayoría de votos suficientes y sin amparo legal para forzar la independencia de Cataluña, pero sí para cambiar el statu quo de Cataluña en España.

Si algo parece claro es que Cataluña no seguirá en España como estuvo hasta ahora

El 28-S puede que amanezca sin mayoría de votos suficientes y sin amparo legal para forzar la independencia de Cataluña, pero sí para cambiar el statu quo de Cataluña en España.

En el peor de los escenarios posibles para España en el proceso de independencia de Cataluña -una declaración unilateral- tendría que haber diálogo y mucha negociación sobre infinidad de asuntos, algunos del calado de la Seguridad Social, la deuda pública, Hacienda, la pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN, el uso del euro, etcétera. Por tanto, si la hipótesis final del proceso no se lleva tan lejos, cabría aún con más razón el diálogo político y la negociación de lo que podría ser el encaje de Cataluña en España. Porque si algo es evidente a estas alturas es que nada será como fue en los últimos 37 años, es decir, tras la Constitución democrática del 78, que apenas fue reformada en ese largo y copioso período de tiempo.

Sea cual sea el número de catalanes que participaron en la Diada -600.000, un millón, millón y medio, dos millones...- y sea cual sea el resultado de los independentistas en las elecciones del 27-S, el vector resultante va a tener tal dimensión social y política que se impone cuando menos dialogar entre Barcelona y Madrid. Y, en ese sentido, no todo son malas noticias.

La dimensión de la manifestación de la Diada en la Meridiana, los discursos políticos propios de un momento de exaltación, el impacto del acontecimiento en los medios de comunicación internacionales y el cachondeo de miles de catalanes cantándole una rumba de Peret a Rajoy -Barcelona tiene poder- podrían hacer temer lo peor para los intereses de España. Pues no. Sin apenas eco, se ha producido un importante cambio en el decorado de fondo: el presidente de la Generalitat, Artur Mas, habló de cambiar las leyes juntos y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, abogó por ceder a Cataluña el IRPF y reformar la Constitución para que encaje. Conclusión: tras el 27-S habrá que hablar y Mariano Rajoy tendrá que ponerse a trabajar, en vez de mirar desconcertado y desorientado cómo los catalanes se van de España.

No es que llegue la hora de la política, porque ya llegó hace mucho tiempo, aunque Mariano Rajoy no se quisiera enterar. Pero ahora que Margallo se lo ha dicho alto y claro, se supone que incluso Rajoy sabe que hay que hacer algo. El problema va a ser el calendario, pues mientras los dirigentes catalanes -sean quienes sean- tendrán el aval reciente de las urnas, los gobernantes de Madrid estarán en sus despachos rompiendo los papeles, por si acaso.

¿Tiene una hoja de ruta Margallo, consensuada con el PSOE, de modo que pueda abrirse el diálogo tras el 27-S o habrá que esperar a que Rajoy agote la legislatura con el turrón en la boca? La posible respuesta la ha escrito, con mucha maestría, el veterano periodista Wifredo Espina, nada sospechoso de ser independentista: la gran actividad e iniciativa, motivadora y contagiante, de un importante sector de la política y de la sociedad catalanas, contrasta con la escandalosa pasividad del Gobierno de Rajoy. El 28-S puede que amanezca sin mayoría de votos suficientes y sin amparo legal para forzar la independencia de Cataluña, pero sí para cambiar el statu quo de Cataluña en España. @J_L_Gomez

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